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Caña brava y cacao salvan del olvido a San Pedro de Urabá

La comunidad indígena de El Polvillo recuperó la tradición ancestral del sombrero vueltiao propio de la etnia Senú. Es un proceso tecnificado con maquinarias y en cadena. FOTOS ESNEYDER GUTIÉRREZ

Con proyectos agrícolas y artesanales, este municipio de Urabá genera empleo y oportunidades.

TOMADA DE:https://www.elcolombiano.com/

Archivo:ElColombiano.svg - Wikipedia, la enciclopedia libre

Si se fuera a hablar de colores, tal vez en Antioquia no haya un municipio más verde que San Pedro de Urabá.

En esta población, que es la más aislada de la región, sin mar, sin grandes carreteras y sin empresas ni industrias, el campo florece en un clima cuya temperatura siempre está por encima de las 25 grados, aunque haya nubes y el cielo esté encapotado. Y más allá del paisaje, es un pueblo con esperanzas a pesar del olvido y la pobreza: y la esperanza es verde. Verde montaña. Verde sueños.

En medio de estos paisajes de ensueño, alejados del bullicio y la contaminación y donde aves y mariposas vuelan a sus anchas por todo el territorio, indígenas y mestizos comparten luchas y sueños, unos cultivando la tierra y otros tejiendo y elaborando artesanías para recuperar la memoria ancestral, casi perdida por la civilización.

-Acá los muchachos estaban olvidando la tradición, porque se iban a buscar oportunidades afuera, pero ya ven que con la artesanía se puede construir futuro-, comenta Manuel Hernández, uno de los fundadores de El Polvillo, una comunidad indígena Senú beneficiaria de un proyecto Pdet -Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial- que apoya los territorios azotados por la violencia del conflicto armado.

Paralelo a los indígenas, otras familias de la zona rural se dedican a cultivar cacao, que se convirtió en la redención agrícola local. Algunos beneficiarios traían experiencia con el fruto y otros empezaron novatos, pero con capacitación han aprendido sus bondades y se dedicaron a la actividad. San Pedro ya es cacaotero.

De la vida a la muerte

Nada resume tanto la historia de la vida como un sombrero vueltiao. Detrás de cada franja circular, sea blanca, negra o combinada, hay una historia, una etapa, un temor, un sueño o una esperanza. Todo empieza en el nacimiento y todo acaba con la muerte. El destino va jugando con los seres en un círculo sin fin, en el que todo puede pasar. Así lo resume Manuel Hernández, quien con su comunidad de El Polvillo trabaja elaborando esta pieza en un proceso tecnificado y en cadena, que involucra padres, madres, hijos y abuelos, no solo para rescatar la tradición sino para sobrevivir y forjar futuro.

-Todo arranca en la madre tierra, que está en la cima de la copa del sombrero y que representa a nuestras madres; luego viene la franja negra, en la que la mujer embarazada corre peligro, ella y el bebé, pero después viene una franja que mezcla negros y blancos que significan su evolución en el vientre, otros peligros, cuando viene con la cabeza el revés y la partera lo endereza, hasta que nace, se hace hombre, va a la escuela y vive todos los peligros de la vida-, narra Manuel, para explicar que cada círculo tiene un sentido, un significado y una simbología por la que pocos se preguntan, pues todos se fijan es en la estética de las figuras.

Frank Causil, representante de El Polvillo y quien llegó a la comunidad hace 22 años, afirma que el proyecto ayudó a recuperar la cohesión de su etnia. Al principio no fue fácil creer, pues enseñados al olvido y a que nadie llegara a ellos con algo diferente a promesas, la indiferencia y la incredulidad frenaban los pasos.

-Acá solo hacía sombreros un anciano con una maquinita vieja, no era mucho lo que podía y ni había a quién venderle. No había motivación para los jóvenes, pero esta gente llegó con máquinas, materiales y capacitaciones y la comunidad vio que era algo serio-, comenta Frank, que pasó cultivar de yucas a tejer sombreros.

El Polvillo empezó a poblarse en 1973 con familias provenientes de Sotavento y otras poblaciones de Córdoba y la Costa Atlántica que huían de la violencia. Llegaron a buscar tierras para cultivar. Los primeros fueron Marceliano y Parmenio Hernández. Hoy son 135 personas y 27 familias las que pueblan el territorio, que recibió el nombre por un árbol que crece en la zona, al que no le entra el comején y con cuya madera han construido sus casas.

En este proyecto también están las comunidades de Naranjales, Ébano Tacanal, Alto San Juan y Paraíso. En Naranjal no fabrican sombreros ni artesanías sino confecciones. La comunidad eligió esta línea para no competir con las demás.

Su cacique, Luis Carlos Vidal, cuenta que toda su vida se dedicó a talar madera.

-Yo dejé la motosierra por la costura. Cuando llegaron con este proyecto lo vimos raro, hombres confeccionando, pero al ver que era un apoyo real dejamos los temores. En el momento hay doce personas confeccionando, pero pronto serán más porque 28 están en capacitaciones. Sus sueños no tienen límites y ya están viendo los frutos. Sus vidas dieron un giro.

El cacao es la jubilación

La otra alternativa para estas comunidades del norte de Urabá es el cacao. En un pueblo conectado con la región por una carretera destapada que es más huecos que vía y donde la sigla AGC (Autodefensas Gaitanistas de Colombia) está marcada en cada muro y espacio, la única opción de supervivencia es la agricultura. Antes eran tierras maiceras, arroceras, de yuca y frutales, pero hace cinco años el cacao tomó fuerza y ya son cerca de 700 hectáreas sembradas, calcula Evelio Escobar, secretario de Agricultura local.

-El cacao genera empleo, ingresos y hoy es el principal producto del municipio.

En este contexto entra el proyecto para las veredas Zumbido Arriba y Zumbido Medio, unas cultivando sobre matas viejas con tecnología mejorada y otras con plantas nuevas, que ya dan frutos. Son 98 familias y unas 600 personas. El ambiente es de positivismo porque ha dado resultados. Tanto, que el cultivador Sarqui Eljach dice que cambió el maíz por el cacao mientras Eduardo Hernández abandonó el ganado.

-Con el cacao uno tiene plata cada 15 días, ¿cuándo pasa eso con el ganado?, con el maíz era lo mismo o con el arroz, siempre la duda-, dice Eduardo, de 70 años y quien siente que con su hectárea de cacao se sentirá como jubilado, pues nunca pagó pensión y ahora tendrá una renta fija para su vejez, porque los hijos también están en su proyecto.

Sarqui Eljach, de 62 años, y campesino desde el vientre, dice que luego de tanto cultivar la tierra sólo en los últimos años descubrió el secreto para no sufrir.

-He sembrado yuca, maíz, papaya, arroz, plátano y naranjas, pero en el cacao empecé hace poco y es con lo único que me he sentido tranquilo.

Asegura que las tierras de San Pedro, por ser lodosas y no arenosas, son aptas para que el fruto crezca firme y siempre esté floreciendo. En su hectárea cultivada ya trabajan sus hijos.

Como parte del proyecto se implantó la técnica de clonación, es decir, a los tallos se les implantan hojas de matas mejoradas y los nuevos frutos serán de calidad, pensando en la exportación, que tendrá más oportunidades con los nuevos puertos que se construirán en la región.

Me siento feliz con el cacao, porque me da seguridad y más ingresos, la vida misma le enseña a uno dónde está lo malo y dónde lo bueno, y esto es bueno para mi familia y para el pueblo-, dice Eljach, un maestro con el título de la experiencia y de la lucha.

155 familias en total son las beneficiadas con los proyectos en San Pedro.

CONTEXTO DE LA NOTICIA
PARÉNTESIS
153 FAMILIAS EN LOS PROYECTOS

El mayor logro que han traído estos proyectos para las comunidades ha sido la generación de empleo y la reactivación económica. En cuanto a las artesanías, hay retos como la comercialización de sus artesanías ancestrales, con las que se aspira a crear cinco marcas para distribuir líneas diferentes de artesanías, que además del sombrero incluyen manillas, collares, bolsos y otros objetos. En ambos procesos ya son en total 153 familias involucradas, todas víctimas del conflicto armado, en una región que a pesar de los esfuerzos aún sigue bajo la influencia de grupos armados que intentan dominar los territorios.

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