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El Puente de Guayaquil en Medellín: de unir a la ciudad hace 140 años a estar desvalijado y abandonado

FOTO: JAIME PEREZ M
Cristian Álvarez Balbín

Construido en 1878, sitio de las últimas ejecuciones y declarado bien de interés cultural de la ciudad, esta estructura presenta hoy un aspecto deplorable que no hace justicia al empuje e importancia que su historia le dio a la ciudad.

TOMADA DE:elcolombiano.com/

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Medellín tiene un testigo de excepción que desde su posición privilegiada puede dar cuenta de ese tránsito vertiginoso que tuvo ese pueblo grande de muchas iglesias y enormes potreros a una de las urbes más importantes del país. Pero, como muchas cosas importantes de esta ciudad, el Puente de Guayaquil hoy atraviesa una mala hora que lo postró en un penoso estado.

No hablamos de un canoso y centenario habitante de la otrora Bella Villa, sino más bien de una estructura que ha sabido sobrevivir en una ciudad donde las cosas antiguas corren el peligro de ser devoradas por lo que muchos llaman “progreso”. Aunque eso de sobrevivir, hoy más que nunca había sido tan literal.

Aunque el puente fue declarado Bien Inmueble de Interés Cultural Municipal por la Alcaldía de Medellín en el año 1983 –y hasta hoy hace parte del patrimonio histórico de nuestra ciudad– dichas declaratorias en muchos sentidos demuestran ser poco más que letra muerta. Y así lo corrobora el estado actual del puente.

Múltiples grafitis ocupan parte de su fachada, algunas piedras de su camino ya se han desprendido, la fuerza de la contaminada agua del río Medellín ya corroe parte de las columnas que sostienen sus tres arcos centenarios, las grietas ya surcan parte de sus muros, la imagen de la virgen en el centro de la estructura ya fue profanada, y el peso del propio puente ya parece que tiene comprometida la base de ladrillo rojo.

Aparte de lo que afecta directamente al puente, los terrenos vecinos al mismo se volvieron botaderos de basura y “hotel” y baño para habitantes de calle, pese a que allí supuestamente ejerce vigilancia la Policía a través de uno de los mal llamados Robocops.

Las plantas en el puente hoy son más que abrojos secos, las únicas plantas que pelechan entre las grietas. Los maderos lucen caídos y la vieja fuente que hace dupla con el puente no puede estar en un estado más deplorable.

El patíbulo de los criminales

El puente de Guayaquil no solo es importante por su fantástica historia y riqueza arquitectónica sino también porque gracias a él se le dio impulso y dinamismo a esa otra mitad de la ciudad que antiguamente se llamaba “Otra Banda” y que hoy es uno de los sectores más pujantes y reconocidos de Medellín.

Construido entre 1878 y 1879 bajo el mandato del general vallecaucano Tomás Rengifo sus artífices fueron el ingeniero inglés Tyrel Moore, el arquitecto alemán Enrique Haeusler que puso sus diseños, y cientos de obreros anónimos en ese lapso le dieron con sus manos forma a esa mezcla de ladrillos cocidos, argamasa, canto, cabuya, cal y sangre de animales que dio como resultado esa bella estructura que le dio un poco de aire de ciudad a la vieja Medellín.

Pero no toda la historia del puente está ligada a un capítulo de feliz desarrollo urbano. Otro aparte de su existencia da cuenta como la estructura era usada como patíbulo para aquellos peligrosos criminales de esa incipiente metrópoli que eran condenados a ser fusilados, tal como contaban los abuelos hace tiempo.

El puente de Guayaquil entre 1902 y 1906 fue el último destino para asesinos, falsificadores y hasta conspiradores. Según la Revista Medellín, el primer fusilado sobre el puente fue Jesús María Tamayo, quien murió al frente del pelotón de fusilamiento conformado por 16 soldados luego de ser acusado de envenenar a su esposa.

El último hombre que recibió la pena capital en Medellín fue José Leoncio Agudelo, quien fue acusado ser un anarquista radical sospechoso de un complot contra el dictador Reyes. También se le endilgaron los delitos de subversión, falsificación de billetes e incluso violación carnal. El 4 de agosto de 1906, dos soldados se aprestaron a acabar con su vida sobre el puente cumpliendo la ley de ese entonces. Solo uno de los dos disparos fue el que lo mató.

Hoy en día, bajo las luces de los alumbrados y el abrasador sol de los domingos de ciclovía, el puente dejó de ser cadalso de criminales para convertirse en punto de encuentro obligado de enamorados, amigos y familias.

Se resiste a morir

Aún así, con tanta problemática a bordo, el puente de Guayaquil se resiste a tener el mismo destino que otras estructuras centenarias de la ciudad han tenido. El de Guayaquil le ha sabido sobrevivir a sus “colegas” de La Toma y de Manila que el “ensanche” se llevó por delante.

De hecho, en 1967 estuvo en riesgo toda vez que algún irresponsable funcionario de EPM decidió que por allí tenía que pasar casi encima de él una enorme tubería que no solo afeaba la estructura sino que la dañaba en uno de sus extremos. El hecho causó indignación en la comunidad y por fortuna se solventó el error.

Por eso urge que, así sea a través del clamor popular, las autoridades le echen una mano para que recupere su viejo lustre y desde esa posición estratégica siga atestiguando lo que pasa aguas arriba y aguas abajo de la ciudad.

 

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