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Lectores: herederos de una tradición que cumple 110 años

Cinco suscriptores cuentan cómo nació el vínculo con El Colombiano que esperan seguir prolongando.

Cada día, desde hace 110 años, EL COLOMBIANO renueva miles de rituales. Hay quienes no salen de casa hasta que el periódico llega a su puerta, otros salen todos los días a la misma hora a buscarlo al mismo lugar.

TOMADA DE:https://www.elcolombiano.com/

Universidad Antonio Nariño - ESTUDIANTES COLOMBIANOS VAN A HUNGRÍA POR LA  ASTRONOMÍA

También están los metódicos, los que por nada del mundo abren el periódico si no están seguros de que tendrán tiempo para leerlo de un tirón; los que arrancan siempre la lectura de atrás hacia adelante; o los que leen cada titular, hasta los de las caricaturas, antes de entrar a las notas.

No son pocos los que guardan con recelo cada nota que sale en Deportes de Nacional y Medellín; quienes se dedican a “cazar” gazapos y aquellos fanáticos del crucigrama y del sudoku para quienes llenar sus casillas es asunto sagrado.

Este domingo EL COLOMBIANO cumple 110 años gracias a sus lectores y, particularmente, a quienes decidieron hace muchos años abrirle la puerta de sus hogares para que el periódico se convirtiera en un familiar más, alimentando conversaciones entre grandes y sirviendo de guía en las primeras lecturas.

Esas son algunas historias que comparten Juan Manuel Uribe, Flor Ángela Montoya, Mario Alberto Velásquez, Ángela Saldarriaga y Luis Fernando García, cinco de nuestros suscriptores que heredaron de sus padres la relación con estás páginas y todavía disfrutan como una pequeña magia cotidiana el roce del papel en las manos y los caprichos adquiridos en el curso de los años para gozar, a su manera, del diario leer de los antioqueños.

Decía Borges que los periódicos son museos de minucias efímeras, y lo son. Pero también es cierto que a través de tantas noticias, crónicas y columnas perdidas en la memoria, EL COLOMBIANO ha tejido un vínculo colmado de recuerdos con sus lectores

Juan Manuel Uribe es historiador de fútbol. Su papá le enseñó a leer a los cinco años con EL COLOMBIANO, que desde 1955 se convirtió en un artículo infaltable en su hogar. Con el paso de los años, Juan Manuel ha retribuido con creces ese regalo de la lectura. Gracias a su archivo histórico y estadístico, decenas de artículos en la sección Deportes han encontrado datos únicos y esquivos. Basta con ver la hemeroteca de la Luis Ángel Arango de la U. de A. –dice– para entender la importancia que ha tenido el periódico para comprender la realidad del país desde 1912. Juan Manuel, que desde hace 22 años tiene su suscripción, reconoce que está feliz desde que supo del regreso de Generación. “Sentía un vacío enorme”. Ya no existe el formato universal que tanto le gustaba, pero cada vez que abre las páginas encuentra una publicación digna de recortar para aumentar su archivo.

Siguiendo el legado de su padre, que llevaba el periódico EL COLOMBIANO a la casa, Flor Ángela Montoya se suscribió hace 17 años y hoy lo lee completo todos los días. Esta médica veterinaria de la U. de A. tiene entre sus recuerdos más bellos que gracias a este medio se despertó su amor por la lectura, cuando siendo muy joven comenzó leyendo los artículos de deportes. Admiradora de varios periodistas que han escrito en las páginas de este diario, entre los que resalta a Juan José Hoyos y Alberto Salcedo Ramos, no esconde su orgullo ante el hecho de que su hijo Miguel Osorio forme parte de esta casa periodística desde 2020. Para ella, el aniversario de este medio de comunicación es la oportunidad de felicitar la labor titánica por llevar a la ciudadanía el derecho a la información en medio de los retos que implican las nuevas realidades y audiencias.

De su papá, Mario Alberto Velásquez, heredó una agenda con recortes de una columna que se titulaba: “Un hombre cualquiera”, a la cual acude cada tanto porque hay temas que nunca pasan de moda. El periódico, además de compañía, ha sido insumo en su trabajo. Mario trabaja en la Gobernación y lleva años coordinando los proyectos de educación para la paz y convivencia, además de oferta educativa para excombatientes por lo cual el cubrimiento durante décadas del área de Paz y Derechos Humanos fueron un faro. Recuerda con especial cariño un trabajo que publicó EL COLOMBIANO hace 22 años en el proceso de reinserción de los paramilitares. Todavía en capacitaciones busca dicho trabajo para explicar la naturaleza del conflicto. Del presente del periódico, dice valorar las investigaciones sobre lo público en Medellín “con datos y argumentos”.

Asiduo lector de EL COLOMBIANO. Así se considera Luis Fernando García, quien todos los días se “deleita” abriendo el periódico, doblando sus páginas. Comenzó a leerlo desde que era un niño, costumbre que le inculcaron sus abuelos. Ha sido testigo de la evolución del periódico, desde el formato tabla hasta el más moderno tabloide. Desde hace años ha incursionado en los contenidos web de EL COLOMBIANO, pero no cambia el placer de tocar el papel, de sentirlo en las manos un domingo en la mañana. “El periódico trata la información de manera muy seria, desde el editorial hasta las noticias”, dice el lector. Fernando lee primero los títulos de la portada y luego va pasando las páginas hasta el final. Una vez hecho eso, comienza a leer como si fuera árabe, es decir, de izquierda a derecha, o de las últimas páginas hasta las primeras. “Ojalá nunca dejemos de oler una página y tocar la tinta del periódico”, concluye.

Siendo niña y cuando ya todos sus hermanos menores aprendieron a leer, Ángela Saldarriaga Villegas recuerda que se inventaron un juego: quien dijera primero: “me pido EL COLOMBIANO”, tenía el honor de leerlo después del papá. Ángela, maestra durante 33 años y egresada de la facultad de Filosofía y Letras de la UPB, heredó de su padre la suscripción cuando él murió hace 45 años. Desde entonces, todos los días al levantarse a las 6:30 a.m. el periódico ya está al lado de su cama. Lo lee con un estricto ritual: primero la portada y la contraportada y luego va en orden estricto. Acostumbra a poner notas en los artículos. Casi siempre lo termina de leer mientras desayuna en el Pablo Tobón donde es voluntaria desde hace 28 años. Eso sí, el crucigrama queda para lo último. “Si hay bien que dure 110 años y lectores fieles que lo aprecien. ¡Salud!”, dice.

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