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Murió Lisandro Meza, el hombre de ‘Baracunatana’, el rey del acordeón sabanero

Lisandro Meza, conocido como El rey sin corona o El macho de América. FOTO: Lix Martínez Parra - Carnaval de las Artes

Lisandro Meza fue un pilar de la música tropical colombiana, un ícono de la música sabanera.

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Lisandro Meza, pilar del vallenato en Colombia, falleció en las últimas horas de este sábado, 23 de diciembre. El cantante y compositor murió a sus 86 años, después de permanecer internado seis días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de la Clínica La Concepción, de Sincelejo.

El centro médico confirmó el fallecimiento a través de un comunicado oficial, firmado por el gerente general de la Clínica, Guillermo Ruíz.

Él era Lisandro Meza, ícono de la música sabanera

Pedro Socarrás escondía unos granos de maíz en la caja de su acordeón cada vez que se iba a trabajar en el aserrío. Era su forma de verificar después que nadie había tocado su instrumento mientras iba y volvía. Trabajaba como empleado de una finca, La Armenia, en El Difícil (Magdalena), de propiedad del padre de Lisandro Meza, que en ese entonces era un niño pequeño y sabía bien que, al salir, Socarrás escondía aquel preciado tesoro, bajo llave y con una serie de cuidados que lo hacían intocable.

(También puede leer: Así fueron las últimas horas de Lisandro Meza, el legendario artista del vallenato)

“Cuando salían a las labores del campo -recordaba Lisandro Meza, en una entrevista para el espacio televisivo Vivamos la noche, hace más de una década- yo me ponía a buscar el acordeón y no podía abrirlo. Entonces, me hice una ganzúa con alambres y qué alegría cuando lo abrí. De mi Dios todas las cosas vienen, porque me puse a darle y lo logré. Él ponía los granitos de maíz en una cajita de cartón y yo marcaba con carbón dónde estaban para volver a poner los granitos”.

Gracias a esa travesura, aquel niño, nacido el 26 de septiembre de 1937, descubrió su vocación. Lisandro Meza Márquez era un genio de la música desde pequeño. Sin maestro y a escondidas se aprendió todo un repertorio. Por supuesto, las notas del acordeón se oían por la finca. “Empezaron a decir que Pedro Socarrás tenía pacto con el demonio, porque su acordeón tocaba solo”, relataba quien se erigió como uno de los grandes maestros de la música tropical colombiana.

“Mi papá les regaló una fiesta a los trabajadores, Pedro se emborrachó y cayó con el acordeón tirado en la cama. Yo lo cogí, me puse a tocar y me descubrieron ahí”, decía al evocar aquella fiesta navideña que fue un hito en su biografía. Porque al son de canciones como La hija de Amaranto, Cumbia cienaguera El Alto del Rosario se supo que Meza había nacido pa’músico. Y de los grandes.

A Meza se le recuerda por su época de esplendor en Los Corraleros de Majagual y los años que vinieron como líder de diferentes agrupaciones -la más famosa es la que lleva el nombre de su esposa: Los Hijos de la Niña Luz-. Pero su trayectoria empezó mucho antes de El polvorete, Las tapas y Baracunátana.

Lisandro Meza
Lisandro Meza Foto:  Archivo particular

Y tampoco se quedó solo con el acordeón, su talento dio para que dominara múltiples instrumentos. Piano, guitarra, bajo, tiple, cuatro, tumbadora, caja y gaita figuran en su lista de habilidades. Y también fue guarachaquero, y raspando este instrumento acompañó en sus correrías a Alejo Durán. “Le aprendí tantas cosas -diría del primer rey vallenato-. Me enseñó a ser respetuoso, a querer la música, a tocar con juicio y con gusto. Eso era lo que tenían los juglares”.

Aprendía de los juglares, pero en su cabeza había un hambre de innovación, de experimentar con instrumentos y sonidos y eso fue precisamente lo que le abriría puertas de grandes agrupaciones. Lisandro Meza, joven, ya sabía interpretar, con sus marcadas diferencias, la cumbia, el porro, el paseo y el vallenato. Su desbordado talento hizo que lo llamaran a reemplazar a Aníbal Velásquez -otro grande de la música caribe colombiana- en el grupo Los Vallenatos del Magdalena. Según su biografía oficial, en la página de Café Records, se explica que ni eran vallenatos ni del Magdalena, sino barranquilleros -Carlos y Roberto Román- que vieron en ese nombre un gancho para atraer público.

Con ellos hizo su primera grabación, en 1953: El aroma de las flores, seguida por Adiós, Dolores. Meza la grabó en ritmo de guaracha, innovando con el sonido de acordeón. Reclamaba haber sido el primero, incluso antes de que Aníbal Velásquez adoptara ese formato y se convirtiera en nuestro Rey de la Guaracha.

No tardó mucho en armar su propia agrupación: Lisandro Meza y sus Alegres Muchachos. Con ellos llegó a medios de comunicación que eran sumamente importantes para la época. Presentó otras canciones pegajosas como El cocacolo cabellón y El muchacho alegre. Ya en él figuraba ese gusto por interpretar ese doble sentido jocoso que le imprimiría a los que serían sus más grandes éxitos y que estaban por venir.

En 1964, grabó un LP, Mosaico doble cero, en el que figuró Juventud flaca y loca, en el que su experimentación con instrumentos se hizo evidente. Metía saxofones en la música tradicional consiguiendo una nueva sonoridad. En ese mismo año llegó a Bogotá presentarse en La Hora Phillips, donde alternó con Leo Marini, Pedro Vargas y Miguel Aceves Mejía. Fue en ese año cuando lo llamaron de Discos Fuentes, para proponerle ser su artista exclusivo. Y estrenó esa alianza con el álbum Ritmo de acordeones, que ya incluía composiciones suyas.

***

En 1965, Los Corraleros de Majagual ya eran una institución. La dirigía Alfredo Gutiérrez, que había llegado desde 1961, pero el retiro temporal del ‘Rebelde del Acordeón’, le abrió las puertas de la agrupación a Lisandro Meza. Cuando Antonio Fuentes le pidió que tomara la vacante, el maestro sabanero respondió: “Yo no soy como Alfredo Gutiérrez. Tengo una concepción diferente del acordeón. Si ustedes me dan cuatro músicos, les hago una maqueta para el lunes y si les gusta, voy”.

Y pidió además trombón, saxo, conga, bajo electrónico, timbal y guacharaca. Junto con los instrumentos, Fuentes le dio carta blanca para que mostrara su estilo.

Según su biografía, Lisandro remplazó el guitarrón inicial de los corraleros por un bajo electrónico y le cambió el patrón rítmico, reemplazó la caja por un timbal y como no había timbalero, le echó mano a Julio Estrada, quien entonces era el muchacho que hacía utilería en el estudio y se notaba que le gustaba la percusión, le preguntó si había visto tocar al timbalero de la Billo’s. Estrada le contestó que sí y Lisandro le dijo: “Así vas a tocar el timbal”.

Acababa de descubrir a otro futuro gran maestro de la música colombiana y pronto vio en él nuevo timbalero rasgos parecidos a la muñequita del logo de una famosa salsa de tomate. Cuando en Fuentes le preguntaron quién había hecho sonar el nuevo instrumento, Lisandro respondió: ‘Fruko’. Y con eso le dio a Estrada el nombre artístico por el que el mundo lo conoce. Aquella grabación fue el éxito Suéltala pa’ que se defienda, con voz de Tony Zúñiga.

Le seguirían La burrita, La hierbita y Hace un mes, éxitos que identifican la etapa de Meza en Los Corraleros.

“Con los Corraleros aprendí a tener un grupo, a dirigirlo, porque fui su director, aprendí a conocer las necesidades de los músicos y a quererlos como padre, como hermano de todos. Así he mantenido las agrupaciones por largo tiempo”, decía. De su mano, la agrupación cambió el sonido y se hizo más internacional.

Lisandro Meza era un ídolo del acordeón y en 1969, conocedor de los numerosos ritmos folclóricos, decidió aventurarse a participar en el Festival Vallenato. Un año atrás, su antiguo maestro, Alejo Durán se había coronado como primer rey vallenato, él también quería esa hazaña.

El fallo le fue adverso, pero el folclor, a la postre terminaría ganando. El jurado eligió a Nicolás ‘Colacho’ Mendoza como rey vallenato. Pero Lisandro quedaría dolido.

“Para el pueblo vallenato fui ganador, pero pudo más el regionalismo y le dieron la corona a Colacho -contaba en la entrevista de Une-. La gente del pueblo me hacía coros y pedía la corona, pero a última hora, no. Entonces hubo un resentimiento, porque hablaron que yo no me podía ganar un festival porque era sabanero. Me discriminaron ahí. Yo les estaba enseñando a los jóvenes cómo se tocaba el paseo, el merengue, la puya y el son. Pero como yo oí la conversación, juré que no tocaba más vallenato y me abrí”.

De esa experiencia le quedaron el título de El rey sin corona y el juramento que lo llevó a crear un estilo propio. Lisandro Meza ya no se ajustaría a las normas de los aires vallenatos, él se haría sus propios ritmos, crearía su sonido propio, el estilo ‘Limeza’, inscrito dentro del sonido sabanero. “Y toqué Entre rejas, El guayabo de la ye y La miseria humana”.

Ya hablamos de clásicos colombianos que suenan sin parar cada diciembre. Entre rejas, la historia del hombre que desde la cárcel sabe que su pareja, Petra, está siendo infiel. El guayabo de la ye lo han tarareado generaciones. Y La miseria humana, una décima del poeta Gabriel Escorcia Gravini, que como un Édgar Allan Poe costeño, narra la visita nocturna de un poeta al cementerio a rendirles su respeto a los muertos y allí se encuentra con la calavera de quien fuera su amada, quien lo asusta y al verlo huir le grita “Aquí tienes que volver y calavera serás”. A Meza no le importó que la letra requiriera diez minutos de canción, la grabó igual, en 1976, y la convirtió en un clásico.

***

“Las canciones tienen que hacer reír o llorar, o si no la gente no les para bolas”, decía Meza sobre la experiencia como inagotable hacedor de éxitos. Para la muestra de lo primero están: El polvorete con su pregunta inicial: “¿Quien quisiera tener la dicha que tiene el gallo’”, ya nos muestra su estilo en todo su esplendor. Las tapas (“Ay dame las tapas, mi negra, pa tapá la olla, mi amor”), ya grabada con Los Hijos de la Niña Luz, mantiene esa jocosidad. Y Meza sonriente y con tono de picardía decía que era la gente la que asociaba Las tapas con algo más:

“Yo la canté, le puse un sentido, pero la gente le dio la vuelta a la vaina, la vuelta a la arepa. Yo estaba hablando de las tapas de la olla, pero la gente de una vez: que las tapas son las nalgas. Y cuando a Alfredo Gutiérrez le pegaron una planera allá en Venezuela y le pusieron “las tapas” moradas, le cambiaron el sentido”, relató en la entrevista de Viviendo la noche.

Y parece mentira, Las tapas pudo ser un éxito de Joe Arroyo, quien cuando apenas comenzaba ya tenía el perfil de grande. Así lo relató Meza en un Carnaval de las Artes, en 2019: Lo lleve un día a grabar. Dije: ‘Voy a poner a este pelao a grabar Las tapas’ y le dije: ‘Si tú le das el gusto del folclor, grabas el tema y quedas inmortalizado para siempre. El cantó, pero le faltaba el viaje, porque el folclor había que saberlo cantar y no todo el mundo sabe. Joe después hizo otras cosas, pero en ese momento aún le faltaba. Entonces, la grabé yo y fue el primer golpe que hice con Lisandro Meza y Los Hijos de la Niña Luz”.

Y entre todas está Baracunátana, un éxito de los tempranos 80. “No llevo para mi casa, una mujer baracunátana”, este inolvidable éxito que a los cachacos les sonaba como un trabalenguas, de palabras indescifrables que tuvo una segunda vida roquera cuando la grabó Aterciopelados, en 1996. Era inevitable preguntarle por el significado de esta canción a Lisandro Meza en cada entrevista:

“Llegaba a Maicao y un día no vi al que me bajaba la maleta -recordaba Meza- Cuando lo vi, le dije: ‘Quiubo, qué pasó, que no te veo’. Respondió: ‘No, viejo Lisa, pasa que la ‘lea’ que yo tenía se me volvió cucharambí, se me volvió curuculocolo y también baracunatana”.

-¿Y baracunatana qué es? -le preguntó Meza al hombre entristecido

-Que le gusta el monte.

-¿Y cucharamí?

-Usted está en nada, viejo Lisa, tiene que quedarse en Maicao para que aprenda.

– ¿Qué es cucharamí?

-Que le gustan las otras viejas…

-¿Y turucunocolo…?

“Eso si no se puede decir –afirmó Meza en la charla del Carnaval de las Artes del 2020, poniéndole suspenso al auditorio-. ¿O se los digo?

-¿Es que usted no se lo imagina: … turun… culo…locolo?»

El hombre le relató que encima la mujer “se fue con un man y yo la vi, un man que tenía una cachucha…”. Prácticamente el hombre que le ayudaba con las maletas le dio la historia de la famosa canción. Meza se la contó a su autor de cabecera, Leonidas Plaza, para la que la convirtiera en el éxito que todos conocemos. A esta  le seguirían muchos más éxitos: Tas pillao, por ejemplo, y en el 2008, causó revuelo con Para político no. 

***

Entre los logros de Meza está el haber conseguido un récord de taquilla en el Hollywood Palladium de California, en 1970, así como el hecho de que canciones suyas hubieran coseguido 19 veces el título de ‘disco de la Feria de Cali’. Su discografía abarca 127 álbumes y ha pisado escenarios de todo el mundo, desde el Madison Square Garden, hasta una gira por África, en la que se le midió a llevar sus canciones a lenguas africanas para ilustrar al público la conexión que había entre su música y la del Caribe.

Además de El rey sin corona, en otras latitudes le han puesto otros nombres. Por ejemplo, en Paraguay lo llaman ‘El rey de la cachaca’, porque a su música la llaman ‘la cachaca’ en ese país. Y en Perú lo conocen como El Macho de América. “Una periodista una vez me preguntó: ¿Por qué le dicen El Macho de América? -relató el también llamado Rey Sabanero del Acordeón-: Le contesté: porque cuando mi mujer me pega, no lloro”.

En décadas recientes Meza, en unión con otros grandes de su tiempo, como Alfredo Gutiérrez y los fallecidos Calixto Ochoa y Adolfo Pacheco Anillo se unieron para proteger las tradiciones musicales de su tierra y tratar de enseñarles a las nuevas generaciones a distinguir sus raíces.

Se fue un grande.

LILIANA MARTÍNEZ POLO
REDACCIÓN DE CULTURA
@Lilangmartin

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