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Gómez Plata tiene un club de tesas de la robótica

Arriba, de izquierda a derecha: Shalma, Aura, Mariana, Lorena, Luciana, Laura, la pequeña Ximena, Paulina, Isabela, María Fernanda. Y abajo Lorena y Tatiana. Ellas conforman el club de robótica de El Salto, junto con el profe Pedro. FOTO CARLOS VELÁSQUEZ
JUAN FELIPE ZULETA VALENCIA

En zona rural del municipio un grupo de niñas dio vida a un proyecto con el que esperan cambiar su futuro y algunas realidades del corregimiento.

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Fue Ximena la que se adueñó del micrófono ante la multitud y dejó boquiabierto al director del Sena, Carlos Mario Estrada, cuando visitó Gómez Plata en enero pasado para poner la primera piedra de la nueva sede del Sena.

La historia que contó la pequeña de seis años es la de unas niñas de la Institución Educativa Rural El Salto, corregimiento enclavado en el triángulo que une a Gómez Plata, Guadalupe y Carolina del Príncipe, en el Norte de Antioquia, que decidieron medírsele al reto de la robótica y hoy sueñan en grande.

Todo comenzó en plena pandemia cuando a manos del profesor Pedro Adolfo Lezcano Atehortúa llegó la posibilidad de sumarse a una iniciativa promovida por la Fundación Global que ofrecía unos kits y capacitación para niñas en temas de programación y robótica.

Era una oportunidad que el profe bien sabía que nunca habían tenido en el corregimiento, pero tenía dudas de tomarla. La pandemia apenas despuntaba y reinaba la incertidumbre. Sin embargo, recibió el espaldarazo del rector y tomó el teléfono y comenzó a llamar a las familias.

Nueve niñas aceptaron la propuesta. Para algunas como Tatiana y Mariana, era la oportunidad de explorar un mundo que ya les despertaba interés, pero al que todavía no lograban acceder por falta de herramientas. Para otras fue un salto hacia la curiosidad. Y así empezó este cuento.

Ya con las horas de aprendizaje en programación y diseño, con sus primeros robots construidos y las ganas de comerse el mundo, empezaron a buscar manos amigas, y las encontraron. En un encuentro fortuito, Laura y Tatiana conocieron a Eliana Giraldo, quien decidió convertirse en la madrina de este proyecto.

No es solo armar robots

El club de robótica de las estudiantes de El Salto ya logró competir en Rionegro. Allí fue donde tejieron una verdadera amistad y, a pesar de estar separadas en dos grupos de cinco, se juntaron en medio de la competencia cuando el robot de uno de los equipos falló. Esa adversidad en medio de su primer evento fue decisivo para ellas.

Luego fueron a medirse a la UPB, esta última fue una competencia internacional para la cual contaron con una mejor preparación por parte de profesionales del Sena.

Y hoy no tienen techo. Este año, cuenta Mariana, se trazaron tres objetivos: enseñar a programar a un grupo de pequeños que empezaron a madrugar los sábados, día del encuentro del club, pidiendo pista para que las chicas y el profe Pedro los integren.

La segunda meta, cuenta Tatiana, es aumentar el grado de dificultad y para ello necesitan mejores recursos de los que hoy tienen. Esto requiere kits de mecánica más elaborados y equipos con los que puedan aplicar inteligencia artificial.

Eliana y muchas otras manos están trabajando para montar este año en el colegio un laboratorio de robótica más amplio que pueda acoger a más estudiantes. Las chicas anhelan tener herramientas que les permitan cumplir con el tercer objetivo, el más importante para ellas.

“Aprendemos a programar, logramos armar unos robots, ¿y luego qué?” Esa es la pregunta con la que el profe Pedro se ha encargado de mostrarles que el club no es un fin sino un medio, y que la verdadera meta es dejar huella en su comunidad, un corregimiento cargado de carencias y pocas oportunidades, en el que muchos estudiantes reconocen que el único incentivo para ir al colegio es recibir la comida que allí les entregan.

El profesor las retó a que empiecen a cranear qué aportes pueden hacer que ayuden a hacerle la vida más amable a las personas a su alrededor. Una idea es que puedan desarrollar alguna solución para mitigar la falta de agua potable en el corregimiento, alguna especie de filtro que surja de la inventiva y el conocimiento que están adquiriendo.

Por ahora –y así lo reconocen– el club ya ha logrado transformar sus propias vidas. Mariana y Lorena, por ejemplo, tienen que tomar todos los días un teleférico con el que surcan la montaña y además deben esperar varias horas al día para tomar un bus que las lleve al colegio y las regrese a casa. Esto no mengua su anhelo de entrar a la universidad una vez terminen el bachillerato el próximo año.

Aprender a programar, a darle vida a un robot. Salir del corregimiento, un pequeño punto en el Norte de Antioquia con un problema complejo de embarazo adolescente, le ha mostrado a Mariana, Lorena, Laura, Tatiana y a todas ellas, que es posible un proyecto de vida en el que quepan todos sus sueños.

US$300 les cuesta la inscripción en un torneo de robótica, sin contar los demás gastos.

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