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Económicas

Fabricantes de calzado: tienen permiso, pero no pueden volver a labores

Este sector de la manufactura se siente en un limbo. Cien mil personas dependen de esta industria en el área metropolitana de Bucaramanga.

Las fábricas de calzado están vacías. No hay trabajadores, pero sus bodegas están llenas. Se estima que hay represados unos 700.000 pares de zapatos que no lograron despachar el fin de semana que inició el simulacro de aislamiento que terminó convertido en una extensa cuarentena.

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En Bucaramanga y su área metropolitana unas 100.000 personas trabajan en esta industria. Muchos de ellos por destajo, como los cortadores, ensambladores y armadores. Esto quiere decir que se ganan el día a día. En tiempos de coronavirus si no trabajan, no comen.

Foto: Asoinducal

Aunque el pasado 27 de abril el Gobierno dio luz verde al sector del calzado para comenzar a operar bajo protocolos de seguridad, el gremio prefirió esperar unos días más. En las cuentas de la Alcaldía de Bucaramanga la manufactura podía iniciar labores el 4 de mayo, sin embargo, dentro del gremio del calzado la ecuación no es simple. Esta reapertura puede dilatarse.

Martha Jaimes, una microempresaria del calzado, lo explica muy bien: “Pagamos dos millones de arriendo, no podemos abrir el almacén ni fabricar zapatos porque los pedidos los congelaron. Se le acaba el capital a uno y no hemos recibido ninguna ayuda”.

La historia de Martha se replica por cientos, tiene una famiempresa que inició hace seis años y ha logrado levantar a pulso una fábrica y vender sus productos de Calzado Marpico en el barrio San Francisco, un icónico sector del calzado en la ciudad. En esa misma casa vive con sus tres hijos y trabaja. No sabe cuándo podría abrir porque tiene represados unos 200 pares de zapatos y no tiene suficiente músculo financiero para sostener los sueldos de sus seis empleados, dotarlos con elementos de bioseguridad e invertir para reiniciar labores.

“La crisis nos ha desnudado. Ha puesto en evidencia nuestra cruel realidad. El sector tiene un 70 por ciento de empresas no formales, por eso hay que hablar de las unidades productivas, que son la famiempresa, la empresa de garaje, la micro, la pequeña”, dice Wilson Gamboa Meza, representante de la Asociación de Industriales del Calzado y Similares, Asoinducals.

El sector del calzado solo tiene 1.780 empresas registradas en la Cámara de Comercio, cuenta Gamboa, y unas 3.400 unidades productivas no formales. En Bucaramanga es común que un garaje o una casa se convierta en una fábrica de calzado.

Ahí también reside el problema para que todos cumplan con protocolos tan exigentes de seguridad. “La distancia entre un armador y otro no alcanza a ser de un metro. Hay fábricas que tienen cómo adecuar las mesas, pero en otras hay habitaciones en donde tienen que trabajar encerrados cuatro cortadores”, cuenta Juan, quien ha trabajado por 18 años en el calzado.

Foto: Asoinducal

Este problema es una realidad, y como dice el representante de Asoinducal, se va a convertir en el “cuello de botella” para que las empresas del calzado puedan volver a laborar. “El sector del calzado labora en espacios muy reducidos. Ahí habrá un cuello de botella porque el protocolo dice que de máquina a máquina debe haber por lo menos dos metros, al igual que entre operario y operario, entonces las empresas van a tener que reducir en un 50 por ciento el ingreso de trabajadores”, asegura.

Todos los días Rodolfo Manco Villadiego recibe una llamada de uno de sus 115 trabajadores. ¿Cuándo vamos a empezar a trabajar, don Rodolfo?, le preguntan. Él no tiene respuesta. “Ellos están padeciendo literalmente hambre y nuestro músculo financiero quedó invertido en el producto que teníamos, quedamos ilíquidos. No tenemos a quién venderle nuestros productos”, cuenta. Su empresa, Merrock, depende del comercio al por menor y por lo tanto necesitan que los almacenes y las grandes superficies se reactiven para venderles sus productos. Tienen represados 17.000 pares, que representa una inversión de 600 millones de pesos.

Foto: Cortesía Merrock

Rodolfo le debe todo lo que tiene al calzado, allí encontró una oportunidad casi por accidente. Es oriundo de Tierralta, Córdoba, sin embargo tuvo que salir desplazado por la violencia, primero llegó a Santa Marta y allí trabajó en un almacén de calzado como aseador y bodeguero.

La vida de la ciudad era difícil e intentó volver al campo, pero las condiciones seguían siendo adversas, así que se mudó a Bucaramanga. “Teníamos amigos que conocimos en Santa Marta, uno de ellos nos regaló una tiras y empezamos a hacer unas sandalitas, solo para subsistir”, cuenta. Al principio ‘maleteaba’ en los pueblos, después logró afiliarse a Asoinducal, exponer, estudiar allí mismo y avanzar.

“El dueño de fábrica está haciendo un esfuerzo titánico, porque es latente la necesidad de que nuestros empleados empiecen a trabajar, se convirtieron en una población vulnerable”, explica Gamboa.

Sin embargo, la preparación de los protocolos se está adelantando en algunas empresas, deben tener alcohol y antibacterial en puntos estratégicos en las plantas de producción, elementos personalizados para cada trabajador, duchas, tapabocas y polainas.

El gremio pide ayudas. Por ejemplo, que se habilite el tránsito de motos para los trabajadores de 6 a 8 de la mañana para que puedan llegar a las fábricas, para que no tengan que utilizar el transporte masivo, porque no es viable que solo vayan a trabajar quienes vivan cerca a las fábricas, como recomienda el Gobierno. Además, piden ayudas económicas, por un lado que los bancos les den liquidez y por el otro que se realice una exención de IVA.

Empresas como estas son las que están en riesgo en Bucaramanga, al borde de la extinción. No hay demanda ni tampoco materia prima. Por eso, aunque tenga el permiso del Gobierno nacional y local para reiniciar labores no pueden hacerlo.

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