Atrás quedan los tiempos en los que la sodomía era un crimen que llevaba a la hoguera, el anticonceptivo para llegar virgen al matrimonio o una desviación enfermiza. El ‘revival’ de esta práctica sexual que no es compatible con las prisas tiene también su parte de explicación en la revalorización del trasero como elemento erótico.
Al principio, esta falta era cometida, mayormente, entre personas del mismo sexo. Con el paso del tiempo y la consideración de que las relaciones sexuales tenían como única finalidad la procreación y el placer era un simple accidente (que no era deseable que viniera solo), empezó a considerarse también el delito de sodomía en las uniones hombre-mujer.
“Un canonista anónimo del siglo XV, identificaba estas prácticas sexuales como un delito cuando lo cometía el marido con su esposa, porque ‘el bien de la prole se pone a prueba en el caso de los cónyuges”, subraya Chamocho. “Incluso hubo un teórico, en el siglo XVII, el franciscano Sinistrari D´Ameno, que llegó a publicar toda una obra dirigida a hacer comprender a la sociedad que el sexo entre dos mujeres también debía considerarse como una relación sodomítica. Así, el considerado vicio sexual en el género femenino corría la misma suerte que el de los hombres”.
Como se apunta en el libro de Chamocho, la despenalización del delito de sodomía se fue realizando con la Ilustración y con la redacción de los primeros códigos penales a comienzos del siglo XIX, bajo la corriente del pensamiento del derecho natural racionalista, que consagraba el principio de la libertad de los seres humanos. “Se empezaba a comprender que las relaciones sexuales consentidas, íntimas, sin perjuicio de que fueran o no dirigidas a la procreación, dentro o fuera del matrimonio, y con personas o no del mismo sexo, formaban parte del desarrollo de la libertad de cada uno de los ciudadanos, no pudiendo entrar el Estado a criminalizar esas conductas”, puntualiza Miguel Ángel Chamocho.
Aunque despenalizada esta práctica, no se libró de su halo de pecado, falta o desviación y pasó entonces a ser considerada como una conducta patológica, enfermiza, que exigía una respuesta médica a través de la psiquiatría. “Nace así la medicina forense para valorar y calificar a los “invertidos sexuales”, sentencia este historiador.
El auge del sexo anal
“Hoy podemos decir que esta práctica ha aumentado en cuanto a frecuencia y que es una actividad habitual en parejas jóvenes heterosexuales”, señala la ginecóloga y sexóloga Francisca Molero, también directora del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología. “Pero no solo eso, hay también muchos hombres que, sin considerarse homosexuales, tienen relaciones con otros hombres porque quieren ser penetrados, o les piden a sus parejas femeninas que lo hagan con un dildo o juguete sexual”.
En esta evolución de la conducta sexual, algunos hombres se plantean explorar, en carne propia, el placer que puede proporcionarles el sexo anal con sus parejas femeninas. “La mayoría lo hacen muy tímidamente e, incluso, buscan un permiso profesional o social”, señala Raúl González Castellanos, sexólogo, psicopedagogo y terapeuta de pareja del gabinete de apoyo terapéutico A la Par, en Madrid. Serena, masajista erótica, que trabaja en la capital y se anuncia en internet, reconoce que muchos hombres le piden el extra del pegging (penetración anal con un dildo y un arnés). “Son heterosexuales, pero quieren probar esta práctica o ya la han probado y les resulta muy excitante. Sin embargo, no se atreven a pedírsela a sus mujeres o parejas por temor a su reacción”, señala.
Este revival de la sodomía puede tener también su parte de explicación en la revalorización del trasero como elemento erótico, ahora que se llevan las culonas (Jennifer Lopez o las Kardashian) y que, personas de ambos sexos demandan, cada vez más, implantes de glúteos. “El sexo anal ha tenido mucho protagonismo en otras culturas, sobre todo de países africanos o de América Latina”, señala Molero, “ya que es una práctica que permite tener relaciones a la vez que se mantiene intacto el himen, como prueba de virginidad, algo imprescindible en muchas sociedades para poder acceder al matrimonio”.
Una zona sensible y muy metafórica
“La sensibilidad en el ano se debe a que es una rama de la zona pélvica muy enervada. En la mujer hay solo una pared que separa el recto de la vagina, y para muchas el sexo anal se puede comparar con la sensación que produce una penetración profunda”, comenta Molero. “En el hombre, está todo el tema de la estimulación prostática; pero, además, el esfínter anal forma parte del suelo pélvico y todos hemos oído sobre la relación que tiene esta parte de la anatomía con los orgasmos y el placer”.
El annilingus es una práctica que sube al cielo a mucha gente, aunque no es fácil encontrar voluntarios para llevarla a cabo. “Toda actividad sexual relacionada con el ano requiere de una especial delicadeza, de más tiempo y dedicación”, recuerda Molero. “El sexo anal no es compatible con las prisas. Hay que tener un mayor grado de excitación, hay que ir poco a poco, utilizar dilataciones progresivas (con la mano o algún juguete erótico) y echar mano de algún lubricante. Requiere también un grado de erección más potente y, sobre todo, hay que tener en cuenta que es la práctica sexual que entraña más riesgo a la hora de contraer una ETS. Hay que usar, por tanto, preservativo, pero a menudo no se hace porque el riesgo de embarazo es cero. No olvidemos que la mucosa anal está muy vascularizada. No es como la vaginal, que es más fuerte y tiene varias capas. La del ano tiene muchos vasos sanguíneos y es fácil que haya pequeñas erosiones que produzcan sangre, lo que aumenta el riesgo de contraer una ETS”, apunta esta ginecóloga.
En el 2013, la actriz Isabelle Stoffel presentó en Madrid y en el Festival de Edimburgo, un monólogo basado en el libro autobiográfico La rendición de la neoyorquina Toni Bentley, que trataba, entre otras cosas, esta cuestión. Pues bien, en una entrevista a EL PAÍS, Stoffel argumentaba teorías como esta: “En el culo, la verdad siempre sale a la luz. Una polla en un culo es como la aguja de un detector de mentiras. El culo no puede mentir: si mientes, te duele”. O esta otra: “En la sodomía, la confianza lo es todo. Si te resistes, pueden hacerte daño de verdad. Con esta práctica he aprendido mucho, pero, sobre todo, he aprendido a rendirme”.