Por Angela Dewan
(CNN) – En Tokio, las multitudes se congregaron en parques todos los días para ver las flores de cerezo en su apogeo. A casi 10.000 kilómetros de distancia, en Washington, la gente estaba haciendo exactamente lo mismo.
Al igual que muchas personas en tantos países, ignoraron deliberadamente los consejos del gobierno para quedarse en casa y mantenerse lejos de los demás, ya que el coronavirus se propaga rápidamente, matando a miles y cambiando la vida cotidiana tal como la conocemos.
Pero, ¿son realmente las flores de cerezo o las playas de Australia y California, o los parques del centro de Londres los que inspiraron a multitudes de personas a abandonar sus hogares durante una pandemia? Es verosímil. No hay mucho que hacer, ya que las ciudades de todo el mundo se han cerrado.
Sin embargo, hay algo más atractivo acerca de ir a estos lugares, y es lo que amenaza con empeorar la pandemia: otras personas.
Parece que los humanos simplemente no podemos mantenernos alejados los unos de los otros.
Incluso en Italia, el país con la mayor cantidad de casos y muertes por coronavirus en el mundo, 125.000 personas fueron multadas por infringir las reglas de restricción de movimiento. Muchas de estas violaciones fueron cometidas por personas que intentaban escabullirse y encontrarse con otras personas, informan medios italianos.
El deseo de estar físicamente cerca de los demás es la naturaleza humana. Los humanos, o nuestra especie ancestral, más precisamente, hemos sido criaturas sociales desde la Edad de Piedra. Muchos estudios demuestran que los cazadores-recolectores formaron “bandas” ya que les resultó más eficiente encontrar suficiente comida para sobrevivir a través de esfuerzos conjuntos. También encontraron fuerza en los números, evitando amenazas, ya sean animales o humanas, más efectivamente como grupo.
En un largo proceso evolutivo, los humanos hemos desarrollado sociedades altamente sofisticadas en las que cooperamos para sobrevivir y mejorar nuestras vidas, según muestran los estudios.
Hoy, tener contacto físico consensuado con otras personas y disfrutar de la compañía de carne y hueso libera todo tipo de químicos en el cerebro y el cuerpo, por ejemplo, endorfinas, serotonina y oxitocina, que esencialmente nos dan sentimientos de felicidad e incluso amor.
Por eso, cuando vamos a un concierto o un partido de fútbol, no son solo los atletas o los músicos los que nos dan esa sensación de euforia. Estar con muchas otras personas se suma a esos sentimientos.
“No a todos les gustan estas situaciones, algunas personas odian las multitudes. Pero para aquellos que lo hacen, estar con muchas otras personas crea un placer fisiológico, endorfinas, etc.”, dijo Michael Muthukrishna, profesor asistente de psicología económica en The London School of Economics and Political Science.
Después de eventos como este, la gente dice que se sienten más unidos entre sí y que se sienten parte de algo más grande, comentó a CNN.
“Es una sensación maravillosa ser parte de algo más grande. Animar por tu cuenta no es tan bueno como animar con un amigo, y eso no es tan bueno como animar en una gran multitud cantando gritos de guerra. Fisiológicamente crea una sensación del individuo disolviéndose en el todo”.
En estas sociedades sofisticadas que hemos desarrollado, dependemos mucho unos de otros para sobrevivir.
En los días de cazadores-recolectores, una persona o familia puede haber sido responsable de encontrar comida, cocinarla, construir una casa y confeccionar ropa. Ahora confiamos en otras personas de todo el mundo, con sus propios conocimientos y habilidades, para llevar a cabo diferentes funciones esenciales para sobrevivir, explica Muthukrishna.
“Nuestra sociedad es tal que tenemos una división del trabajo y un mundo entero más complejo que incluso los más inteligentes entre nosotros podrían entender. Cada uno de nosotros comprende una pequeña porción del mundo y el resto es adquirido socialmente”, afirmó.
“Es lo que llamamos la ilusión de profundidades explicativas: suponemos que entendemos cómo funciona el mundo, pero realmente tenemos una comprensión muy pobre de la mayoría de las cosas. Estamos felices de confiar en las personas que lo hacen. Por ejemplo, crees en gérmenes. Puede que los hayas visto al microscopio, pero realmente crees en ello porque confías en las personas que saben que existen gérmenes, aunque en realidad no tienes acceso a esa información”.
También nos gusta mucho el contacto
El coronavirus y la necesidad de distanciarnos físicamente ha puesto gran parte de nuestras vidas en línea. Tenemos reuniones de trabajo por videoconferencia, hablamos por Skype con amigos y familiares con los que no podemos encontrarnos y vemos Netflix en lugar de salir a cenar.
Pero cualquiera que haya tenido una relación a larga distancia o tenga amigos y familiares en lugares remotos sabe que Skype simplemente no es lo mismo.
En parte, es porque realmente nos gusta el contacto.
Darle un abrazo, un apretón de manos o un beso a alguien libera esos mismos químicos en el cerebro y en el cuerpo que nos hacen felices. Este proceso natural se desarrolla desde el comienzo de la vida: el tacto es el primer sentido que desarrolla un bebé en el útero.
Los recién nacidos pueden ver muy poco y su audición es turbia durante algún tiempo después del nacimiento, por lo que se recomienda encarecidamente el contacto piel con piel entre padres y bebés para crear vínculos.