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La vida en un barrio de invasión donde alquilan casas de tablas hasta por 300.000 pesos

ESNEYDER GUTIERREZ

En Vallejuelos se levantan casas de materiales todos los días. La cotidianidad está rodeada de ilegales, pero también de venta de animales vivos y música.

TOMADA DE:https://www.elcolombiano.com/

Archivo:ElColombiano.svg - Wikipedia, la enciclopedia libre

“¡Gallinas, gallinas!”, grita un hombre. Lleva tres animales que, bocabajo, se retuercen. A cuestas, otro carga una lavadora, subiendo una pendiente pronunciada, de escalones cortos. Suena reguetón y vallenato en equipos de sonido que no se ven, pero que están dentro de unas casas de tablas. En algún recoveco huele a bocachico asado, hecho en leña, traído del Bajo Cauca.

Mucho se ha escrito sobre las recientes invasiones en Medellín. En la comuna 8 lotean y venden la tierra, lo mismo en Moravia y Nueva Jerusalén. Pero poco se habla de la cotidianidad de estos barrios irregulares.

El sector Vallejuelos, por la vía al túnel de Occidente, es donde más rápidamente han crecido las invasiones. Después de la pandemia, cientos de familias han llegado a la ladera y, con sus manos y poca ayuda, han levantado cientos de casas. Según el último reporte de la Alcaldía presentado a este medio, el año pasado se reportan 644 construcciones irregulares. Los líderes de la zona dicen que hace seis años había 150 casas y que ahora hay 1.200.

La realidad es dual. Por un lado están cientos de familias empobrecidas, desplazadas, que viven en casas de madera y piso de tierra; por el otro están los que se lucran. El lote en Vallejuelos cuesta uno, dos o tres millones. “Hay mucha gente aprovechada, que tiene casa en otros barrios y compra acá para construir y alquilar”, dice alguien del barrio.

Todos lo saben. Los arriendos en casas de tablas, con servicios públicos robados, cuestan hasta 300.000 pesos. La luz la toman del alumbrado público. Los postes están repletos de cables intrincados, pelados, que pasan sobre los techos de zinc. Este año hubo un incendio que destruyó 20 casas. “Eso es una tragedia anunciada, esos cables van a provocar un cortocircuito y un incendio. Es cuestión de tiempo”, comenta un líder.

El agua la sacan del acueducto. Un día cavaron hasta encontrar el tubo madre que pasa por la parte superior, y de ahí se pegaron. Lo mismo hicieron con el alcantarillado.

También lo saben todos: detrás del loteo están “los de la vuelta”, que en ese sector son “los paracos de Blanquizal”, una fracción de Los pesebreros que a la vez responde a la Oficina. Ellos también reciben tajada de los arriendos.

En la parte baja del barrio hay cuatro muchachos que sacan arena y piedras de un acopio. Los materiales los llevan en un motocarguero hasta donde sea posible y luego los suben a pie, por las escaleras. Ladrillos, arena y piedra van a dar forma a las decenas de casas que están en construcción. Porque el levantamiento de ranchos no para y ya todos saben que la Alcaldía no los va a detener. “Hay tres acopios en el barrio. Nosotros vendemos para todos lados. Antes tumbaban, pero ya no pasa nada, porque se salió de control”, dice uno de los hombres del acopio.

Vida cotidiana

En Vallejuelos dicen que las tiendas lo convierten “en un barrio completo”. Hay papelerías en casas de tablas. Una de las tiendas, también de madera y revestida de lona verde, la atiende una mujer que se dedica a las confecciones. Vende los huevos a 700 pesos y la gente se lleva máximo de a cinco. También se alquilan lavadoras por 15.000 o 20.000 pesos al día, y lo más difícil es llevarlas en hombro hasta la casa de los clientes.

Entre la gente hay temor por “los de la vuelta”, que pasan en sus motos, merodeando. “Qué miedo esa gente, ya llegó”. “No tomen fotos, que ya dieron la orden”, advierten.

Los caminos del barrio son estrechos, en escaleras o sendas de concreto vaciado. Por uno de ellos se llega a la casa de Fernando Álvarez, un hombre ya anciano, enfermo, desplazado de Nechí por la violencia. Fue minero casi toda su vida y el contacto directo con el mercurio, le dijo una médica, le causó el Párkinson que hoy padece.

La pipeta de gas en Vallejuelos cuesta 100.500 pesos. Por eso, Fernando y su familia tienen un fogón de leña en el que asan los bocachicos que un familiar les trajo del Bajo Cauca. Cuando hay plata, hay gas, cuando no, se cocina fuera de la casa, en otro quiosquito también de tablas y piso pelado.

El mobiliario de la casa de Fernando es modesto en extremo. El comedor, que es de cuatro puestos, tiene un mantel roto, y los muebles están desvencijados. “Somos desplazados, necesitamos ayuda del Estado”, dice Fernando.

Debajo de una casa levantada sobre una pendiente hay un corral con gallinas. Tener animales vivos es tal vez la única garantía de comida para el futuro. “Pedimos ayuda a gritos del Estado, porque esto puede terminar en tragedia”, reitera alguien, canalizando el sentir de muchos.

 

 

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