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La revaluada tradición en torno al marrano en Medellín

JUAN FELIPE ZULETA VALENCIA

Ni la prohibición desde hace 19 años ni los altos precios han minado la costumbre de sazonar las fiestas con un buen corte de carne de cerdo.

TOMADA DE:https://www.elcolombiano.com/

Archivo:ElColombiano.svg - Wikipedia, la enciclopedia libre

Hasta ahora no ha sido posible rastrear el origen de las marranadas decembrinas en Antioquia. Y no es por falta de búsqueda. El antropólogo culinario Julián Estrada lo intentó y llegó hasta los grandes escritores que retrataron magistralmente las costumbres de los antioqueños, como Tomás Carrasquilla y Sofía Ospina de Navarro y encontró algunas descripciones interesantes: el rito del estruendoso sacrificio, la minuciosa preparación de muchos manjares, la algarabía alrededor en las calles y casas. Pero nada más.

Lo que sí es posible ubicar es el final de esta tradición en Medellín, al menos tal como fue concebida. Ocurrió el 4 de diciembre de 2003. Ese día, 17 concejales votaron para que se extinguiera la costumbre de matar el marrano en vía pública. El concejal Álvaro Múnera reconstruyó ante el recinto la historia de un cerdo al que los “muchachos” del barrio disfrazaron como guerrillero y durante cuatro días fue torturado brutalmente hasta que el 24 de diciembre lo estallaron con pólvora y luego lo remataron con un destornillador.

En su incesante búsqueda para intentar darle significados a la tradición de la marranada, Estrada, en su investigación “Francachela paisa de fin de año”, halló algunas huellas entre las fiestas religiosas en España y Francia que destinaban un día para convertir el sacrificio del cerdo en la fecha más importante del año para la vida social, una apología comunitaria a la abundancia y la prosperidad.

Si las marranadas tuvieron en algún momento vestigios de este significado, para los concejales –y buena parte de la ciudadanía que aplaudió la medida– era claro que ya no tenían esta connotación.

De todos modos la reacción fue airada. Ese diciembre hubo más de 100 decomisos de marranos, vivos y muertos, en calles y garajes. Algunos de esos decomisos terminaron en bonche. Varios gremios también pegaron el grito en el cielo: los vendedores de helechos, los matarifes y en la Minorista y la Feria de Ganado vaticinaron irreparables crisis para el negocio. Pero todo fue más humo que otra cosa. La tradición no murió, pero sí cambió y tal como decía Múnera “la fiesta debía seguir, pero no el maltrato”.

José Herrera, uno de los carniceros de la Minorista –donde históricamente distribuían los cerdos para los barrios– que atiende en la emblemática carnicería Campo Noble, reconoce que la venta de cerdos completos en época decembrina se redujo en un 60%, pero que la tradición de compartir las fechas especiales con buenos cortes de carne de cerdo sigue firme.

Jhon Jairo Hincapié, quien también despachó durante años marranos en pie a los barrios desde la carnicería Tres Carnes, señala que los clientes hace años dejaron atrás la nostalgia de las marranadas y ahora incluso disfrutan llevarse la carne no solo por cortes sino aliñada para facilitar trabajo.

Para Carlos Builes, Caliche, quien durante más de 20 años se encargó de criar en su solar los marranos que consumía buena parte de Aranjuez y la comuna 4, comprar o encargar con meses de anticipación un marrano significaba para una familia o vecinos que ese año había sido bueno, próspero, y sostiene que aunque el sacrificio callejero y el ritual de adquirir vivo el marrano desapareció para las familias comprar carne en abundancia, así sea por cortes, sigue teniendo el mismo significado.

Y así lo sienten los compradores. Andrés Pérez, quien le madrugó a la compra en la Minorista de todo lo necesario para la cena navideña, reconoce que el costo elevado de la carne golpea la tradición, mas no la extingue. El cerdo, apunta, tiene catorce cortes, suficientes para que las familias ajusten su presupuesto y garanticen pasar un momento de recogimiento en las fiestas decembrinas.

La fiesta sigue, pero no el maltrato. La ciudad parece haber asumido ya a plenitud esta premisa. Según nos dijo la Secretaria de Seguridad, este año no ha habido ningún decomiso. Las tradiciones son para revaluarlas. Hoy ni el berrido del cerdo retumbando en toda una cuadra ni los pavos desolados y borrachos aguardando que alguien pasara por las glorietas de Don Quijote y Argos tienen cabida. Lo que sí cabe es el espíritu de bienestar comunitario le ponga sabor a las fiestas navideñas.

 

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