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El solitario adiós en los cementerios de Medellín

POR VANESA RESTREPO

El tapabocas negro ahoga las palabras de Samuel Pérez, quien desde hace 20 minutos se abraza con fuerza a un féretro blanco.

TOMADA DE:https://www.elcolombiano.com/

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Su mirada no se ha despegado del vidrio ni una sola vez y solo cinco palabras se alcanzan a escuchar: “60 años de casados”, “amor”. Hace 15 horas ella le hubiera contestado, pero el cáncer no dio tregua.

Samuel no entiende nada. Tiene 12 hijos, el doble de nietos, primos, cuñadas, tías, vecinas, pero en la sala de velación se siente solo. Ana, la mayor de las hijas, le explicó que por la pandemia de covid-19 a la sala de velación solo podían entrar 15 personas, que no podían tener contacto físico y que debían sentarse solo donde las huellas marcadas en el piso lo permitieran.

Ella no murió de eso”, repite él cada vez que ve pasar a los empleados del cementerio.

En las paredes varios avisos piden mantener una distancia de dos metros y al principio todos intentan respetarlo. Pero con el paso de los minutos se quiebran los espíritus, afloran las lágrimas y, como una reacción natural, se produce un abrazo. ¿Quién piensa en distanciamiento social cuando ve a su papá, viudo y de 86 años, llorando?

Carlos Ospina, gerente de la Funeraria Campos de Paz, cuenta en tintos los cambios que se han vivido en el cementerio: de 31.000 cafés que se servían cada mes en las ocho salas de velación, se pasó a 1.500.

Y explica que desde que se declaró el aislamiento preventivo obligatorio, el 23 de marzo, las familias no pudieron volver a visitar las tumbas de sus seres queridos, las velaciones se restringieron a máximo seis horas (tres en promedio), y a las ceremonias fúnebres solo los parientes más cercanos pueden estar.

Y eso solo en casos en los que la muerte no está asociada al coronavirus. Si hay siquiera sospecha de que el finado murió por covid-19, no hay tiempo para despedidas ni velaciones: solo dos empleados de la funeraria atrincherados detrás de trajes antifluidos y escafandras embalan el cuerpo siguiendo estrictos protocolos del Ministerio de Salud y lo transportan en una cabina aislada hasta la puerta de la sala de cremaciones, donde en menos de dos minutos otro funcionario abre el horno, dispone el cadáver y enciende el fuego. Todo eso seguido por intensas desinfecciones.

“La familia en estos casos es la que se va a cuarentena. Cuando pasa ese tiempo los llamamos, les entregamos las cenizas y para ayudarlos en su proceso de duelo, si ellos quieren hacemos ceremonias posteriores”, dice Carlos.

Ni siquiera hay espacio para ataúdes, pues su incineración aumenta las emisiones de gases, algo que en Medellín está regulado.

El dolor se puede prolongar si la familia recibe, días después, el resultado negativo de la prueba. “A mi tío lo tuvimos que cremar, no pudimos hacer velación. A los cinco días supimos que no tenía coronavirus. Hoy no sé si fue mejor la despedida así, porque para mi familia una sala de velación con poquita gente significa que al muerto nadie lo quiso”, cuenta José Arturo González, quien a principios de abril perdió a su familiar por una enfermedad respiratoria.

Despedidas silenciosas
Cuando abril apenas asomaba, Antioquia supo de una mujer de 91 años que murió por el virus. Pero a las salas de la Funeraria San Vicente llegó sin ese diagnóstico: el cuerpo se preparó, se hizo velación y sepelio.

“Muchos días después de las honras fúnebres nos confirmaron que la prueba había salido positiva. Tuvimos que mandar a un grupo grande de empleados a cuarentena”, recuerda Fernando Arango, gerente de la compañía. Para su fortuna, ninguno de sus empleados se contagió. Con los otros tres fallecidos por la misma causa que han manejado, no ha habido problemas.

El virus, aunque mortal, no asusta a este hombre que lleva 49 años dedicado a servicios funerarios. “En los 80, cuando apareció el Sida, empezamos a tener estos trajes de protección antifluidos. En esa época era aún peor porque no había tanto protocolo ni tanta información, entonces había algo de paranoia”, dice, y agrega que fue precisamente ahí cuando se empezaron a crear protocolos de bioseguridad que hoy se siguen aplicando.

Arango afirma que lo que más le ha sorprendido de la pandemia es el aislamiento que, en el caso de la empresa, trajo algunos problemas logísticos: había pocas parroquias habilitadas para los sepelios y las salas de velación tenían muchas restricciones.

La muerte no da espera
Hoy Antioquia tiene ocho fallecidos por coronavirus, muy pocos si se comparan con los 294 de Bogotá, los 161 de Valle del Cauca, los 156 de Bolívar o los 102 de Atlántico.

En este tiempo cementerios y funerarias siguieron prestando sus servicios, aunque con restricciones. El gremio, que se considera el último eslabón en la cadena de salud, está incluido en las excepciones a la cuarentena.

“No hemos parado ni un solo día, pero sí hay que reconocer que en abril y mayo hubo muchos menos servicios. En la capilla podíamos tener hasta 12 ceremonias en un día normal, y hubo dos días, en abril y mayo, en los que no hubo ni uno solo”, dice el Gerente de Campos de Paz.

Medicina Legal le da la razón. Entre marzo y abril en Medellín apenas se registraron 92 muertes violentas (homicidios, accidentes y suicidios), mientras que en esos dos meses de 2019 fueron 222. La diferencia, creen Ospina y Arango, es que al haber menos gente en la calle, hubo también menos hechos violentos.

De los demás —aquellos que se fueron por “causas naturales”— aún no hay un conteo oficial.

Un duelo digital
Nueve días después de despedirse de su esposa, Samuel está sentado en la sala de una casa en el norte de Medellín. A las 7:00 p.m. los celulares de sus hijas se activan y la familia entera vuelve a reunirse para cumplir con la novena a los difuntos. La emoción de verse se opaca rápidamente cuando recuerdan la razón que los convoca.

Ana entona las oraciones, las ocho personas que hay en la casa responden y sus voces se confunden con ruidos entrecortados a distancia: de tres pueblos de Antioquia, cuatro ciudades del país y dos estados en Estados Unidos, se conectaron familiares y amigos.

Y es que con el aislamiento obligatorio, las misas, velaciones y demás rituales de despedida se han trasladado a un escenario virtual, extraño para la mayoría.

Isabel Cristina Arango, directora de la Unidad de Duelo de la Funeraria San Vicente, explica que esa es una forma de elaborar el duelo, pero que no es suficiente: “Las familias sienten que quedan en deuda con su ser querido. Lo que hemos estado tratando de hacer es buscar formas alternativas de elaborar ese duelo: espacios para honrar la memoria de los seres queridos, video biografías, charlas virtuales, acompañamiento”.

Aclara que los rituales son importantes por el sentido que tienen para nosotros, entonces no hay una fórmula mágica para que las familias, que ahora pasan el duelo solas, puedan atravesar ese camino más fácil.

Samuel habla poco desde que se quedó viudo. Su único ritual es hablar con una foto de su esposa, como lo hacía con el cofre fúnebre en la sala de velación. Las “conversaciones” duran horas, pero nadie sabe de qué habla.

Debe ser que, como decía Alphonse de Lamartine, en este caso también se haya encerrado, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd .

CONTEXTO DE LA NOTICIA

EN CAMPOS DE PAZ HAY UN FLORISTERO QUE LLENA LA AUSENCIA

Rosa María Restrepo perdió a su hijo y a su mamá con menos de dos meses de diferencia en 2018. Ellos eran su núcleo familiar y por eso, desde que se fueron, sus sábados y domingos se habían convertido en peregrinaciones, compra de flores y soliloquios frente a las tumbas, distanciadas por algunos metros, junto a la capilla de Campos de Paz.

La cuarentena le quitó esa oportunidad y Rosa cayó en un cuadro depresivo que hoy trata con terapia a distancia. Su apoyo en el proceso es José, un floristero del cementerio al que ella le paga cada semana para que ponga flores frescas en las tumbas de su familia. “Ya lo dijo Cheo Feliciano: los que no tenemos plata para pagar un monumento, llevamos flores para bendecir a los que queremos”, dice. El gesto le da paz a ella y alivia el bolsillo del floristero de Santa Elena. Y como remedio ante la culpa que sentía por no poder visitarlos, Rosa destinó una esquina de su casa para mantener fotos, velas, flores y una biblia. Isabel Cristina Arango, directora de la unidad de duelo de la Funeraria San Vicente, dice que estos altares se han convertido en una alternativa para honrar la memoria.

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