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A Zipacoa lo devora la contaminación

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

El lugar más triste que puede encontrarse en el corregimiento de Zipacoa es el arroyo que lleva ese nombre.

TOMADA DE:eluniversal.com.co

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Baja de unos cerros llamados Santana y Los Cocos, pero en cuanto llega al corregimiento se convierte en un relleno sanitario que alberga las basuras que los residentes no tienen otro sitio donde verter, porque hasta allá no llegan los consorcios de aseo que operan en Cartagena y en algunas poblaciones centrales del norte de Bolívar.

Rogelio Díaz Vergara, uno de los antiguos líderes comunales, dice que, desde hace mucho tiempo, los sus colegas vienen dialogando con las sucesivas alcaldías del municipio de Villanueva (al cual pertenece Zipacoa), para que el mismo consorcio que opera en esa localidad, también lo haga de este lado, pero no se ha podido.

“Últimamente –manifiesta–, lo que nos dicen es que están estudiando la posibilidad de contratar una volqueta que llegue al corregimiento, recoja las basuras, se las lleve para Villanueva y se las entregue a los camiones del consorcio. Pero por el momento es solo una idea”.

Entre tanto, personas como Marcelino Campos Arroyo, quien padece complicaciones respiratorias, dicen ser las primeras perjudicadas con la costumbre de tomar el arroyo como basurero son las vecindades de ambas riberas, debido a que cuando el cauce se llena de desechos, los pobladores optan por quemarlos, para impedir que el sedimento le quite hondura al cauce y las aguas se desborden en los meses de invierno.

“Aunque –explica Marcelino– hay que decir que en Zipacoa ya no llueve como hace veinte años, cuando caían unos aguaceros tan terribles que el arroyo se desbordaba e inundaba. Pero de todas maneras es mejor prevenir que lamentar. Lo malo es que el humo de la basura es otro factor contaminante”.

Y es así: los quemadores de basura esperan las altas horas de la noche para incendiar los desechos, cuya humareda se cuela en las viviendas, lo que produce más de una molestia, sobre todo en las personas que, como Marcelino, carecen de un buen sistema respiratorio.

A la vez que el cauce del arroyo es contaminado por el arrojo de los residuos, ese mismo cuerpo de agua, cuando es invierno, arroja sus aguas contaminantes a otros riachuelos que se encuentra en el camino, hasta desembocar en Cartagena, más exactamente en la Ciénaga de la Virgen, ya de por sí polucionada de principio a fin.

Pero no solo es el arroyo, sus basuras y sus aguas los que contaminan en el ambiente de Zipacoa. También lo hacen los equipos de sonido, preferiblemente los fines de semana, pues parece que la principal fuente de económica de esos tres días es el consumo de alcohol.

Al respecto, Loly Luz Campo Castellón, otra gestora cívica, afirma que desde el viernes comienzan las fuentes de ruido a emitir sus chorros contaminantes de oídos y almas, “pero por más que uno les recomienda que moderen el volumen, para no molestar a las personas de la tercera edad y a los enfermos, parece que la inconsciencia fuera más fuerte. Al momento de la queja, le bajan al equipo, pero en cuanto uno da la espalda lo suben nuevamente. Lo que pasa es que hasta las viviendas familiares se han ido convirtiendo en cantinas”.

La otra fuente de contaminación es deletérea contra la salud y el espíritu de los jóvenes. Se llama “microtráfico”, un fenómeno que a simple vista podría creerse que opera únicamente en las grandes ciudades o en las cabeceras municipales de las zonas rurales, pero resulta que no. Aún en un corregimiento pequeño y escondido entre cerros, como Zipacoa, se comercializan y se consumen los elementos del desastre humano.

Para Rogelio Díaz la causa del mal está en las pocas opciones de avance de los jóvenes, “porque aquí hay tres planteles educativos, pero los muchachos terminan el bachillerato, solo para trabajar en el monte o como mototaxistas. No sabemos qué pasa que ninguno logra ingresar a la universidad. Tenemos muchos bachilleres manejando motos y parrandeando los fines de semana”.

Sin embargo, los lugareños reconocen que en el mototaxismo tienen una buena opción de transporte público, sobre todo porque es barato y opera a toda hora.

“Si necesitamos ir a Cartagena –dicen–, únicamente tenemos que pedirles que nos lleven a la carretera de La Línea, y ahí tomamos un bus de cualesquiera de las rutas que pasan diariamente”.

Para viajar de Cartagena a Zipacoa se necesita tomar la carretera de La Cordialidad, desviarse hacia el municipio de Santa Rosa, seguir la carretera de La Línea y nuevamente desviarse por un camino semi asfaltado, que finalmente conduce al corregimiento.

En la vía todavía se están haciendo algunos arreglos, pero los pobladores dicen estar contentos, ya que anteriormente, cuando no había carretera sino una trocha vergonzosa, el traslado era una tortura, como lo sigue siendo la falta de un acueducto.

“Aquí pagamos el agua más cara del país”, afirma Rogelio Díaz, quien agrega que el líquido llega por medio de carrotanques que visitan diariamente al corregimiento y cobran $4.500 por un tanque de doce latas, que mensualmente duplica la factura de un barrio pobre en Cartagena”.

Otra fuente de abastecimiento es una poza que está a la entrada del pueblo, pero que solo se usa para el regadío de plantas y lavado de enceres domésticos, menos para el consumo humano. En estos momentos, el intenso verano del comienzo de año ya está dando cuenta del abrevadero, cuyos barrizales sirven para la recreación de los cerdos.

“Sería bueno que la Gobernación de Bolívar y la Alcaldía de Cartagena se pusieran de acuerdo, para traer el agua desde el barrio Villas de Aranjuez, que está a unos 45 minutos de Zipacoa”, advierten los líderes comunales, quienes también se quejan del deficiente servicio de energía eléctrica.

Dicen que es tan caro como el agua, “pero lo raro es que por más que uno ahorre, o procure tener menos electrodomésticos, eso no surte efecto, porque las facturas siguen llegando igual de caras y la empresa Electricaribe nunca da una explicación satisfactoria”, lamenta Marcelino Campos.

En Zipacoa no hay un historiador que explique, eficazmente, el significado del nombre del pueblo, que algunos escriben con C y otros escriben con Z. Pero para los antiguos pobladores debería ser con esta última letra, ya que está relacionada con la palabra “Zipa”, que era el gran jefe de las etnias indígenas que habitaban esos cerros hace más de 500 años.

Precisamente, en los cerros de Santana y Los Cocos muchos campesinos parcelan rozas donde tienen los cultivos que, cada cierto tiempo, llevan a las poblaciones cercanas y a Cartagena, pero su gran karma son las malas condiciones de las vías.

“En el pueblo –anota Loly Luz Campo– solo hay bordillos y andenes. Ninguna calle está pavimentada, pero es peor en los cerros. A pesar de que estamos en verano, los campesinos sufren las duras y las maduras para transportarse. Ahora imagínese cómo será eso en invierno”.

Los cerros ofrecen la generosidad de la tierra para los cultivos de pancoger, pero al mismo tiempo significan una gran dificultad para las comunicaciones, pues la señal de los teléfonos celulares es prácticamente nula.

“Para poder recibir o hacer una llamada –cuentan los nativos–, uno tiene que subir a un sitio alto o montarse en un árbol, como si fuera un mico. Que instalen una antena en uno de estos cerros, no nos caería nada mal”.

En Zipacoa tampoco hay gas natural domiciliario, a pesar de que el punto más cercano está en el sector El Pital, que también es el inicio de la vía que conduce al pueblo.

“A pesar de todo –observan los nativos–, este pueblo no es tan feo como hace 30 años, porque la Unidad de Víctimas, y otras organizaciones, han invertido en nosotros, por haber sufrido la violencia guerrillera de los 90”.

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