Armero solía ser un próspero municipio agrícola, conocido por su economía basada en cultivos de algodón. Hoy, casi cuatro décadas después, se ha convertido en un campo santo.
TOMADO DE: noticiascaracol.com
El 13 de noviembre de 1985, Armero no solo perdió 22.000 de sus habitantes, sino que también fue testigo de una de las tragedias más grandes que afrontó Colombia. Antes de ese día fatídico, Armero era un próspero municipio del Tolima, ubicado en una de las regiones más fértiles de Colombia, donde el cultivo del café y la agricultura eran la base de su economía.
Con 40.000 habitantes, Armero era una ciudad llena de vida, donde los niños jugaban en las calles y las familias compartían momentos en los parques y plazas del pueblo. El impacto de la tragedia de Armero no solo se sintió en la pérdida de vidas humanas, sino también en la destrucción de hogares, infraestructuras y medios de subsistencia. La comunidad internacional respondió con ayuda humanitaria, pero la magnitud del desastre dejó una marca indeleble en la memoria colectiva de Colombia.
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¿Qué pasó en Armero?
La tragedia de Armero, ocurrida el 13 de noviembre de 1985, es uno de los desastres naturales más devastadores en la historia de Colombia. Este evento fue causado por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que había estado inactivo durante 69 años. La erupción generó una serie de lahares, flujos de lodo y escombros volcánicos, que descendieron rápidamente por las laderas del volcán, arrasando con todo a su paso.
La advertencia que nunca se escuchó
El desastre de Armero no fue un accidente impredecible ni una catástrofe natural sin precedentes. Fue una tragedia anunciada durante meses, incluso años. Desde 1984, científicos, expertos en vulcanología y hasta los habitantes más cercanos a la montaña comenzaban a notar señales alarmantes: un aumento en la temperatura del Nevado del Ruiz, la muerte de peces en las cuencas cercanas y pequeñas explosiones volcánicas que presagiaban lo que estaba por venir. Incluso, un informe histórico del coronel Joaquín Acosta, fechado en 1842, había señalado la recurrencia de este tipo de erupciones y las devastadoras avalanchas que solían seguirlas.
En 1985, el volcán comenzó a emitir cenizas y, a pesar de las señales, el Gobierno nacional no tomó medidas. El alcalde de Armero, Ramón Rodríguez, junto con varios líderes locales, trató en vano de alertar sobre el peligro inminente. En septiembre de ese mismo año, la erupción del Nevado del Ruiz ya estaba en marcha, con una primera señal visible: el 11 de septiembre, el volcán comenzó a expulsar gases, vapor y cenizas.
Y, pese a las múltiples advertencias, las autoridades se mostraron indiferentes ante los informes y las amenazas, lo que resultó en la descoordinación y falta de evacuación que terminaría en el desastre.
¿Cómo era Armero antes de la tragedia?
Antes de ser arrasada por la devastadora erupción del Nevado del Ruiz en 1985, Armero era uno de los municipios más prósperos del departamento de Tolima. La región, conocida por su gran actividad agrícola, era famosa por sus vastos cultivos de algodón y arroz, que le dieron el apodo de la ciudad blanca. Su economía florecía gracias al comercio y la producción agrícola, y la vida en el pueblo transcurría normal.
Con aproximadamente 29.000 habitantes, Armero era un lugar lleno de vida. Sus calles reflejaban la actividad de una comunidad dedicada al trabajo en el campo. Las casas de este municipio eran amplias y se caracterizaban por sus grandes patios llenos de árboles frutales como mangos, guamas, mamoncillos y plátanos. La arquitectura del pueblo era sencilla pero acogedora, con viviendas dispuestas alrededor de espacios abiertos.
La noche que lo cambió todo en Armero
El 13 de noviembre, las horas previas a la tragedia fueron inquietantes. A las 4:00 p.m., la caída de ceniza comenzó a cubrir la ciudad. A las 6:00 p.m., una ligera llovizna comenzó a caer sobre Armero, lo que ya era un presagio de lo que se avecinaba. A las 7:00 p.m., la Cruz Roja Regional empezó a considerar una posible evacuación, pero la falta de respuesta del gobierno central, junto con la demora en las decisiones, fueron factores que contribuyeron a la magnitud de la tragedia.
La erupción del volcán ocurrió a las 9:29 p.m. y en ese mismo instante comenzó el deshielo de la corona de hielo de la montaña. Esto dio paso a una avalancha de agua, lodo, rocas y escombros que descendió rápidamente por los ríos Lagunilla, Chinchiná y Gualí, que inundaron todo a su paso. A las 11:30 p.m., los 350 millones de metros cúbicos de lodo y piedras arrasaron Armero, dejando al pueblo irreconocible. El pueblo desapareció bajo una capa de escombros, y miles de personas fueron sepultadas mientras dormían.
El balance fue devastador: aproximadamente 23.000 muertos, casi el 94% de la población. Tan solo el 6% de los habitantes sobrevivió, y muchos de ellos quedaron atrapados en los escombros, siendo rescatados días después, algunos incluso semanas.
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La vida después de la catástrofe que ocurrió en Armero
Después de la tragedia, la vida de los sobrevivientes cambió para siempre. Para muchos, la pérdida de seres queridos, casas y un futuro prometedor fue solo el inicio de una larga lucha por sobrevivir. Pero la reconstrucción del pueblo no solo implicó reconstruir viviendas. Fue una batalla constante por recuperar la memoria histórica de lo que fue Armero y por mantener vivo el nombre del pueblo, borrado casi por completo de los mapas.
Uno de los esfuerzos más significativos fue el trabajo de la Fundación Armando Armero, dirigida por Francisco González. A lo largo de los años, la fundación ha trabajado incansablemente para recuperar a los niños que fueron separados de sus familias durante la tragedia y que fueron llevados, en muchos casos, a otros países sin saber su verdadero origen.
La reconstrucción de Armero fue lenta y, en muchos casos, ineficaz. Las promesas de reubicar a los sobrevivientes en nuevas zonas no se cumplieron en su totalidad, y muchos de los desplazados terminaron viviendo en condiciones precarias en otras ciudades.
Omayra Sánchez, el rostro de la despedida de Armero
Una de las imágenes más desgarradoras de esa noche fue la de Omayra Sánchez, una niña de 13 años que se convirtió en el rostro humano de la tragedia. Omayra fue una de las muchas víctimas atrapadas bajo los escombros y el lodo.
Durante horas, estuvo atrapada en un agujero de barro y agua, con las piernas inmovilizadas por el colapso de su hogar y las estructuras a su alrededor. Su situación fue cubierta por los medios de comunicación internacionales, y su imagen, emergiendo de los escombros, con el rostro lleno de sufrimiento y desesperación, se convirtió en un símbolo de la tragedia.
A pesar de los esfuerzos desesperados de los rescatistas y de las condiciones extremas, Omayra no logró sobrevivir. La tragedia de su muerte, transmitida en vivo por los noticieros, conmocionó al mundo entero y puso de manifiesto la gravedad de la catástrofe en Armero.
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¿Cómo está Armero en la actualidad?
Hoy en día, Armero es un lugar que vive bajo el peso de su historia, marcado profundamente por la tragedia que le cambió la vida a sus habitantes y a toda Colombia. La antigua ubicación del municipio, donde alguna vez floreció una próspera comunidad agrícola, ha sido convertida en un sitio de memoria y reflexión.
En este campo santo, se encuentran monumentos, placas conmemorativas y un sinfín de recuerdos que evocan las vidas perdidas en la avalancha del Nevado del Ruiz. Este lugar se ha transformado en un espacio sagrado al que acuden tanto turistas como familiares de las víctimas, quienes llegan a rendir homenaje y recordar a los que ya no están.
Armero-Guayabal es el nuevo pueblo
El pueblo original, destruido en su totalidad por la tragedia, ha dado paso a un nuevo asentamiento: Armero-Guayabal. Este nuevo municipio, ubicado a pocos kilómetros del lugar original, fue levantado con el esfuerzo incansable de los sobrevivientes y el apoyo del gobierno. Las cicatrices de la tragedia son profundas, y aunque la comunidad ha logrado rehacerse en muchos aspectos, sigue luchando por mejores condiciones de vida y por un desarrollo económico más sólido.
En cuanto a infraestructura, Armero-Guayabal ha logrado avanzar significativamente. El nuevo pueblo cuenta con los servicios básicos necesarios, como escuelas, centros de salud y comercios. Y a pesar de los esfuerzos por revitalizar la agricultura, que siempre fue el motor económico de la región, la producción en menor escala de cultivos como el arroz y el algodón no ha logrado igualar la capacidad productiva que Armero tenía antes de la tragedia.