Isabel Cristina Zapata Palacio
Una fundación perdió parte de sus instalaciones por un vendaval que arrancó hasta la huerta. Piden ayuda para seguir calmando el hambre en este barrio de invasión.
De Nueva Jerusalén, la Tierra Santa, tiene poco. No porque falte fe y devoción, sino porque parece más la tierra de los olvidados. Este es uno de los asentamientos informales más grandes del Valle de Aburrá, un barrio en crecimiento que es el hogar de más de 4.500 familias.
Está ubicado en el noroccidente, entre Medellín y Bello, allá arriba donde la montaña termina. Las necesidades abundan, pero hay una que nunca se puede aplazar: el hambre.
Más allá de llenar estómagos y de entregar comida caliente a más de 350 niños, que en su mayoría solo reciben un plato al día, hay una fundación que se llama Conciencia que busca crear liderazgos en los más pequeños para que la educación y el cuidado ambiental guíen sus pasos que serán los que cambien en un futuro la cara de Nueva Jerusalén.
Las botas de los niños que suben a los comedores de la fundación llevan ese tono marrón claro que caracteriza a este barrio de invasión, ambientado por el color tierra que se empieza a asomar después de dejar al barrio París.
En su mayoría, en Nueva Jerusalén viven desplazados que construyeron sus casas con adobes y tejas de zinc que llevaron a lomo de mula.
Después de subir unos 20 minutos caminando se llega al comedor de Conciencia. Lina y Cristian son los anfitriones, una pareja que lleva 16 años pedaleando por llevar educación a esta zona de Bello.
Comenzaron dando talleres en 2008 y, con la frase “comida a cambio de educación”, arrancaron diez años después con el comedor comunitario. Todo se dio después de que una niña se desmayó del hambre en medio de las actividades que hacían ese día y cuando volvió en sí les confesó que no había comido nada desde el día anterior.
Decidieron realizar un censo en la comunidad para registrar cuántos menores también tenían hambre y resultó que 8 de cada 10 niños en la zona solo tenían una comida al día. “A algunos los acuestan temprano o los levantan tarde para que no sientan hambre”, cuenta Liliana.
Ante la necesidad de tener un comedor comunitario, la fundación Conciencia puso sus primeros cimientos en la comunidad. Compraron el lote donde se encuentran actualmente y alquilaron una aplanadora que cobraba $450.000 la hora. La gente de la comunidad se unió para cargar arena, adobes y cemento y así construyeron la que hoy los niños llaman El lugar feliz.
Este no fue el único espacio que la fundación construyó. Al lado estaba un pequeño predio que bautizaron como El ropero, donde vendían juguetes, ropa y decoración para generar ingresos extras. El ropero contaba con un antejardín hecho a pulso por los niños y jóvenes. Este tenía algo que lo hacía especial, una huerta que habían sembrado para cosechar los alimentos diarios que se preparan en el comedor comunitario.
Cerca a la huerta estaba La casita, espacio donde los niños y jóvenes de la comunidad recibían sus clases de arte, percusión, baile, matemáticas, español y se instruían en un semillero ambiental.
Pero, como si fuera otra prueba del cielo, el 21 de mayo pasado, mientras todos dormían y cuando nadie se lo esperaba, un vendaval dejó en ruinas El ropero, La huerta y La casita. Volaron, junto a las tejas de zinc, toda la papelería de las clases; quedaron sepultadas en lodo, tablas y escombros los frutos de la huerta.
Aun así nadie bajó los brazos, por el contrario, Lina y Cristian recogieron lo poco que quedó y ahora recolectan fondos para volver a empezar. Los gastos se multiplican como los panes en la Nueva Jerusalén. Sostener el comedor comunitario cuesta al día unos $700.000, sin contar el costo de 6 pipetas de gas semanales que se necesitan para cocinar.
Además, como la zona no cuenta con alcantarillado ni agua potable, la fundación instaló un sistema de filtración para aguas lluvias donde la comunidad puede beber agua sin miedo de enfermarse, que también cuesta mantenerlo en funcionamiento.
Si desea apoyar a la fundación y conocer más de Conciencia, puede comunicarse al número 3046657911 o en sus redes sociales @fundacion_conciencia. Siempre debería haber una nueva oportunidad para los pueblos olvidados en la tierra.