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“No tengo cómo superar esta pena”: mamá de hombre gay asesinado en Medellín

Rosa Belén Alzate pide justicia por el asesinato de su hijo, Juan David López, el 28 de enero. Es uno de los diez hombres homosexuales que han asesinado este año en Medellín. FOTO JAIME PÉREZ
EDISON FERNEY HENAO HERNÁNDEZ

Hablamos con Rosa Belén Alzate, madre de Juan David López, quien fue asesinado en enero de este año.

TOMADA DE:https://www.elcolombiano.com/

Archivo:ElColombiano.svg - Wikipedia, la enciclopedia libre

La luz que se sobrepone a unas cortinas color pastel pega en su rostro que se descompone cada tanto. Es una luz tenue que matiza el dolor de Rosa Belén Alzate, una mujer de 70 años. Está sentada, en un sofá amplio, delante de un tríptico de flores. Una cámara de seguridad, empotrada en la pared, vigila en silencio. Registra sus añoranzas, mediadas por lágrimas y suspiros, al pie de una biblia abierta a la mitad y un comedor también amplio. A lo lejos ronca un radio.

La intermitencia en la voz de Rosa Belén anuncia que la escena está rota. Falta su hijo, Juan David López, quien el próximo septiembre cumpliría 32 años. Era el menor de los cuatro hijos. Quizá su confidente; su ‘mono’. Con él iba a la Catedral Metropolitana todos los domingos, adonde lo llevó desde chiquito, cuando aún correteaba por las naves del templo en vez de escuchar el sermón del padre.

El 30 de enero no se cumplió ese rito. O sí tuvo lugar, pero en otra iglesia, al lado del cuerpo sin vida de su hijo. Dos días antes ella misma, tras girar con dificultad las llaves del apartamento en que Juan David vivía, lo encontró muerto. Gritó. Estaba medio desnudo, atado de manos, con una correa en el cuello, envuelto en sangre. Rosa Belén había cumplido años siete días antes.

Su hijo era homosexual. En la familia sabían ella y una sobrina cercana. La muerte ocurrió en Antonio Nariño, un barrio de San Javier, donde residen los López Alzate. Fue el primero de diez asesinatos de hombres gais que este año ha registrado Medellín. Aplicaciones de citas, sevicia y posteriores hurtos mediaron varios de ellos. Rosa Belén solo piensa en que le pase la pena.

El 20 de enero los López Alzate estaban de fiesta. Rosa Belén cumplió años. El día anterior estuvo en el Centro. Juan David la llevó y le compró muchas cosas. Era un muchacho que vivía de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. La familia habita un inmueble de tres pisos. Hacía un año y medio que el hijo menor se había mudado a la tercera planta.

Juan David estudió diseño gráfico y repostería pero no ejerció. Terminó trabajando en marketing y logística. Hace dos años se había colocado en Sura, en donde apoyo actividades relacionadas con la vacunación y las pruebas covid. Madrugaba y, antes de irse, acompañaba a su papá Carlos Enrique López a las quimioterapias por un cáncer de vejiga.

Era delgado, de ojos y pelo oscuro. Su color azul, al que mudaba con lentes de contacto, no lo heredó de su abuelo materno. La tintura para pelo lo convertía en el ‘mono’ de Rosa Belén; ella también se tinturaba. “¡Se pasó para arriba dizque para independizarse, pero él seguía comiendo acá!”.

El cumpleaños lo pasaron felices. Hubo torta, comida y bombas. Una semana después, en la víspera de su muerte, Juan David llegó temprano del trabajo, almorzó frijoles donde su mamá y en la tarde, tras olvidar sus llaves en el apartamento, le pidió la copia que guardaba Rosa Belén y se fue a mercar. A las 10:00 de la noche ya había llegado. Lo supo por la música que le llegó desde el tercer piso y que aún resuena en su cabeza.

¿Qué es lo que más extraña tras la partida de Juan David?

—Era muy devoto a Dios. Le gustaba asistir a misa conmigo. Siempre estaba listo los domingos, a las 8:00 de la mañana, para que fuéramos. No pude volver a la Metropolitana. ¡Y yo que lo llevé desde que había que cargarlo!

Ahora va a la misa de la iglesia Antonio Nariño, a unos pasos de la esquina por la que los supuestos asesinos de su hijo pasaron, con plata y electrodomésticos, en la madrugada del 28 de enero. Allí fueron las exequias, a las que asistieron sus compañeros del trabajo. Luego lo cremaron. Parte de sus cenizas están en una matera, en el solar de los López Alzate, y la otra en aguas del mar que baña a Panamá, donde vive una de las nietas de la familia.

Rosa Belén persiste en sus clases de natación, en las piscinas de la Floresta. Lidia, además, con la enfermedad de una de sus nietas, a quien visita en una clínica de la Avenida Oriental. Y conversa poco sobre la muerte del menor de sus hijos con su esposo. Carlos no dice nada, cuenta. Vive acongojado. Ni ella le pregunta nada.

Las cenizas de Juan David están cerca de una fuente que construyeron los López Alzate en la parte trasera de su casa, a la cual aportó la pareja que Juan David tenía en Bogotá. Desde la terraza que allí se atisba, Rosa Belén gritó, pidiendo ayuda, el 28 de enero.

A las 3:00 de la mañana de ese día todavía sonaba el equipo de sonido del apartamento de Juan David. Era rock, dice su mamá, quien no atendió los pedidos de su esposo de ir al tercer piso para que el muchacho apagara la música. Le tocaba madrugar, pensó ella. No justificaba. Era bobada.

Ese día se levantó animada. A las 8:00 de la mañana ya tenía la casa arreglada. Sonó el teléfono. Llamaban desde Sura. Dijeron: ‘Llamamos para preguntar por Juan David, es que no ha aparecido a trabajar’. ¡¿Cómo así?! Si ese muchacho es súper juicioso, respondió ella de inmediato.

Rosa Belén cogió la copia de las llaves. Subió. Estaba nerviosa. Trató de abrir la puerta. No abría. Juan David, Juan David, gritó, desde afuera. La llave volteó. La puerta abrió. Apareció el dolor. Tenía un trapo en la boca, dice. No lo sentimos gritar, recuerda. Estaba demasiado morado y había mucha sangre, no olvida.

Las autoridades llegaron al barrio y adelantaron los procedimientos respectivos. Los vecinos, horas después, ayudaron a bajar las matas que allí Juan David tenía. Además de matarlo, le robaron los ahorros, la ropa, una cadena, el televisor. Pensaba viajar a la Argentina pero en la misma maleta que compró para la travesía se le llevaron todo.

Una de las cosas que Rosa Belén aún no retoma es el karaoke. Cantaba, en su casa, sola, hasta la medianoche. Aunque todavía emplea su voz en el coro de la Red de Escuelas de Música de la ciudad. Entona tangos, de Carlos Gardel, como ‘Por una cabeza’. Y acumula recortes de periódico, con las noticias de los ataques a otros hombres homosexuales (ver Informe).

“Luchamos por dar con los asesinos. Que me cuenten quién fue, que yo pueda saber a quiénes han cogido”. La luz tenue que escapa a las cortinas color pastel pega en el rostro de Rosa Belén. En silencio, una de las cámaras que instaló por miedo después del asesinato. La pantalla de monitoreo está en su habitación. Allí también cuelga un retrato grande de su ‘mono’, Juan David.

 

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