Sufrió un paro cardiorrespiratorio en la casa de Tigre en la que se había instalado tras su operación en la cabeza.
Nadie le dio a Diego las reglas del juego. Nadie le dio a su entorno (un concepto tan naturalizado como abstracto y cambiante a la lo largo de su vida) el manual de instrucciones. Nadie tuvo el joystick para poder manejar los destinos de un hombre que con los mismos pies que pisaba el barro alcanzó a tocar el cielo.
Quizá su mayor coherencia haya sido la de ser auténtico en sus contradicciones. La de no dejar de ser Maradona ni cuando ni siquiera él podía aguantarse. La de abrir su vida de par en par y en esa caja de sorpresas ir desnudando gran parte de la idiosincrasia argentina. Maradona es los dos espejos: aquel en el que resulta placentero mirarnos y el otro, el que nos avergüenza.
A diferencia del común de los mortales, Diego nunca pudo ocultar ninguno de los espejos.
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Maradona fue hospitalizado el pasado 2 de noviembre por un cuadro de anemia y deshidratación, pero estudios revelaron un hematoma subdural por lo que fue operado de urgencia al día siguiente, intervención que resultó exitosa y de la que se recuperó rápidamente.
En los últimos 20 años, Maradona estuvo dos veces al borde de la muerte a causa de su adicción a las drogas, que el exjugador dijo en varias ocasiones que las ha superado.
Dalma y Gianinna, las hijas de Maradona fruto de su relación de 24 años con su exesposa Claudia Villafañe, y Jana, otra de las hijas del ’10’, estuvieron cerca del exjugador durante la internación.
Diego Junior, el hijo mayor, que vive en Italia, no pudo viajar aún a ver a su padre porque dio positivo de COVID-19. El benjamín, Diego Fernando, de 7 años, está representado por su madre, Verónica Ojeda, a quien también se vio entrar a diario en la clínica.