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La historia de cómo se frenó el turismo masivo que estaba ahogando al río más bonito de Antioquia

El charco Dulce Melcocho muestra toda la belleza del cañón con sus aguas cristalinas y su cobertura boscosa. FOTO Juan Diego Ortiz Jiménez

La comunidad de El Carmen de Viboral, San Francisco y Cocorná se organizó, puso una caseta de control, midió la capacidad de carga en cada charco y ahora regula los ingresos para cuidar el Melcocho. Un ejemplo para la ciudad.

Juan Diego Ortiz JiménezJuan Diego Ortiz Jiménez 

En un inhóspito cañón de Antioquia se gestó a fuerza de lidia y después de esos azares que le dan cuerda al tiempo un caso de resistencia comunitaria para proteger la naturaleza del turismo depredador que podría convertirse en referente para las grandes ciudades. Los habitantes del cañón del Melcocho (Oriente antioqueño) le plantaron cara a las hordas de la ciudad que llegaban los fines de semana a invadir las aguas del río más bonito del departamento y ahora, después de muchos intentos, reuniones de concertación y planes en borrador, lograron regular cada ingreso a una de las reservas más biodiversas y hermosas de la región. Como si fueran un parque nacional, van a cerrar una semana cada dos meses para que el río, los caminos y el bosque descansen de tantas pisadas.

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El Melcocho es una suerte de milagro en pleno siglo XXI porque sus aguas cristalinas y sus coberturas boscosas resistieron los tiempos de la extracción maderera, de la guerra que asoló a ese rincón del Oriente y los años del turismo desbordado. Su nombre proviene del árbol del Melcocho (Minquartia guianensis), unos portentos de hasta 70 metros de alto, copa redondeada y hojas elípticas color verde oliva, cuya madera pesada y resistente a hongos y termitas fue talada por completo por las familias de los primeros asentamientos que la utilizaron en columnas, armazones, puentes y en las traviesas para el paso del ferrocarril. Del árbol no queda sino el nombre y los retablos que aún le dan firmeza a las casas de la región.

Este cañón, junto con el del río Santo Domingo, abarcan más de 26.500 hectáreas, el 62% de la extensión de El Carmen de Viboral, aunque el río también tiene influencia en San Francisco y Cocorná. El ecosistema es de gran importancia regional por su aporte a la oferta hídrica, la regulación climática y la conectividad con otras reservas como el páramo de Sonsón.

La historia de cómo se frenó el turismo masivo que estaba ahogando al río más bonito de Antioquia

Los campesinos sobrevivían de los cultivos, los entables paneleros y del café, hasta que llegaron las tropas de forajidos, los fusiles y los muertos que desplazaron a cientos de familias que huyeron por las disputas entre paramilitares y las guerrillas. En algunas veredas vivían más de 50 familias en 1995 y quedaron menos de 10 hogares durante la guerra. Los que se quedaron resistieron y esperaron a los que retornaron por allá en 2012, justo el año en el que llegó la luz al cañón, una especie de premonición de lo que venía.

El Melcocho era entonces un paraje poco explorado, solo frecuentado por los campesinos que se quedaron y por los que regresaron. Se vino a saber de su importancia cuando recibió una declaratoria de área protegida como reserva forestal regional en 2015. Eso motivó que los investigadores del Instituto Von Humboldt hicieran la Expedición Colombia Bio en 2017 y fue allí cuando se mapeó la inmensidad de la montaña, con investigaciones de campo y el reporte de 22 nuevas especies y 14 especies endémicas. Habían encontrado un paraíso escondido, un descubrimiento más que suficiente para que se detonara el turismo.

El río se estaba ahogando

Las fotos y videos de un río transparente, de tonalidades verdosas que parecía una pantalla de descanso de computador despertaron el interés de los turistas ávidos de colonizar nuevos paisajes en medio del atropello y el despelote. Después de 2017 se empezaron a volver cada vez más recurrentes las bandadas de visitantes llevadas por agencias y guías de afuera. La promesa era que se iban a bañar en el río más bonito de Antioquia.

Muy pronto dejó de ser una visita casual y se convirtió en una situación desbordada que trajo grandes montañas de basura, invasiones a las fincas campesinas y desorden por la llegada constante de carros, motos, escaleras y buses. En los caminos de herradura se generaban trancones porque las recuas de mulas tenían que esperar a que las filas de caminantes pasaran y los campesinos terminaban perdiendo el carro que llevaba sus productos. Se construyeron cabañas, posadas, infraestructura para atender esa estampida que venía de Medellín cada semana y el paisaje rural del cañón se fue deteriorando de forma acelerada.

A medida que el voz a voz y las redes sociales traían y traían gente fue aumentando la demanda turística y también comenzaron a presentarse disgustos y conflictos en la comunidad por la invasión a su territorio y por las prácticas ajenas a ellos que comenzaron a amenazar no solo los recursos naturales sino también sus modos de vida. Una investigación sobre las prácticas turísticas y su influencia en los procesos de desarrollo en el Melcocho de Mónica Daniela Ramírez Quiroz y Valentina Castaño Valencia (2020) explica que si bien el turismo trajo beneficios económicos para algunas familias, generó también división entre la comunidad porque unos participaban más que otros en suplir las demandas de los turistas.

Entonces hubo otro detonante en esta historia. Cuenta Néstor Rodolfo Herreño Duque, presidente de la mesa directiva del Centro de Atención, Información y Cultura Ambiental (Caica), la entidad que se creó para ordenar todo este caos, que en mayo de 2020, en medio de las restricciones para moverse por la pandemia del covid, una caravana grandísima de motociclistas salió de la ciudad con destino al Melcocho. La comunidad se enteró y decidió salir a detener el paso por el temor a que los contagiaran y los enfermaran. Montaron guardia y atravesaron una guadua que impedía el paso por la única carretera que llega a la vereda El Retiro, punto de arribo de los carros. Esa caravana de motos y la vara, que se subía y se bajaba para controlar el arribo al cañón, fue el pretexto para que la comunidad le dijera basta a la estampida de turistas y se diera cuenta que estaba empoderada para impedir que desde afuera se pusiera en peligro su subsistencia.

El río tiene gran importancia regional por su aporte a la oferta hídrica, la regulación climática y la conectividad. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA
El río tiene gran importancia regional por su aporte a la oferta hídrica, la regulación climática y la conectividad. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA

Sin reserva no puede entrar

Las juntas de acción comunal compraron el predio en ese punto primigenio donde se puso la vara y se construyó un centro de regulación luego de que la comunidad lograra acuerdos y recibiera ayudas de Cornare y de las alcaldías de El Carmen de Viboral, San Francisco y Cocorná. Así fue como nació el Caica. Cornare prestó el apoyo técnico con profesionales que hicieron una evaluación del territorio. Se definieron vigías comunitarios para vigilar el punto de control y se alcanzaron acuerdos con las familias que decidieron prestar servicios de turismo. Se estructuró un reglamento interno, se estableció el martes como día de descanso y se prometió respetar los números previstos de personas en cada bañadero.

Mire aquí: Chef paisa enseña a turistas los sabores de Colombia en un tour por la Plaza Minorista de Medellín

Si bien el turismo se empezó a ordenar con esas nuevas reglas, el proceso tuvo una dura prueba en 2022 porque muchas personas empezaron a desarticularse, ya no querían aliarse y comenzaron a primar intereses personales. Las veredas no se ponían de acuerdo y lo único fijo era el crecimiento exponencial del turismo.

Néstor explica que tuvieron que llamar de nuevo a Cornare porque el problema se les estaba saliendo de las manos. La autoridad ambiental empezó jornadas de fortalecimiento social con técnicos, trazaron objetivos para lograr rediseñar el reglamento interno con cosas que no estaban funcionando e hicieron más capacitaciones. En medio de ese tira y afloje, la comunidad se volvió a reunir para que hiciera parte de la revaluación del proceso. Se incluyeron zonas logísticas y se censaron a los que prestaban el servicio de guianza, de transporte y de hospedajes.

Tal vez lo que más descresta de este ejercicio de regulación son los estudios de capacidad de carga que se definieron con documentos de Parques Nacionales. Los técnicos midieron las capacidades de los espacios, que no es otra cosa que determinar cuántas personas pueden estar en un charco sin que se genere un daño al espacio y a los recursos naturales, o cuántos pueden transitar en un día por un camino para que este aguante sin debilitarse. Esa capacidad de carga se divide entre los operadores como cupos máximos para cada uno.

El otro objetivo era diseñar un manual de procesos para cada zona, con eso la gente podía entender qué debía cumplir si ejercía algún rol. Los documentos están casi listos ahora, porque antes del proceso de implementación se están realizando asambleas comunitarias y socializaciones.

Libardo es un campesino de la vereda El Cocuyo, tiene 62 años y fue de los que resistió en los días de la guerra. Hoy cultiva el campo hasta el viernes y es guía los fines de semana. Lleva a los visitantes al charco Dulce Melcocho (la foto grande de este artículo) y cuenta la historia de la región. Este es mi trabajo ahora, acompaño a la gente y tiro charco con ellos, dice.

Javier Valencia González, el director de Cornare, cuenta que se hicieron capacitaciones con la comunidad sobre separación de residuos, educación ambiental, gobernanza y sentido de apropiación de los recursos naturales. Señala que las mismas comunidades quieren y protegen la riqueza natural y que es interesante porque lograron que se organizara el turismo como en cualquier Parque Nacional Natural. Una meta es que los jóvenes se queden en el campo, se conviertan en guías para hacer los recorridos, avistar aves, caminar hasta cascadas y contarle esta historia.

Néstor afirma que aún después de todo lo que pasó el turismo no es la prioridad del Caica, y que en este punto del relato deben reinterpretar el papel para atender las necesidades del área protegida y que no se vea como una simple vara en la carretera, sino como un eje de planeación de la reserva en términos culturales, sociales y económicos.

Desde mayo, por ejemplo, nadie podrá entrar sin reserva previa y sin tener contratado uno de los paquetes que ofrecen los operadores locales. Dentro de cada paquete se destinan $2.000 para el pago de los vigías que después de saludar al visitante lo ponen en alerta para que sepa que está en la casa de alguien: Está ingresando a un área protegida, acá está prohibida la caza, la pesca y las basuras las debe retornar al lugar de origen, advierten.

Reconoce Néstor que nunca se puede cantar victoria porque el turismo no ha dejado de crecer y por eso siempre deben estar mejor preparados. En julio de 2023 recibieron 3.191 personas y en noviembre, con las regulaciones en firme, llegaron 1.725 visitantes.

El director Valencia cuenta que el Caica del Melcocho es el ejercicio de turismo comunitario para mostrar y que otras áreas protegidas solicitaron ejercicios similares. La condición, dice, es que lo deben proponer las mismas comunidades para evitar que sean operadores de afuera los que mueven las visitas. Hay campesinos organizados en Oriente que propusieron trabajar con semillas ancestrales que se han ido perdiendo de los mercados para hacer un viaje en el tiempo y conocer los cultivos que tenían los ancestros. Igual ocurre con comunidades de San Carlos, Nariño, Argelia y San Francisco que tienen organizados recorridos de turismo de naturaleza con las juntas de acción comunal y ahora necesitan un empujón técnico para poner a rodar sus planes.

El Melcocho terminó mostrando el camino, una comunidad empoderada, conocedora de su territorio y sus riquezas, se levantará como una talanquera al turismo masivo que pone en riesgo la naturaleza, los modos de vida y las dinámicas de las poblaciones.

El río tiene gran importancia regional por su aporte a la oferta hídrica, la regulación climática y la conectividad. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA
El río tiene gran importancia regional por su aporte a la oferta hídrica, la regulación climática y la conectividad. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA

Nuevas reglas para ingresar al río

El Centro de Atención, Información y Cultura Ambiental (Caica) informó que habrá nuevas reglas para ingresar al río Melcocho desde este semestre. Lo primero es que a partir del 20 de mayo nadie podrá entrar si no tiene una reserva previa, es decir, no se podrá pasar el punto de control si al menos 24 horas antes no aseguró su estadía con alguno de los operadores de la zona.

La otra noticia para que tome nota es que la reserva tendrá periodos de descanso para la comunidad y la naturaleza misma. No habrá ingreso durante una semana cada dos meses. Las fechas para los periodos de descanso del 2024 serán en las siguientes semanas: del 20 al 26 de mayo, del 22 al 28 de julio, del 23 al 29 de septiembre y del 18 al 24 de noviembre.

Lo mejor es que llame al Caica y se asesore para que no pierda la ida. El número de contacto es el 321 3260333.

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