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El legado de los tres médicos paisas muertos en la pandemia

POR MATEO ISAZA GIRALDO

Pareciera una verdad trillada y repetida hasta el cansancio desde marzo, pero no es una exageración decir que en la pandemia los médicos y el resto del personal de la salud están en primera fila y ponen el pecho para enfrentar una enfermedad hasta ahora conocida.

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A veces también ponen la vida. Los datos del Ministerio de Salud arrojan que de los más de 582.000 casos confirmados en el país, 8.061 corresponden a profesionales de la salud, de los cuales 7.718 ya se recuperaron, 284 están en aislamiento y 59 han fallecido.

Una cifra baja si se tiene en cuenta que la tasa de letalidad es del 0,7 % entre el personal de la salud, pero una tragedia dolorosa si detrás de cada una de las 59 muertes está el dolor de sus familias y el temor de quienes los acompañaron en turnos, trasnochadas y rotaciones y tienen que continuar sus labores porque los enfermos no dan espera.

Aquí en Antioquia, solo en agosto fallecieron con el diagnóstico de covid-19 los médicos Raúl Montoya, Andrés Felipe Gaviria y Felipe Luna.

En los últimos días las autoridades reportaron otros dos decesos del personal de salud en el departamento por afecciones asociadas a la covid-19: el primero de ellos fue la auxiliar de enfermería Deicy Johana Gómez López (32 años), quien trabajaba en el Hospital General de Medellín y falleció el pasado fin de semana (ver recuadro) y el pasado jueves falleció Jhon Jairo Bedoya, tecnólogo en radiología que hacía parte del equipo de la E.S.E Hospital San Rafael de Itagüí, en el sur del Valle de Aburrá.

A José Raúl lo extrañan en su querido Itagüí

A Raúl la vida convulsa de los años 80 lo llevó a estudiar medicina en la otrora Unión Soviética, a más de 10.000 kilómetros de su natal Antioquia, y la vocación de servicio lo devolvió nueve años después para que sirviera a la comunidad de Itagüí, su casa y donde fue referente en temas de salud entre amigos, vecinos y conocidos.

Allí, en el sur del Aburrá, tuvo consultorio particular y también se ganó el derecho a ocupar una curul en el Concejo durante algunos años. Si Itagüí era su hogar, el barrio San José era el patio de la casa y la parroquia de Jesús Caído el centro de operaciones: allí tenía su consultorio en un local contiguo y en la iglesia replicaba como voluntario el mensaje de cuidar el cuerpo y el alma.

Natalia, una de sus sobrinas, cuenta que siempre creció con la imagen de su tío Raúl como referente y líder comunitario y destaca de él la vocación de servicio y la apuesta por ayudar a la comunidad desde su saber.

“Le encantaba estar en familia y procuraba siempre por la unión. Se preocupaba siempre por nosotros los sobrinos y vivía pendiente de que rindiéramos en el estudio. Era una persona muy tranquila, carismático y siempre tenía una palabra de aliento para quienes llegaban con algún problema. En Semana Santa ayudaba siempre en la parroquia y era muy religioso”, cuenta.

En los últimos seis años, el médico Raúl estuvo vinculado a la ESE Hospital del Sur Gabriel Jaramillo Piedrahita, también en Itagüí, como médico general en un momento y en otros como subgerente Científico, cargo que desempeñaba este 2020 cuando, a finales de julio, en medio de la atención de la pandemia sufrió el contagio.

Aunque inicialmente presentó síntomas leves, se agravó hasta el punto que entró en UCI el pasado 31 de julio y murió doce días después en el mismo hospital en el que luchaba para salvar vidas. Le quedó un libro a medio escribir que reconstruye la historia de su familia y la llegada a Itagüí desde Pueblorrico y dejó una huella indeleble entre quienes lo conocieron en consulta y en los avatares de la vida del barrio.

Andrés Felipe Gaviria dejó huella por su vocación de servicio

“Oren mucho por mí”. Con esas cuatro palabras el médico antioqueño Andrés Felipe Gaviria (35 años de edad) resumió en su estado de WhatsApp el temor que sentía, el pasado 3 de agosto, cuando estaba ad portas de entrar en cuidados intensivos, esta vez como paciente covid y no como el profesional de salud que fue por cerca de siete años en su querida Clínica Somer de Rionegro.

El 15 de agosto, doce días después de entrar en UCI, falleció por las afectaciones del virus en el centro hospitalario donde se hizo como profesional y al que consideraba su casa. Varios de los buenos amigos que compartieron rondas y turnos entre 2010 y 2017 lucharon hasta el final para que saliera avante, pero esa enfermedad extraña que aún no se acaba de entender se llevó la calidez y los planes a futuro de Gaviria.

Una de ellas fue Valentina Aranzazu, enfermera de Somer y quien conoció a Andrés en el 2014, cuando ella comenzó a trabajar allí y se forjó una amistad entrañable.

“En ese año llegamos un grupo proveniente del departamento de Caldas y él fue la persona que nos acogió en Rionegro, en poco tiempo nos volvimos como de la familia. Era un gran ser humano, muy noble y siempre preocupado por los demás y dispuesto a ayudar ante cualquier consulta. Hacía lo que hacía por vocación y era el pilar de la familia y la nobleza en pasta. Lo entregaba todo por sus pacientes”, cuenta Valentina, quien compartió piso en hospitalización durante tres años y lo pudo ver hasta el último día de vida. Su amiga destaca también la pasión de Andrés por los caballos y en especial por Bucanero, uno de sus grandes orgullos.

En 2017, Andrés Gaviria salió de la Clínica Somer y estuvo en otras entidades como Sumi Medical, el Hospital Militar, la Clínica Victoriana y en los últimos meses había apoyado al municipio de Marinilla en el seguimiento epidemiológico por la pandemia, esa que se llevó sus sueños y que dejó una herida abierta en el personal médico que lo conoció y quienes coincidieron con él en su formación en la Universidad Pontificia Bolivariana.

Felipe Luna dio vida a la clínica La Chinita en Apartadó

No había cumpleaños o celebración en la clínica en la que él no estuviera en primera fila. La máxima la cuenta Doris Calderón, auxiliar de enfermería de la clínica La Chinita desde hace 28 años, y quien llegó a trabajar allí solo un año después de que el ginecobstetra Felipe Luna Toro fundara uno de los centros clínicos más queridos de Apartadó y sus alrededores.

“Pocas veces le dije doctor Luna porque para mí siempre fue Pipe. Era una de esas personas esenciales y con una forma de ser excelente que se preocupaba y apoyaba a todo el mundo. Una de sus obsesiones era que los empleados estudiaran y crecieran y así pasó con varias personas que llegaron a realizar labores de aseo y ahora trabajan como profesionales”, cuenta la enfermera que trabajó hasta el final al lado de este profesional que dejó huella en Urabá.

Jose Antonio López Bula, amigo de Luna recuerda que Felipe llegó en los años 80 a la región a trabajar al hospital Antonio Roldán Betancur, en una época en que eran pocos los médicos especialistas en Urabá. Por varios años fue el único ginecólogo en Apartadó.

“Era un médico muy humano, que inspiraba mucha confianza en sus pacientes y que trabajaba en extensas jornadas para atender el mayor número de personas posibles”, contó López Bula.

En 1991, Felipe tuvo la iniciativa de crear una clínica porque la demanda lo requería y las necesidades en salud eran muchas en todo Urabá. Alquiló una casa en el barrio Chinita y ahí empezó una historia que aún continúa, lugar al que llegaron al mundo muchos niños de la región y que funge como el principal legado del galeno.

En medio de la pandemia Luna nunca dejó de trabajar, pero a principios de julio comenzó a sentir síntomas de covid y el 11 de ese mes lo hospitalizaron en Apartadó. Cuatro días después fue remitido a Medellín porque la salud se había deteriorado y falleció en la IPS Universitaria el pasado 5 de agosto. Sus amigos lo recuerdan como un gran bailarín y un dulcero empedernido que disfrutaba de las chocolatinas y las tortas. Hoy, para los que lo conocieron y compartieron con él, la vida les dio a probar el amargo sabor de su ausencia y la responsabilidad de mantener su memoria vigente.

CONTEXTO DE LA NOTICIA
PROTAGONISTAS
45 DÍAS DE UNA DURA BATALLA

DEICY JOHANA GÓMEZ LÓPEZ

Auxiliar de enfermería H. General
Deicy Johana Gómez López, de 32 años, laboraba como auxiliar de enfermería en el Hospital General. Aunque había vencido la enfermedad (su última prueba salió negativa), los altibajos en su estado de salud la mantuvieron en la UCI de la Clínica Medellín. 45 días batalló contra la enfermedad. Fernando Córdoba, gerente del General, resaltó el valor y la entereza que tuvo “para afrontar su enfermedad con esperanza y fe; su compromiso en el desarrollo de sus labores y el entusiasmo, responsabilidad y dedicación que mostró siempre”.

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