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El hallazgo que sorprende a Urabá

VANESA DE LA CRUZ PAVAS

Cuando navegaba sin brújula por las fotografías aéreas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, algo inadvertido llamó la atención del investigador William Posada Restrepo justo cuando su vista se posó en el Golfo de Urabá.

Se trataba de acumulaciones de tierra que, vistas desde lo alto, formaban figuras geométricas a lo largo de casi 44.000 hectáreas.

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Aunque no estaba seguro de que fueran hallazgos arqueológicos, recordó que ya se habían reportado estructuras similares a mediados de los 60 en la cuenca del río San Jorge, en las regiones de Córdoba, Sucre y Bolívar. Con su esposa, la doctora y antropóloga Bibiana Cadena, decidieron aceptar el juego del azar y tomaron el paso que los acercaría al encuentro del tesoro.

Lo que encontraron, además de una comunidad afectada por los avatares de la guerra y la ausencia del Estado, fue un sistema de camellones que los pobladores llaman “morritos de los indios”.

Estas estructuras servían a los pueblos precolombinos de Centro y Suramérica como estrategia tecnológica para controlar las características del ambiente y las dinámicas de inundaciones de la zona.

Pese a que Urabá ha sido catalogado como territorio culturalmente diverso en el que se documentaron hallazgos arqueológicos, principalmente en cerámica, es la primera vez que la comunidad científica encuentra esta tecnología en territorio antioqueño, según los investigadores.

Los pobladores, en cambio, ya los conocían como los “morritos de los indios”, que resultaron siendo estructuras arqueológicas ubicadas en la cuenca del río León, entre los poblados de Nueva Colonia, Lomas Aisladas y Barranquillita, en Turbo, aunque encontraron otros patrones en cercanías del río Tumaradocito, en Macondo, y Blanquiset (Riosucio, Chocó).

De acuerdo con Posada, recientemente encontraron similitud en unos camellones del vecino río Suriquí.

Todo hallazgo trae dudas y desafíos. En el caso de esta investigación, la cronología es uno de los aspectos complejos. No hay fechas exactas, pero los investigadores creen que podrían estar entre los siglos IV a.C y XII d.C., siendo aún un periodo muy amplio que dificulta reconocer las interacciones culturales y los cambios sociopolíticos y ambientales de la comunidad que habitaba esa zona del golfo.

Para evitar inundaciones

Los canales, añadió la investigación, disipaban la energía de las corrientes, quitándole fuerza al agua cuando había desbordamientos de los ríos, y las redistribuían de forma homogénea y equitativa para la población, que parecía ser numerosa en relación con la extensión de los camellones hasta ahora encontrados.

La zona, que se caracteriza por sus condiciones húmedas y un único período seco entre enero y abril, sumada a la condición casi plana de la topografía (de 0 a 5 % de pendiente), presenta inundaciones constantes y una precipitación anual de 2.400 mm.

Estos pueblos utilizaban también este sistema de ingeniería hidráulica como un método de riego que permitía aprovechar el agua de los humedales para irrigar cultivos y criar iguanas, tortugas y peces para su alimentación, según Posada. Este proceso aportaba nutrientes al suelo y brindaba propiedades óptimas para la actividad agrícola y pecuaria, de acuerdo con el Instituto Agustín Codazzi (2007).

El área de estudio es hoy habitada por diversas culturas que van desde comunidades afrodescendientes, hasta indígenas de la etnia Embera Katío y algunos campesinos de Córdoba, Chocó y Antioquia.

El territorio sigue siendo una ciénaga que se utiliza para la ganadería extensiva, la agricultura y la conservación de algunos bosques maderables, lo que ha llevado a la comunidad a construir muros de hasta casi dos metros que han alterado las dinámicas sociales de la comunidad y las ha llevado al desaprovechamiento del agua y de las tierras.

¿Y qué sigue ahora?

Al observar las imágenes aéreas de los canales es fácil comprender la decisión de los investigadores Posada y Cadena de viajar hasta la zona a pesar de los riesgos. Las fotografías parecen enviar un mensaje oculto que seduce al que se atreve a mirarla por más de unos segundos.

“Visto desde el aire es una maravilla, porque no es solo un terraplén, son miles seguidos unos de otros, que forman figuras bellísimas”, contó emocionado Posada.

Es difícil comprender cómo no habían sido objeto de curiosidad antes, ¿por qué nadie se había preguntado por ellos?, ¿cómo es posible que algunos siguieran casi intactos a pesar de la erosión y la compactación de los suelos?

Estas incógnitas, y varias más, llevaron a la pareja a viajar hasta el lugar donde, con la colaboración de varios líderes del corregimiento de Barranquillita, pudieron confirmar que sí se trataba de estructuras de origen precolombino.

“Nos sorprendió muchísimo que solamente hasta ese año se hubiera descubierto (2017)”, añadió Posada.

Hasta ahora, solo había una mención de “cosas parecidas a las del río Sinú”, pero se trataba de una referencia suelta sin constatación. Los miles de camellones parecían estar esperando por la pareja. Otro de los misterios por resolver es el que rodea a la conservación de las estructuras. Los usos recientes para agricultura y ganadería han dañado los suelos. Los hacendados han hecho huecos y remociones para drenar las aguas, destruyendo varios camellones.

Posada está seguro de que la extensión era mayor de lo que se puede ver hoy en día porque han encontrado varias hectáreas bien conservadas.

“Esto se debe, sobre todo, al conflicto interno y a que la región se ha mantenido al margen de la intervención del Estado y del desarrollo territorial. El narcotráfico también ha mantenido aislados a otros actores sociales y a las autoridades”, explicó.

A partir de 2018, elaboraron un proyecto de investigación con el que identificaron dos sitios de interés que contaban con suficiente cantidad de cerámica precolombina bien conservada y otros datos relacionados con el suelo. Hasta marzo pudieron realizar las excavaciones, antes de pausar por la pandemia.

Aunque inicialmente contaban con apoyo únicamente de la Universidad de Antioquia, porque las propuestas fueron rechazadas por bancos y administraciones municipales, los dueños y la comunidad de la región se han mostrado dispuestos a ayudar para estudiar y preservar la zona.

El futuro está atrás

La investigación inició hace casi tres años y lo único seguro es que aún falta mucho camino por recorrer. Los fragmentos cerámicos de la zona permitirán identificar la época exacta de las estructuras y las características de la población que las construyó. Esto será posible en la próxima etapa que tendrá el apoyo del Banco de la República y del Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Hasta el momento, lo poco que se sabe es que el agua no tenía el mismo significado que ahora. Para la sociedad actual, esta es fuente de vida y necesidad básica.

Para las comunidades indígenas iba más allá de “algo para tomar o cocinar, se trataba de asunto sagrado. No solo era alimento físico, sino también espiritual”, dijo Posada.

Los camellones, además de distribuir controladamente las aguas e incrementar la sedimentación, servían, durante el invierno, para el establecimiento de tumbas y vías que conectaban a la población.

La investigadora y coordinadora del componente bioantropológico de la investigación, Bibiana Cadena, intentará determinar quiénes eran y de dónde vinieron los pobladores de esta región, comparándolos con restos óseos precolombinos.

Por la similitud con las estructuras del río Sinú, podrían ser sinúes, pero los estilos cerámicos son más parecidos a los del Chocó y Panamá. “Eso nos está haciendo pensar que puede haber mayor filiación cultural con Chocó y Panamá, pero es solo una hipótesis”.

Siglos después, es revelador entender que un sistema que se creó hace tantos años, podría ser incluso una tecnología más sostenible y apropiada para las necesidades de la zona que los actuales.

Todavía hoy la cuenca del río León presenta inundaciones constantes, así que aún requiere de medidas que permitan disminuir las afectaciones de los desbordamientos.

Son una incógnita aún las razones que llevaron al pueblo a dejar de utilizar estos canales y migrar a las alternativas que no resultan tan efectivas.

El método actual evita las inundaciones periódicas a través de unos jarillones gigantes de hasta dos metros de altura que rodean y encierran los predios. Cuando el río se desborda, el muro evita que el agua entre pero la desplaza a otros predios que no tienen muros tan altos. “Le están tirando la inundación a otros”, explicó Posada.

Esto no solo ha causado conflictos y aislamiento social, sino que también ha generado dificultades de acueductos y alcantarillados en una zona paradójicamente rica en agua.

La solución, mencionó Posada, es dejar de ver el humedal como enemigo y aprender a convivir con él, que es lo que se puede aprender del sistema prehispánico. Estas comunidades dejaban circular el agua porque la veían como fuente de alimento. Por eso crearon vías que, en lugar de aislar, unían. Todo esto, que parece ser la punta de un iceberg, fue lo que descubrieron Posada y Cadena navegando sin brújula por fotografías digitales. Nadie pondría en duda que se trata de un telegrama que llegó con coordenadas del pasado.

CONTEXTO DE LA NOTICIA
RADIOGRAFÍA
ALTERNATIVAS DE RECUPERACIÓN
La investigación busca resaltar el potencial de las tecnologías prehispánicas. Posada comentó que cree útil la realización de pilotos y que ya se ha hablado con propietarios de predios y habitantes del sector al respecto. Proveé, también, insumos para la creación de parques arqueológicos o planes de turismo cultural. Para Mónica Henao Libreros, líder del área de Patrimonio Cultural, este hallazgo genera oportunidades para trabajar con las comunidades y, aunque aún no se está pensando en ningún proyecto desde el instituto, buscarán que la comunidad se apropie y entienda la importancia. “Será esa la herencia para el futuro”.

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