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Chavita celebra hoy sus 105 años de vida y no le duele ni la cabeza

Muy sonriente en su silla, María Isabel evoca a su padre como un hombre zarco, buen mozo y que le brindó mucho cariño mientras estuvo vivo. En el recuadro, su hermana Herminia. FOTO CAMILO SUÁREZ

Por Gustavo Ospina Zapata

Con ella vive otra hermana de 99 años en una casona de Barbosa, herencia de sus padres, que murieron en 1975 y 1982. No tienen hijos pero sí 25 sobrinos.

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Entre María Isabel Ospina Ortega y su hermana Herminia suman 204 años. Pero aunque parecen mellizas no lo son. Herminia tiene 99 y no ve la hora de cumplir los 100. María Isabel (Chavita para vecinos y familiares) tiene 105 y los cumple hoy, por lo que ella es la protagonista de esta historia.

Historia que empezó el lunes 1 de octubre de 1917, días difíciles para el mundo, que un mes después sería sacudido por la revolución bolchevique contra la Rusia zarista y que tendría fuerte impacto universal.

En la vereda Mocorongo, en los límites de Barbosa y Donmatías, a Alfredo Ospina y su esposa Teresa Ortega esos acontecimientos del otro lado del mundo los tenía sin cuidado y lo más probable es que ni sabían que ocurrían.

Su preocupación estaba en el nacimiento de María Isabel, que era su segunda hija detrás de Alfredo, el mayor de la casa. En total fueron nueve hijos, de los que hoy solo quedan dos: Chavita y Herminia, los otros fueron muriendo uno a uno y el devenir de los acontecimientos también les trajo las muertes de sus padres: él en 1975 y ella en 1982.

Haber presenciado dos guerras mundiales y vivido en Colombia los gobiernos de 36 presidentes, incluida una junta militar, son hechos que ni inmutaron a Chavita, nacida en una familia campesina, dedicada a cultivar, criar vacas y a quererse mucho. Por eso, María Isabel hoy solo habla de los recuerdos de su padre:

“Mi papá era blanco y zarco, con él no nos faltaba nada, me quería mucho”, dice. Lo repite cada rato, igual que Herminia recuerda cada cinco minutos que ella fue la que menos estuvo en el campo. “Yo siempre trabajé en almacenes en Medellín y Barbosa, vendía ropa”.

Charla en la casona vieja

Muy cuerdas, con buena memoria y risueñas. Así son estas dos barboseñas quienes pese a su ancianidad no dejaron ni un nieto. Julián Ospina, uno de los 25 sobrinos, afirma que ninguna de las dos se casó y tampoco tuvieron hijos. Claro que hombres no faltaron asediando la finca en Mocorongo o la casa familiar del centro de Barbosa.

Chavita contesta muy sobria y con mucha claridad: “yo sí conversé con muchos, pero no sé qué pasó, hasta aquel de la foto me dicen que fue uno pero no sé”, cuenta y señala un cuadro con la foto de un hombre que está colgado en la pared de la sala. Julián explica que el de la foto es Rafael Martínez, un coterráneo que “ya muy viejo se venía acá y quería vivir con ella, pero no pasó nada, hasta que murió ya muy anciano”.

María Isabel vocaliza perfecto y con frases claras. No hay que gritarle duro para que entienda las preguntas. No la aqueja ninguna enfermedad. “Nunca me ha dolido la cabeza ni nada, lo único que me dio son canas, ja ja ja”, dice. La vivienda donde habitan juntas es más vieja que ellas. Es una casona de bahareque aún con las baldosas rojas y amarillas originales y con un solar por el que pasa una quebrada.

Allí tienen una habitación donde duermen juntas, cada una en su cama. Generalmente tienen una cuidadora, pero los sobrinos se encargan de ir a bañarlas, alimentarlas y atenderles sus necesidades.

En el intento por descubrir porqué tanta longevidad acompañada de buena salud le preguntamos a Chavita en broma que si el secreto ha sido tomar aguardiente. Ella, con gesto de indignación, dice sin titubear: “ay no, yo eso no tomo, no señor, nunca, ni ron ni cerveza ni nada”.

Su vida ha sido muy sana, explica su sobrino: “ellas siempre se han acostado temprano, siempre han ido a misa y no haber tenido hijos tal vez las tiene con buena salud”.

María Isabel podría ser la mujer más vieja de Antioquia y seguro está entre las más ancianas del país. Una longevidad lograda con amor, respeto y gratitud de parte de sus sobrinos, que nunca pensaron en llevarla a un asilo. “Ese sería el fin de ellas, no lo aguantarían”, dice Julián al relatar la historia de sus tías con edades de tatarabuelas.

María Isabel termina con un recuerdo del legado que le dejó su padre: “él veía a una viejita sufriendo o enferma y decía ‘María, levántese y vaya y le hace la comida’, y yo me levantaba y me iba a ayudarla”. La bondad, concluye uno, también es un secreto para vivir por siempre. Y la gratitud es otra forma de eternidad.

 

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