En el río confluyen directamente por lo menos 240 quebradas, de las 7.300 que tiene el Valle de Aburrá.
A lo largo de sus más de 107 kilómetros de extensión, el río Medellín es monitoreado por un equipo de expertos y una red de más de 29 sensores, con los que se busca no solo anticiparse a crecientes súbitas y eventos que pueden revestir algún riesgo para la población, sino vigilar la salud de este importante eje hídrico del Valle de Aburrá.
Dicha labor recae sobre el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, desde donde el Sistema de Alertas Tempranas (Siata) monitorea en tiempo real toda su área de influencia con estaciones de medición que emplean ondas electromagnéticas y de ultrasonido, así como cámaras de video.
Esneider Zapata, líder de Hidrología del Proyecto Siata, explica que el río Medellín es único por múltiples factores.
Nacido en el Alto de San Miguel, en el municipio de Caldas, el río recibe las descargas directas de por lo menos 240 quebradas ubicadas en nueve municipios de Aburrá, entre las que se encuentran grandes afluentes como La Doctora, La Ayurá, La Doña María, La Presidenta, La Hueso, Altavista, La Picacha, La Santa Elena y la García.
No obstante, al encontrarse en un valle, el río se ve influido también por las más de 7.300 quebradas que se estima hay en la región metropolitana.
Esta gran cantidad de afluentes, sumados a los procesos de urbanización que se han venido dando durante las últimas décadas, han hecho que el Medellín sea un río susceptible a tener un alto impacto de fenómenos como las lluvias.
“Ante un evento de lluvia, el nivel del caudal del río puede aumentar en cuestión de minutos y su normalización puede tardar entre 6 y 8 horas, pasado el fenómeno”, explica Zapata.
Esta condición también se produce por cuenta de la impermeabilización del suelo, un fenómeno estrechamente asociado a los procesos de urbanización y que hace que el suelo no absorba el agua, sino que esta discurra rápidamente hacia las quebradas.
Pese a tener un discurrir inicial en una superficie con una pendiente significativa, Zapata señala que un poco más adelante de su nacimiento, todavía en Caldas y La Estrella, el río se vuelve más plano, uno de los factores que explica que en el pasado tuviera meandros.
Precisamente esta característica forma fue la que llevó a que desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, Medellín y los demás municipios circundantes emprendieran un proyecto para canalizar sus aguas, habilitando así zonas antes inundabais para la urbanización.
Dicha condición de plano se mantiene hasta el municipio de Barrosa, en donde nuevamente regresan las pendientes.
“Esa parte más pendiente va hasta el punto conocido como Punto Garbino, que de hecho es el último punto de monitores que el Sita tiene sobre el río y en donde este ya cambia a río Porche.
Recientemente, el mantenimiento del río ha sido objeto de debate entre varias entidades, a raíz de por lo menos 82 puntos críticos identificados desde Caldas hasta Bello, en los que confluyen problemas como deterioro en las placas, formación de barras de sedimentos, presencia de escombros, entre muchos otros.
En medio de este panorama, desde órganos como el Concejo de Medellín se ha denunciado que durante el cuatrienio pasado, el Área Metropolitana no había invertido en obras de infraestructura, agravando esa situación.
Se calcula que una intervención integral podría ascender a por lo menos $240.000 millones, monto que hoy tiene pensado a varios entes y municipios como recaudar.
Al margen de esa situación, el Área Metropolitana señaló que para este cuatrienio el río es uno de los ejes centrales de su plan de gestión, con el que se buscan no solo trabajar por su conservación sino sensibilizar a los habitantes de su importancia ecosistémica.