Juan Felipe Zuleta Valencia
La frecuencia y severidad de estos eventos exige que la ciudad y el departamento empiecen a priorizarlo en sus planes de gestión del riesgo.
Cada tanto los fuertes vientos azotan con violencia ventanas y puertas y por algunos minutos ponen a más de uno a rezar todo lo que se sepa y a agradecer vivir en Medellín o en Bello o en Rionegro y que allí los vientos no arrasen casas como ocurre en Estados Unidos o el Caribe.
En cierto sentido, los riesgos en el Valle de Aburrá, el Oriente y algunas otras zonas de Antioquia derivados de los vendavales han pasado un poco de agache en el imaginario de la gente que generalmente no los vincula entre las principales amenazas como las inundaciones o los deslizamientos. Pero nada como los datos para desmontar mitos. Según el histórico de emergencias del Dagran, la mayor cantidad de eventos registrados en Antioquia en 2023 fueron vendavales, con 89 episodios reportados. Los datos recopilados en el departamento desde 1998 indican que los vendavales son responsables de la avería y destrucción del 22% de las casas afectadas en medio de emergencias y desastres, solo superado por los estragos que causan las inundaciones, responsable de daños y destrucción del 72% de las viviendas. Estas cifras explican por qué los expertos están cada vez más preocupados por la incidencia de este fenómeno en el departamento y el impacto que genera a la seguridad de miles de habitantes, a la infraestructura y a la productividad.
En enero de este año los habitantes de Medellín atestiguaron atónitos una tempestad que hizo recordar las imágenes de esas tormentas tropicales que en este lado del mundo solo se han visto por televisión. Los vientos alcanzaron los 100 kilómetros por hora. Los registros recogidos en los últimos años indican que Medellín se acerca a los vientos huracanados, es decir, los que tienen una velocidad de 118 km por hora sostenidos en el tiempo. La torre del Siata tiene un registro récord de 101 kilómetros por hora de velocidad máxima instantánea (se refiere a ráfagas de dos segundos). En tanto que el registro histórico de velocidad la torre del Área Metropolitana alcanzó los 88,2 kilómetro por hora de velocidad máxima instantánea.
Los registros históricos de ambas torres en cuanto a velocidad media son de 62,6 km/h y 75,6 km/h, respectivamente. Este último registro ocurrió el pasado 19 de marzo, cuando a los habitantes de Medellín y algunos municipios del Valle de Aburrá los despertó cerca de la medianoche un bramido que sacudió ventanas, tumbó árboles y causó zozobra por lo intempestivo y lo violento de un fenómeno que muchos no habían experimentado. Personal del Área Metropolitana y expertos en meteorología y climatología calificaron el evento como intenso, sobre todo por vientos superiores a 70 kilómetros por hora que alcanzó a registrar el Siata.
Pero esos episodios calificados antes como atípicos son cada vez más frecuentes. Un vendaval de similares características se repitió semanas después, a mediados de mayo, en el Oriente antioqueño, tumbando postes de energía, árboles y destechando decenas de viviendas en Rionegro y El Carmen de Viboral, principalmente.
Antioquia es tierra de vendavales. Es un hecho con amplia evidencia de respaldo. Lo que ahora tratan de identificar los expertos es si el cambio climático está intensificando la frecuencia y severidad de estos eventos y qué consecuencias podría tener en un territorio que tiene una pobre preparación para mitigar sus impactos y adaptarse.
Juan Fernando Villegas, investigador en ciencias atmosféricas, explica que dependiendo de la subregión los vendavales se forman de tres maneras. En Urabá se forman por ondas tropicales que vienen desde el Atlántico y chocan con las cadenas montañosas de las cordilleras Central y Occidental que tienen sus propios microclimas y se desatan las nubes verticales, los cúmulos, que se descargan acompañados de vientos violentos, cortos y destructivos. Este tipo de fenómeno afecta no solo al Urabá sino a gran parte del Bajo Cauca.
También se forman en los valles, explica, por cuenta del cruce de las corrientes cálidas de los ríos con las corrientes frías de los bosques altoandinos, estos afectan, por ejemplo, a las poblaciones del Norte y del Suroeste asentadas en el cañón del río Cauca. De hecho, un vendaval arrasó el pasado martes con árboles, dejó averiadas 30 viviendas, millonarias pérdidas en cultivos de café y plátano y taponó vías en el municipio de Támesis.
Y otra forma en la que se producen es cuando se calientan grandes espejos de agua y al subir ese aire cargado a tierras frías, por encima de los 2.000 metros de altura, chocan y desatan ventarrones cortos pero particularmente violentos, acompañados usualmente de granizo. Un ejemplo fue el evento que azotó a Guarne el pasado mes de abril causando cientos de millones en pérdidas de cultivos por la granizada que duró apenas 15 minutos pero fue implacable.
Según Leonardo Gónima, físico y Ph.D en Meteorología, la frecuencia con la que vienen ocurriendo estos eventos en Medellín durante los últimos diez años sugerirían la posibilidad de que por cuenta del aumento gradual en las temperaturas, la ciudad enfrente en los próximos años eventos de este tipo mucho más extremos y tal vez más destructivos. El reto ahora es adelantar estudios para llenar los grandes vacíos de información que existen respecto a estos fenómenos y así poder tener proyecciones más confiables sobre a qué se enfrenta la ciudad.
Según Villegas, es importante además que la preocupación de mandatarios se traduzca en soluciones de fondo que van mucho más allá de las consabidas recomendaciones para amarrar techos y limpiar bocatomas. Adelantar una restauración ecológica con especies nativas y resistentes a climas extremos en zonas críticas es una de las llamadas soluciones basadas en la naturaleza, que tiene como objetivo en este caso concreto reducir el potencial destructivo de los fuertes vientos. También debe incluirse un plan de mejoramiento de vivienda y nuevas construcciones adaptadas para soportar estos eventos extremos y el desarrollo de estrategias de agricultura resiliente, por ejemplo, facilitar el tránsito de campesinos a una producción agrícola bajo invernaderos.