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“No quedó nada en pie”: 700 damnificados buscan salir del lodo en Santa Cruz

El hombre vivía con sus tres hijas y su esposa en esta casa. La corriente provocó que la nevera cayera sobre la moto que tanto cuidaba. FOTO: Jaime Pérez

Fernando, Juan, María Fernanda y Adriana son solo algunas de las 700 personas que amanecieron sin enseres, entre ruinas y pantano, por causa de la gran inundación vivida en Santa Cruz el domingo. Estas son sus historias.

TOMADO DE: elcolombiano.comLogo El Colombiano

Isabel Cristina Zapata Palacio Isabel Cristina Zapata Palacio

Cuando Fernando salió de su casa a jugar cartas con sus amigos en la panadería, frente a donde se reventó el tubo madre del acueducto, no imaginó que, veinte minutos después, todo lo que había construido estaría en ruinas. Apenas se sentó a la mesa, un ruido estalló en el barrio. “Como si fuera una película”, afirma.

La gran inundación en Santa Cruz dejó unos 700 damnificados, 9 viviendas con afectación estructural, 6 de ellas evacuadas temporalmente.

“Eso fue una cosa tremenda, como un chorro de agua disparado con una fuerza brutal. Todo el mundo salió corriendo. Y yo también, buscando cualquier sitio donde guardarme”, cuenta Fernando.

“No quedó nada en pie”: 700 damnificados buscan salir del lodo en Santa Cruz

La fuga de agua arrasó con su barrio, el Sinaí. Al bajar por el callejón para regresar a su casa, encontró su hogar reducido a escombros.

La corriente, atrapada en el patio de su casa, había tumbado muros y destrozado cada rincón. “Menos mal había salido. Ese muro que ve en el suelo se me hubiera venido encima. Aquí, en esta sala, me sentaba todas las tardes a ver televisión después de trabajar. Ya no quedó nada”, dice Fernando, parado entre los restos de sus telas enlodadas.

“Todo eso era mi mercancía, como cuatro millones de pesos en tela, ya todo perdido. Yo trabajaba aquí desde mi casa, esas telas ya no valen nada con tanto lodo”.

Entre escombros y agua

La fuerza del agua siguió su curso, arrastrando los escombros de la casa de Fernando, telas y muebles, hasta golpear con toda su furia contra la casa de Juan, un guardia de seguridad que se encontraba trabajando. Su esposa, Adriana, estaba en la sala amamantando a Isaac, su bebé de seis meses, cuando los golpes del agua, que al inicio se confundió con la lluvia, empezaron a sentirse cada vez más cerca. Apenas alcanzó a asomarse por la puerta cuando la vio venir: una muralla de agua que bajaba con fuerza, llevándose todo a su paso, arrastrando piedras, motos y cualquier cosa que encontrara.

Sin pensarlo dos veces, Adriana tomó a su hijo en brazos y salió corriendo, mientras el ruido de la corriente inundaba su casa. “Lo único que he comido desde entonces es el chocolatico del niño, y Juan lleva toda la noche sacando agua y escombros”, relata Adriana, cansada, mientras mira los pocos enseres que quedan entre el agua y el barro.

Juan regresó a su casa apenas recibió la llamada de Adriana. Abrió la puerta y comenzó a sacar el agua. El domingo, la mancha de agua enlodada en la pared llegaba hasta sus hombros; ayer, con el trabajo que había hecho, el nivel ya estaba a la altura de los tobillos. Los ahorros que tenían en una alcancía de cartón, la cuna y las pertenencias del bebé yacían enlodados. “Vea, esto estaba recién comprado para el niño, y ya lo perdimos”, cuenta mientras recoge los pañales y de Isaac.

Arriba, se asomaba María Fernanda, sobrina de 12 años de Fernando, quien apenas pudo escapar con su perrita Dulce. Su casa, contigua a la de Fernando, también quedó con paredes hechas escombros. “Cogí a mi perrita pitbull con una mano y con la otra me agarré de las barandas de la ventana. No sé cómo hice, pero me llevé a Dulce y salimos antes de que el agua nos arrastrara”, recuerda.

De lo que quedó en su casa, lo que más le preocupa a María Fernanda son sus cuadernos y su uniforme de colegio. “¿Y ahora qué voy a hacer para ir al colegio?, pregunta.

Tres casas más abajo, Erika y su familia estaban viendo televisión cuando la fuerza del agua cogía más fuerza. Salieron corriendo al ver la borrasca y cerraron la puerta, pero los escombros arrastrados rompieron la entrada, y la corriente entró hasta inundarles casi al cuello.

“Hasta aquí llegó el agua”, dice Erika, mostrando la marca en la pared. Cuando los equipos de socorro habían llegado y el esposo de Erika pudo volver a su casa, de inmediato fue a buscar la moto, la misma que con cuidado guardaba en la sala, solo para encontrarla bajo el peso de la nevera que arrastró el agua. Con dolor se echó a llorar arrodillado junto a su moto.

El panorama es desalentador, y aunque la comunidad se une para retirar los escombros, no quedan con esperanza en medio de las pérdidas. “El alcalde dice que va a arreglar las casas y que nos va a indemnizar EPM, pero esperemos que sea verdad, porque no tenemos ni dónde dormir”.

 

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