RimixRadio, Noticias para latinos
Vida

La increíble hazaña de buzo perdido en el mar y sus 3 días a la deriva

Jorge Morales sobrevivió a aguas infestadas por tiburones y medusas. Otros dos buzos fallecieron.

Por: Cristian Ávila Jiménez*

A cualquier lugar donde mirara solo podía ver agua. Mi vida pendía de un hilo. Llevaba tres días flotando en algún lugar del océano Pacífico sin ver el barco ni una roca de la isla.

TOMADO DE: eltiempo.comNoticias Principales de Colombia y el Mundo - Noticias - ELTIEMPO.COM

Había organizado ese viaje unos seis meses atrás. Nunca había estado en Malpelo y soñaba con sumergirme debajo de esa roca, santuario de cientos de especies.

Volé el 26 de agosto del 2016 de Medellín hacia Cali y luego me fui a Buenaventura, donde abordé el barco María Patricia.

En el barco conocí a mis compañeros de travesía, todos buzos experimentados como yo. El antioqueño Hernán Darío Rodríguez, los caleños Erika Vanessa Díaz y Carlos Enrique Jiménez, quien era el instructor, el estadounidense Peter Morse y Darío, otro buzo de quien no recuerdo su apellido.

(Entrega uno: Así sobreviví al ataque de un tiburón gris cuando buceaba en Colombia)

Esa era la primera vez que viajaba a este lugar. Tenía una lista con las especies que podría ver en Malpelo, como langostas gigantes, tiburones ballena, entre otros cientos de peces.

El amor por el agua lo heredé de mi padre, con quien de niño iba a pescar cerca de Medellín, hasta que una noche, a mis 13 años, me tocó trasladarlo en un taxi luego de que unos sicarios lo balearan al momento cuando estaba entrando a nuestra casa. Su muerte cambió por completo mi vida.

Llegamos a Malpelo

La primera parada fue la isla de Gorgona. Allí hicimos una inmersión sin dificultad y zarpamos a Malpelo.

Llegamos el domingo 28 de agosto. Desde el María Patricia vimos esa inmensa roca tras navegar algo más de 500 kilómetros.

Malpelo
La isla de Malpelo está ubicada en el Pacífico. Se llega tras navegar unos 500 kilómetros desde Buenaventura. Foto:  Cortesía: Armada Nacional

No había que esperar más. Era hora para vestir nuestros trajes y cargar los equipos. Las instrucciones de cada inmersión eran consensuadas y se nos decía al pie de la letra el recorrido que haríamos.

Al sumergirnos, el agua era extremadamente fría, el mar se movía bastante y se sentía picado. Siempre arrancábamos las seis personas.

Primero Erika, Hernán y Darío salían. Luego lo hacíamos Peter, Carlos y yo. Al día hacíamos tres inmersiones, cada una podría durar alrededor de 45 minutos.

(Entrega dos: Así sobreviví a una caída de 600 metros en un parapente)

Sumergirse en esas aguas cristalinas y clavar la mirada en los peces era sublime. Los días se pasaban entre la alimentación, la inmersión, el descanso y hablar de lo que veíamos y qué hacíamos en nuestras vidas.

Les conté que tenía 44 años, que por dos décadas había viajado a distintos lugares a bucear, que era una pasión que me ayudaba a conseguir tranquilidad y liberarme del estrés de mi profesión como administrador de empresas en Medellín.

Conversábamos durante las extensas horas de viaje en el barco y nos fuimos conociendo. Erika, por ejemplo, era una caleña que recién acababa de ser madre. Peter, Hernán y Carlos dedicaban parte de sus vidas a bucear. Todos teníamos en común el amor por el mar.

Jorge Iván Morales
Jorge Iván Morales, al momento de esta emergencia, tenía 44 años. Foto:  Cortesía Jorge Iván Morales

Pese a que las inmersiones eran complejas por el mar picado, la única dificultad había ocurrido con Darío, quien se lesionó para el tercer día en aguas de Malpelo.

Ese martes 30 de agosto, las corrientes fuertes le hicieron pasar un momento doloroso, cuando se estaba por montar al zodiac, un movimiento brusco del agua le hizo doblar su pie, por lo que no pudo realizar la inmersión del día siguiente, la cual ya sería la última.

La última inmersión

A decir verdad, para este último trayecto ya estaba cansado y contemplé no realizarlo. Mi mente, para ese momento, quería estar de nuevo en casa, saludando a mis dos hijos en Medellín.

Hernán fue quien me convenció de realizar la inmersión. Quizá sería la última vez que bucearíamos en Malpelo y no se sabría cuándo habría posibilidad de retornar, teniendo en cuenta que llegar hasta aquí era lejos y difícil.

(Le puede interesar: Encuentran en Antioquia el cuerpo de estudiante desaparecida en Caldas)

A las 3 de la tarde de ese miércoles 31 de agosto a la última inmersión saltamos del zodiac cinco buzos. El lanchero nos dejó un poco alejados del destino ante las dificultades que suponía el mar picado.

El lugar elegido para despedirnos de la isla era una zona llamada la Catedral, donde se atraviesa por debajo del agua parte de la roca del Malpelo.

El buceo planeado con Carlos, nuestro instructor, era lento, pues el cansancio en nuestros cuerpos por tantas jornadas ya se notaba.

Así las cosas, nos dividimos en dos grupos de apoyo para realizar la inmersión. Hernán, Carlos y Erika eran un equipo; Peter y yo, el otro.

Había mucha marea, se sentía una corriente muy fuerte. Al llegar a la Catedral vi langostas gigantes, eran especies inmensas y lindas. Me puse en primer lugar del grupo y mis compañeros pasaron delante de mí.

Isla Malpelo en el Pacífico Colombiano
La isla es una de las más ricas en fauna y flora de todo el país Foto:  Armada Nacional

Empecé a ver burbujas, Peter estaba nadando mar adentro. No entendía su acción debido a que el plan era de buceo tranquilo, pensé que quería ver tiburones.

Uno tras otro siguieron a Peter. Me impulsé para alcanzarlos y no quedarme solo. Una corriente fuertísima nos arrastraba, nos revolcó y nos llevó a 110 pies de profundidad.

Empezamos a subir. Nos encontramos en la superficie tras 19 minutos de inmersión para comentar sobre la corriente que nos puso en aprietos.

Rodeados por tiburones

Erika, pocos minutos después de que volviera la calma al grupo, sumergió su cabeza en el mar. Estábamos rodeados por tiburones, nos daban vueltas alrededor de nuestros cuerpos.

Sentí a Erika un poco angustiada. Luego, con Peter, el más avezado, decidimos nadar con los tiburones, pude contar más de 50 de ellos. Había de varias especies, entre ellos tiburón ballena, martillo y arrecife. Duramos jugando con ellos unos 10 minutos.

Malpelo
En esta área todos los tiburones están protegidos. Foto:  Cortesía Parques Nacionales Naturales

Al volver a la superficie, los dos estábamos solos e intentábamos hacer señas a la lancha para que nos recogieran, sin embargo, solo llevábamos 30 minutos y el plan contemplaba 45 minutos, por lo que el zodiac no estaba en el área para devolvernos al María Patricia.

La corriente nos iba alejando lentamente de Malpelo. Estábamos cada vez más distantes de la isla. Peter y yo empezamos a nadar mar adentro para acercarnos a la roca, pero una ola inmensa nos revolcó.

Luego del embate, mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mitad del mar. No veía por ningún lado a Peter. Paré de nadar, tenía miedo y soportaba las arremetidas del agua.

Tras algunos segundos, logré ver a Hernán, Erika y Carlos a unos 60 metros. Volví a lanzar mis brazadas desesperadas para acercarme a ellos y no quedarme solo.

En la mitad del mar

Al primero que encontré fue a Hernán, a quien le manifesté que la corriente nos alejó del grupo y empezamos a dialogar qué debíamos hacer ante las circunstancias enrevesadas que teníamos. No sabíamos si era mejor que nos llevara la corriente o nadar contra ella.

-Erika y Carlos dijeron que nos quedáramos en la corriente, pero yo no quise, más bien me vine- dijo un agitado Hernán.

-Bueno listo, pero lo que tenemos que hacer es nadar, recortar la distancia hacia Malpelo, para que haya posibilidad de que nos encuentren- le contesté.

Así, el grupo de cinco buceadores quedó en segundos fraccionado en tres: Peter, solo; Erika y Carlos; Hernán y yo. Las aguas agitadas nos dividieron.

(Además: Antes y después de la Posada Alemana, la mansión en ruinas de Ledher)

Mi deseo era llegar a Malpelo, nadábamos de espaldas para no soltar los tanques de oxígeno. Las primeras brazadas costaban mucho y nos separábamos, por lo que optamos por amarrarnos con cuerdas para permanecer juntos e intentar un nado sincronizado.

Duramos cerca de 90 minutos intentando llegar a Malpelo, pese a nuestros deseos de acercarnos, parecía que cada brazada nos alejaba más de la isla. Hacia las 5 de la tarde de ese miércoles ya estábamos solos los dos en la mitad del mar, sin rastro de alguno de los otros tres compañeros.

La primera noche: animales furiosos

No había otras sensaciones diferentes al agobio, el desespero y la depresión. Malpelo se hacía inalcanzable.

Una llovizna leve empezó a caer en la zona. Cansados, abrimos nuestras bocas para beber lo que caía, pero de nuevo otra ola nos embistió. El agua salada se nos metió en la boca, nos dieron náuseas y vomitamos.

Al recuperarnos, empezamos a nadar. Todavía se veía algo de Malpelo, por lo que fijamos el rumbo de nuevo. Hernán alertó sobre algo que lo estaba picando, pensaba que se trataba de una excusa para no nadar más.

A los minutos, también sentí que me picaron, pero continúe nadando hasta que
empezó un ataque atroz de medusas.

La única zona del cuerpo que no cubrían nuestros trajes eran los rostros, estaban expuestos y fue ahí donde se ensañaron las medusas, que nos rozaban y quemaban decenas de veces y de manera fugaz.

Era dolorosísimo, sin piedad, no había manera de defendernos, parecían un enemigo invisible. A Hernán lo picaron muchas veces más y ya de noche, con pocas fuerzas y tras huir del ataque nadando, decidimos descansar un poco y quedamos flotando sin más qué hacer.

Pasó un buen tiempo desde que paramos de nadar. El turno de la desazón y el viacrucis interno me había llegado a mí con un ataque de hipotermia, tanto desgaste calórico por los intentos de llegar a la isla hacía mella en mi organismo. Sucumbí.

Sentía que me clavaban cientos de alfileres por mi cuerpo y estos calaban hasta hacerme tiritar los huesos. No podía coordinar movimientos ni hablar.

Hernán empezó a frotarme el pecho para darme calor. Era un acto de solidaridad y amor que me despertó del letargo. Su compañía me hizo entrar en conciencia y pude controlar la respiración y superar el trance.

Con todo el agotamiento, buscamos posiciones para descansar e intentar darnos calor. Nos tomamos de las manos para comunicarnos e hicimos una lista de situaciones a las cuales nos íbamos a enfrentar: hipotermia, cansancio, deshidratación, inanición y hasta demencia.

Entrada la madrugada pensamos en estrategias para evitar la deshidratación. Ya teníamos una mala experiencia intentando tomar agua lluvia, así que llegamos a la conclusión de que si íbamos a beber algo sería orines.

-Tocará directamente del pipí- bromeó Hernán.

-No, hermano, cómo se le ocurre, yo todavía no estoy tan mal- rematé en medio de una conversación amena para pasar el tiempo.

En todo caso, cualquier idea sería útil para nuestra supervivencia.

Día dos: contemplar el suicidio

Al amanecer decidimos amarrar los implementos a nuestros cuerpos. Los computadores de buceo, las boyas marcadoras de superficie, el cuchillo, todo lo que nos pertenecía. En parte, flotábamos gracias a algunos de ellos, como las aletas.

Pese a que no sentíamos hambre, quizá por la adrenalina, sí sufríamos por el frío, el cansancio y, por supuesto, la sed.

Aunque los dos teníamos la meta clara de seguir nadando para acercarnos a Malpelo y sobrevivir, siempre se piensa en posibilidades en dado caso de que no resistiéramos más: contemplamos el suicidio.

-¡Llegará el momento en el cual vamos a sufrir!- apuntó Hernán.

-Y si nos matamos, ¿cómo hacemos?- pregunté.

Planteamos situaciones extremas como cortarnos la aorta, pero la muerte sería muy lenta; si es la femoral, habría mucha sangre y nos comerían los tiburones y ni por el putas querríamos eso.

También pensamos en hundirnos, con la narcosis ahogarnos y morir sin darnos cuenta; sin embargo, concluimos que esta opción generaría un dolor insuperable para las familias de no hallar nuestros cuerpos.

Pese a estas conversaciones álgidas, la conclusión era que juntos sobreviviríamos. Incluso rematábamos con momentos de chistes de Hernán, quien siempre buscaba algún momento para reír.

-Si me muero primero, cómame, córteme un pedazo del culo- dijo Hernán para bajar la tensión.

Era triste que, pese a nadar y nadar ya no veíamos a Malpelo, escasamente se apreciaba la punta del faro. Hice un protocolo mental para despedirme de mi familia, recé a Dios, caía desesperanzado y luego volvía a fortalecerme.

El paisaje para este momento no era sino agua y nubes. Metía en ocasiones la cabeza al agua para ver peces -vi marlins gigantes- mientras un frío inimaginable me consumía.

Santuario de Fauna y Flora de Malpelo
Dentro de su diversidad marina también es posible encontrar seis especies de peces endémicos asociados a coral y fondo rocoso.  Foto:  Cortesía: Thomas Kotouc

En la noche había neblina y no se veía absolutamente nada. La esperanza era que amaneciera, pues sabíamos que a oscuras nadie nos iba a buscar.

Un ataque de medusas en la noche nos sorprendió y de nuevo el dolor en la cara nos hizo buscar soluciones. Así que envolvimos las boyas marcadoras en el cuello y la cara. También nos amarramos en posición fetal para intentar descansar algo. Nunca dormimos, no se podía.

En la madrugada uno no puede ver a los animales, pero se sienten, se escuchan y hasta llegan a empujar. El único ruego para esos momentos es que no se les dé por probarnos.

Para buscar calor no había nada mejor que los orines, cuando uno de los dos lo hacía era una bendición, pues el fluido nos calentaba, así fuera solo unos segundos.

El rescate o la muerte

En la madrugada del viernes 2 de septiembre, mi pensamiento recurrente era que este día nos iban a rescatar. Pasé toda la mañana esperando que algo apareciera e infructuosamente agudizaba mis sentidos para percibir si llegaba el momento esperado.

Nuestra conversación giró en cómo estaría Peter, Carlos y Erika, en ella pensábamos mucho por su bebé. Orábamos para que la encontrarán.

La mañana fue pasando y, por primera vez en los tres días naufragando, salió el sol. Era un anhelo, pensamos que nos iba a calentar; sin embargo, lo que produjo fue más dolor.

Al estar dentro del agua, el sol no nos calentaba los cuerpos, pero si nuestros rostros que se quemaron con rapidez. También la piel se nos empezaba a reventar y los labios se resquebrajaban. Era un sufrimiento que se hacía insoportable.

Lo reconfortante era que las aguas no estaban tan agitadas y que quizá el buen clima servía para un posible rescate. Era hoy o nunca.

También nos adaptamos a la situación de sol, usamos una aleta de espaldar y la otra como gorra para cubrirnos. Durante todo el tiempo teníamos la careta puesta, de lo contrario el agua se nos metía en la nariz o también podríamos ahogarnos con rapidez.

La tarde llegó. Nos recostamos en nuestra posición fetal y ahí ocurrió.

-Hernán, escuchas el motor- le dije.

-Míralo, allá hay un punto. Allá viene- contestó.

Buzos
Este es el avión patrullero marítimo de los Estados Unidos que divisó a Hernán y a Jorge Iván. Foto:  Cortesía Armada Nacional

Era revitalizante ver algo diferente al agua y las nubes. Empezamos a hacer señas, desesperados, nos agitábamos. Estirábamos las manos como si con ellas alcanzáramos al avión que pasó cerca de nosotros. Luego la aeronave siguió de largo.

Pasamos de la euforia al desespero. Ver ese avión significaba felicidad, pero su desaparición fugaz en el cielo y notar cómo se convertía en un pequeño punto nos volcaba a una profunda tristeza.

Antes de que pasaran unos cinco minutos, de nuevo el avión pasó sobre nuestras cabezas, se inclinó y nos hicieron un saludo. Pero la aeronave volvió a irse. Eso nos desconcertaba.

Rompimos en llanto. La tercera vez que pasó el avión, un hombre se asomó por una puerta trasera y nos saludó. Esa fue nuestra felicidad más grande.

Buzos
Jorge Morales y Hernán Rodríguez flotando en aguas de Malpelo. Foto:  Armada Nacional

Los minutos siguientes transcurrieron viendo al avión haciendo círculos en el cielo. Luego lanzaron un papel lejos de nosotros.

-Hernán, esta situación y ellos tirando papelitos- dije con preocupación.

Lo cierto es que cuando ese papel cayó al agua, de inmediato empezó a salir humo. Una maniobra para marcar el blanco, estrategia de la cual me enteré después y que sirve como señal para quienes están navegando en barco o lancha.

Otro paquete fue lanzado desde esa aeronave de guardacostas de Estados Unidos. Un paracaídas lo dirigió y al caer se trataba de una balsa. Hernán la agarró primero y la haló hacia nosotros.

Nos quitamos el tanque y todas las cosas. Nos subimos en la balsa, estaba al revés, pero no nos importó, estábamos agotados.

Nos quitamos los botines, teníamos los pies inflamados. Esperamos unos minutos y llegó el zodiac.

-Este 2 de septiembre del 2016 es su nueva fecha de nacimiento- nos dijeron los hombres de la Armada Nacional cuando nos vieron a las 5 de la tarde de ese día a 39 millas náuticas (72 kilómetros) de Malpelo.

Buzos
Momento del rescate de Hernán y Jorge Iván. Foto:  Armada Nacional

La siguiente frase que nos dijeron fue que estadísticamente no había posibilidades de hallarnos con vida.

Durante todo el padecimiento, nosotros nos aferramos mucho a Dios. Fuimos fuertes cuando nuestras vidas pendían de un hilo, esa era la única opción que teníamos mientras esperábamos el milagro de un rescate que, por fin, se daba.

No habría sobrevivido en el mar si hubiese estado solo. Hernán fue un gran compañero, la vida nos puso juntos y los dos teníamos claro que nuestro objetivo era la supervivencia. Siempre nos apoyamos y nuestros cuerpos aguantaron con sus pocas reservas calóricas los embates del mar.

Pienso que también sobreviví por mi vida resiliente. De niño, tras la muerte de mi papá, me tocó luchar la vida e incluso vender arepas en la calle. Resistí a un accidente de tránsito en el cual volé por un abismo y supe perseverar cuando mi hija, apenas con dos años, fue operada a corazón abierto.

Tras el rescate

Los rescatistas de la Armada Nacional nos llevaron al buque Punta Ardita. Allí nos hidrataron, nos dieron calmantes y medicamentos. También comimos algo, pero tragar era un suplicio, dolía mucho pasar los alimentos.

Preguntamos por nuestros compañeros. Conocimos que a Peter lo habían rescatado un día antes, él había logrado llegar cerca de la roca. El paradero de Carlos y Erika seguía siendo desconocido.

Jorge Iván Morales
Hernán y Jorge Iván en el buque Punta Ardita momentos después del rescate. Foto:  Armada Nacional

El día siguiente no paré de llorar, pensaba en mis compañeros perdidos. En el buque, con más calma, veía en el espejo como mi piel se estaba pudriendo y los huecos que salieron en mis pies por nadar.

Eran sentimientos encontrados, miraba al mar y me daba duro saber que allí estaban mis compañeros. También pensé que sufrí mucho y que pude perder la vida.

A los tres días del rescate hablé con mis hijos y supe la lucha de mi hermana, Sabrina, quien fue la que buscó ayuda de la Armada Nacional para el rescate.

Buzos
Hernán (de camisa blanca) y Jorge Iván (camiseta azul) fueron retornados a Buenaventura. En sus rostros y cuellos se ven las marcas dejadas por las medusas. Foto:  Juan B. Díaz

Llegué a Medellín luego de otros tres días, en mi casa me enteré por las noticias del hallazgo del cuerpo de Erika.

La confirmación de su deceso fue un golpe muy duro. Todavía se me caen las lágrimas al recordarlo, pero en mi cabeza pedía a Dios para que encontraran los cuerpos y le diera descanso a la familia. Aún anhelo lo mismo para Carlos, nuestro guía, cuyo cuerpo nunca apareció.

La recuperación fue de unos tres meses. Me dolía cepillarme la boca y solo pude volverme a calzar zapatos dos meses después, pues tenía llagas en ellos. Durante ese tiempo pasaba casi todos los días con gripa debido a que mis defensas eran bajísimas.

Era impactante ver todo mi cuerpo lleno de granos con pus. Aunque la verdadera crisis fue mental, no podía dormir ni concentrarme. Entre en modo supervivencia, así que pensaba que todo lo que ocurría a mi alrededor era peligroso.

(Lea: La mansión que levantó presunto testaferro de Maduro en Barranquilla)

No olvidaré a los hombres de la Armada Nacional que me rescataron ni a mis compañeros, en especial a Hernán.

Nunca he pensado las razones por las cuales Hernán, Peter y yo sobrevivimos mientras que Erika y Carlos, no. Lo que sí se me venía a la cabeza es por qué me pasó a mí, pregunta que ya cambié y ahora la formulo: ¿para qué me pasó eso?

Tuve que recuperar mi empresa de textiles y he cambiado mi estilo de vida. Sé que mi empresa es para generar felicidad, más que para ganar dinero.

Todos naufragamos permanentemente de una u otra manera, la vida nos da señas de cambio y apenas estoy volviendo.

CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Redactor de Nación
EL TIEMPO

*Esta historia es la tercera entrega de la serie ‘Sobrevivientes: cuando el deseo de vivir es más fuerte’. Espere un relato cada miércoles.

*Jorge Iván Morales quiere llevar su mensaje de resiliencia a diferentes zonas del país, por lo que se dedica a dar conferencias de superación.

Más historia de la serie Sobrevivientes

Related posts

Una vacuna universal contra la gripe que usa la tecnología de ARN, probada con éxito en ratones

admin

Hay reducción de casos de covid en ciudades principales: Minsalud

admin

Covid-19: sigue disparado el aumento de casos, reportan 8.436 contagios

admin
WP Radio
WP Radio
OFFLINE LIVE