Millones de litros de agua del río Cauca corren a diario a través de un boquete de 62 metros de ancho en el jarillón de San Jacinto del Cauca, en el sector conocido como ‘Caregato’ , donde el pasado 6 de mayo se reabrió un boquete por el que el Gobierno no da un peso para cerrarlo.
La emergencia salta a los ojos para los habitantes de la zona como Yonairo Sáenz, quien lleva meses alzando su voz por esta población que ya tiene 100.000 hectáreas bajo el agua, sumado a miles de cabezas de res perdidas por las inundaciones.
«La gente está sola y pasando hambre. No hay de qué vivir», es el lamento de este líder, para quien resultará inevitable que La Mojana viva de nuevo una Navidad triste, pues desde agosto de 2021 el agua tiene sumida a la población de los 11 municipios que hacen parte de esta subregión, cuando se dio la primera ruptura.
A pesar de que en febrero de este año hubo un inesperado festín porque al fin había sido cerrado el boquete y las tierras se estaban secando, dos meses y medio después, cuando las obras de protección a este recién habilitado dique apenas iban en un 30%, la corriente del río Cauca azotó con fuerza para lanzarse contra los cultivos de arroz recién sembrados que cientos de campesinos habían labrado con esfuerzo y créditos bancarios.
La reapertura en el paso de estas aguas arrastró también la esperanza de la llamada dispensa agrícola del Caribe. Aquello no fue sino el inicio de un camino de frustraciones para los más de 230.000 pobladores de 11 municipios, entre los que se encuentra Guaranda, Sucre- Sucre, San Marcos o Majagual, pues la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo y Desastre (UNGRD) prometió ayudas a manos llenas que solo se resumieron a la repartición de un paquete de ayudas humanitarias, una única vez, para 8 mil de los afectados.
Las obras de cierre, que irían por cuenta del mismo contratista que hacía los trabajos de protección al momento de la ruptura, fueron suspendidas desde agosto porque, según los ingenieros, el Gobierno no cumplía con el cronograma de pagos. Finalmente, en septiembre, Carlos Carrillo, director de la UNGRD, terminó unilateralmente este contrato por presuntas irregularidades y prometió una nueva contratación bajo carácter de urgencias.
Aquella promesa se escurrió como agua entre las manos, mientras la fuerte corriente del río Cauca no para de correr las 24 horas del día para alimentar a un sediento terreno que desplaza a morosos campesinos que hace seis meses se quedaron sin casa y sin arroz.
Los pobladores de la zona cercana a ‘Caregato’ al menos tienen algo más que agua ante sus ojos, pues el contratista al que la UNGRD liquidó en septiembre pasado, debía «una millonada» a la gente de la zona, cuya obra de mano contrató. Dice Yonairo, que, en un acto de rebeldía, los campesinos les «retuvieron» cinco retroexcavadoras y una ‘pajarita’, para que algún día regresen con el dinero. Desde entonces, el agua y la maquinaria se hacen compañía.