El último deseo de una niña con cáncer fue ir a Disney; su papá luchó por cumplirlo, pero no alcanzó a lograrlo.
En las cálidas tierras de Honda, Tolima, vive Guillermo, un hombre de campo que aprendió a vivir con la ausencia, la esperanza y el peso brutal de la pérdida. Se casó profundamente enamorado, y fruto de ese amor llegaron dos hijos: un niño, y luego una niña, la más pequeña, la más risueña, la que lo llamaba “papá” con una dulzura que desarmaba su alma.
Pero la vida no le dio tregua. Su esposa murió cuando la niña tenía apenas cinco años. Desde entonces, Guillermo se convirtió en padre y madre, en protector incansable. Dividía su tiempo entre su finca, su negocio de ganado y una frutería en Honda, pero nunca faltaba a su cita diaria con el amor de sus hijos. Cada noche regresaba a casa con las manos y el corazón llenos.
Hace unos cinco años, su hija Sara empezó a enfermar. Al principio pensaron que era una gripe, luego algo más. Finalmente, el golpe fue seco y brutal: cáncer. Y empezó el viacrucis. Cada mes viajaban a Bogotá, buscando respuestas, aferrados a cada palabra de los médicos, a cada señal de mejoría.
La esposa murió cuando la niña tenía apenas cinco años. Foto:Cortesía Fontur.
Guillermo nunca perdió la fe. Sabía —creía— que solo una intercesión divina podría salvar a su hija. Rezó en cada iglesia, encendió velas, hizo promesas. Cada quimioterapia era también una plegaria. En noviembre del año pasado, le dijeron que el cáncer parecía haber desaparecido. Sintió que sus oraciones habían sido escuchadas.
Pero la esperanza, a veces, es cruel. A finales de diciembre, unos exámenes de rutina revelaron manchas nuevas en los pulmones. Lo que siguió fue más devastador aún: ese cáncer era demasiado fuerte y se había ensañado con ella, se negaba de dejarla.
Después vinieron otros exámenes y el diagnóstico fue todavía peor: leucemia avanzada. Los médicos fueron claros. Ya no había mucho por hacer.
. Foto:a la niña le diagnosticaron leucemia avanzado.
Volvieron a Honda. Los doctores recomendaron que la niña viviera lo más plenamente que pudiera: que si podía ir al colegio, fuera; que si deseaba algo, se lo dieran. Guillermo, con el alma hecha cenizas, reunió el coraje para decirle la verdad. Ella lo miró sin miedo, y le dijo que su único sueño era conocer Disney, en Orlando.
Entonces Guillermo hizo lo imposible. Pidió cita para la visa. Se la dieron para 2026. Logró adelantarla. Pero se la negaron. Sin razón. Sin compasión. Sin entender que no se trataba de un viaje turístico, sino del último deseo de una niña que tenía los días contados.
Las calles coloniales y coloridas de Honda invitan a caminar y a conocer su historia. Foto:Adriana Garzón
Regresó a Honda derrotado, pero no vencido. Se dedicó a regalarle los días más bonitos que pudo. Le compró helados, la llevó a hacerse las uñas, comieron empanadas en la plaza, vieron videos juntas en su celular. Intentó hacer de lo pequeño, algo grande. Incluso imaginaron el vestido para una fiesta de 15 años.
Por las noches, cuando el silencio se hacía más profundo, Guillermo dormía al lado de ella. La tomaba de la mano como si con eso pudiera retenerla. Le hablaba al oído, le contaba historias, le decía que todo iba a estar bien, aunque sabía que no era verdad. La miraba dormir, frágil y hermosa, y le pedía a Dios, una vez más, que no se la llevara todavía.
Pero la muerte no negocia. Llegó una madrugada tibia de julio, sin ruido, sin aviso. Ella se fue tranquila, en casa, rodeada del único amor que necesitaba. Tenía apenas 13 años. Guillermo la abrazó en silencio, como se abraza lo inevitable. Lloró sin ruido, porque el dolor a veces se vuelve piedra por dentro.
Hoy, en Honda, Guillermo sigue trabajando en su finca, atendiendo su frutería, y cuidando de su otro hijo. Su fe sigue intacta, aunque ahora es más silenciosa. No le guarda rencor a la vida, pero tampoco le da gracias. Siente que el milagro que esperaba nunca llegó. Solo espera que, donde sea que esté su niña, alguien le haya cumplido ese último deseo que él no pudo: llevarla a Disney, aunque fuera solo una vez.
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