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Cada día se denuncian 6 delitos sexuales a menores en el Valle de Aburrá

FOTO: JAIME PEREZ
Heidi Tamayo Ortiz

Las denuncias son por todos los tipos de esta violencia, pero preocupa la incidencia de casos dentro de los hogares.

Las violencias sexuales contra niños, niñas y adolescentes han dejado este año un promedio de 6,4 denuncias diarias en los diez municipios del Valle de Aburrá, de acuerdo con los reportes de la Policía Metropolitana, con corte al 22 de mayo. Es decir, se registran alrededor de 44 denuncias semanales y 191 cada mes, y hay que tener en cuenta que este es un delito en el que abunda el subregistro y son muchos los casos que no llegan a las autoridades.

TOMADA DE: https://www.elcolombiano.com/

Archivo:ElColombiano.svg - Wikipedia, la enciclopedia libre

Si bien, en los últimos meses han estado en el debate público los casos aberrantes de explotación sexual comercial de menores de edad, en algunos de los cuales han capturado a ciudadanos extranjeros y han sellado hoteles, el problema de los delitos sexuales contra niños y niñas es más grande porque siguen ocurriendo con mayor incidencia de puertas para adentro, con papás, padrastros, tíos, primos, abuelos o hermanos como presuntos victimarios y, muchas veces, con el silencio cómplice de otros familiares.

La IPS Creciendo con Cariño atiende de forma exclusiva a víctimas de maltrato infantil y de violencia sexual —75% de su población atendida es por este delito—, por lo cual saben muy bien cómo está el panorama, que califican de “angustiante”. Su gerente Catalina Vertel Betancur contó que hay un aumento desproporcionado de las violencias sexuales que son iniciadas en casa y que el 80% de las denuncias tiene como presunto victimario a un integrante del hogar. Aunque otros expertos consideran que lo que aumenta son las denuncias y no los casos, lo que en realidad importa es que el lugar protector por excelencia es en muchas ocasiones el más peligroso para la niñez y la adolescencia.

Violencia sistemática instaurada

Como una fiera acechando a una presa indefensa recuerda Alicia —a quien llamaremos así en esta historia para proteger su identidad— al esposo de su tía. Uno de los recuerdos mejor fijados en su memoria, y cree que el más antiguo que tiene, es de él cargándola y cubriéndola con una cobija cuando ella tenía solo 3 años.

Le parece ver patente al hombre, tal vez de 30 años para la época, soltándola rápido y alejándose al percatarse de que apareció otro adulto de la familia. Lo que haya sucedido después no lo alcanza a revivir hoy su mente, pero sí tiene claros los múltiples momentos de abuso sexual que sufrió en manos de su tío político.

Él se las arreglaba siempre para encontrar un momento a solas con la pequeña niña cada vez que la llevaban de visita. Y propiciaba ambientes de juego, muchas veces con primos menores que ella —todos hombres—, lo que hoy ve como un intento de pasar desapercibido mientras cometía los abusos sexuales que se extendieron por lo menos durante seis años.

Lo que primero era una especie de secreto entre la víctima y el victimario se convirtió en una molestia para la menor de edad, pero nunca le contó a nadie de su familia lo que sucedía. Hoy, ya mayor de edad, no sabe con certeza si algún familiar se enteró y no hizo nada, o si el victimario logró salir invicto al cometer el aberrante delito durante tantos años, delito por el que nunca fue denunciado ante ninguna autoridad y que Alicia solo ha compartido tres veces en su vida. Pero otro recuerdo que quedó fijado en su memoria data de cuando tenía 10 años y estaban en una fiesta infantil en familia.

Como era habitual, el tío encontró el lugar escondido, pero ella estaba agotada de que siguiera sucediendo. Entonces, se enfrentó a él y lo amenazó con contar. Se zafó de sus enormes brazos y antes de salir de la habitación le lanzó un juguete.

Lo que ese día calificaron como la rebeldía de una niña fue para ella un triunfo que todavía aprecia con recelo y le da ánimos cuando piensa en la cobardía que siempre ha sentido para denunciar lo que vivió. Pero fue un triunfo, al fin y al cabo, porque ese día terminaron los abusos sexuales que dejaron secuelas imborrables que ha trabajado por medio de terapia psicológica ya en su edad adulta.

De la misma forma en la que Alicia se refirió a su tío, calificó la gerente Vertel Betancur el modus operandi de los abusadores sexuales en el hogar: “Es un lobo atacando a una presa, que es la diferencia más grande que se tiene con el asalto sexual o el acceso carnal violento que ocurre de repente. Es una violencia sistemática que se instaura en las dinámicas familiares, generando también un patrón de tortura, porque son niños y niñas que no solamente han vivido un episodio, sino que llevan un año, dos años, tres años siendo víctimas de violencia sexual en su casa. ¿Qué es lo más grave de la violencia sexual al interior del hogar? Que puede generar mucho más trauma el saber que tu persona querida es quien te abusa. Y mucho más que tu red de apoyo no te cree o no lo acepta”.

Para Vertel Betancur son muchas las causas por las cuales estos hechos se siguen presentando con tanta incidencia en los hogares. La permanencia de los menores de edad solos durante mucho tiempo porque ambos padres trabajan; el hacinamiento en casas donde viven hasta dos y tres familias; la falta de códigos que dibujen límites corporales, emocionales y sexuales de niños, niñas y adolescentes; y el consumo de sustancias psicoactivas y alcohol; entre otros que suceden en estratos bajos y altos.

Una de las particularidades de la violencia sexual contra menores de edad en la casa es que los victimarios están todo el tiempo “estudiando” a las víctimas. Huelen su vulnerabilidad, quieren estar siempre cerca de ellas, ganarse su confianza, hacer juegos, convencerlas de que guarden secretos, les hacen creer que es una forma de amar y que son merecedoras de ese tipo de afecto. Algunos se apoyan en estímulos como regalos, dinero o salidas, o pueden recurrir a amenazas o “sobornos emocionales” que terminan convenciéndolos de que nadie les va a creer si cuentan o que ellos fueron los que provocaron los abusos.

El silencio de otros familiares es un agravante. “Lo primero que pasa por la mente de un adulto o de una persona donde tiene un familiar víctima es que no ocurrió. Hay afirmaciones como ‘no lo puedo creer’, ‘eso nunca sucedió’, ‘necesito que me digas la verdad’, pero la negación es un primer escalón en el que no nos podemos quedar”, sostuvo Vertel y agregó lo dicho por otros expertos: siempre hay que creerles a los niños y niñas cuando denuncian estos hechos.

Otros factores que llevan a que se guarde silencio es la incredulidad en las instituciones o que el victimario es el proveedor económico del hogar u ostenta algún tipo de poder emocional o psicológico, a veces puede ser visto como una figura de terror que tiene varias víctimas de distintas violencias en casa.

Activar siempre la ruta

Este año, entre enero y mayo, Creciendo con Cariño ha recibido 440 casos nuevos relacionados con violencias sexuales, que suben a 734 si se cuentan los que venían del año pasado y aún sigue activa su atención.

Con base en la experiencia de la IPS, la gerente es enfática en decir que los traumas que genera un abuso sexual sistemático en menores de edad pueden llegar a compararse con los traumas de veteranos de guerra. Son consecuencias que acompañarán a la víctima toda la vida, desde lo cognitivo, lo emocional, lo social y las relaciones interpersonales. Del total de casos de la IPS, el 95% corresponde al Valle de Aburrá, que llegan remitidos luego de que se ha activado el código fucsia —que habilita el protocolo de atención integral correspondiente—, desde hospitales, clínicas, Fiscalía, comisarías de Familia o Icbf. El otro 5% llega de ciudades como Bogotá, Barranquilla, Cali o municipios de Antioquia. Del total de las víctimas que atienden, el 63% son mujeres y el 37% son hombres.

Por su lado, las cifras preliminares del Instituto Nacional de Medicina Legal dan cuenta de que entre el 1 de enero y el 30 de abril se registraron 282 exámenes médicos legales por presuntos delitos sexuales en contra de menores de edad en el Valle de Aburrá, de los cuales 224 corresponden a niñas y adolescentes mujeres. Solo cuatro meses de registros que dejan ver la magnitud de este problema que debería estar en las conversaciones públicas siempre, no solo cuando hay coyunturas mediáticas.

Para la gerente, la prevención es fundamental, en colegios, casas e instituciones. Pero también lo es la reparación a las víctimas. “Si no se repara, no para” es el lema de la IPS que dirige y un primer paso es denunciar siempre, en el entendido de que la obligación de la institucionalidad es atender todos los casos, activar la ruta y garantizar que no haya revictimización. Dicha ruta incluye salud física y mental especializada, medidas de protección y restablecimiento de derechos, acceso a la justicia y, por supuesto, garantías de que algo así no volverá a suceder.

“Una víctima no va a olvidar el hecho, tiene que resignificar el hecho. Desde ahí, la perspectiva que tenemos que manejar de la reparación es una reparación tan simbólica, pero que se entiende que no va a volver a suceder”, concluyó la gerente. Aunque Alicia siente que ya resignificó el hecho a su manera, si pudiera devolver el tiempo denunciaría a su agresor, a quien no ve desde que tenía 12 años.

Los signos de alerta

Es importante estar atentos a síntomas que pueden presentar menores de edad víctimas de violencia sexual, que muchas veces llegan de forma repentina. Algunos signos emocionales que indican que algo no está bien son cambios extremos del estado de ánimo; episodios de mucha tristeza o llanto; trastornos del sueño o alimentarios; pesadillas frecuentes; agresividad o pasividad excesiva; miedo intenso a dormir solo, a la oscuridad o a quedarse solo; así como problemas para vincularse con los demás o que rechacen toda muestra de afecto. Pero también existen síntomas físicos, algunos más evidentes que otros, como infecciones urinarias repetitivas, dolor abdominal, fluidos extraños o sangrados, moretones, pellizcos o mordiscos, que indican niveles de violencia elevados y que pueden desembocar hasta en un homicidio.

Las modalidades del abuso

Las violencias sexuales en contra de los menores de edad pueden darse en todos los entornos. En los últimos meses se han conocido casos en instituciones educativas, vecindarios, calles, hoteles y casas. Pero hay que tener en cuenta que estas se pueden dar con contacto y sin contacto. Las primeras se relacionan con cualquier interacción a través del cuerpo del victimario o los niños, niñas y adolescentes; incluye besos, caricias o penetraciones. Las segundas se refieren a actos abusivos que no involucran el cuerpo del niño directamente, sino que se da con piropos, sonidos o gestos que muchas veces son difíciles de leer, pero también con videos, fotografías con contenido explícito o interacciones por plataformas digitales.

Las formas de prevenir

Una forma inicial de prevenir estas violencias en casa es poner el tema como conversación en la mesa del comedor. Hablar de sexualidad, desarrollo y límites es fundamental para que los menores de edad identifiquen qué es del orden de lo privado e íntimo. Herramientas pedagógicas, como juegos, noticias o cuentos, pueden ayudar para darles a conocer factores de riesgo y prevención.

“El poder sacar del día cotidiano de los papás una hora para compartir realmente con los niños, saber cómo les fue en la escuela, cómo les fue en casa, a qué jugaron; ver a qué juega su hijo o qué conversa su hijo adolescente con los pares, permite tener información de primera mano”, dijo Vertel. Para ella es clave prestar atención y atender la salud mental en casa, así como estar pendientes de lo que niños y niñas hacen en redes sociales o sitios web.

 

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