Los hallazgos plantean que canas y melanoma derivan de decisiones celulares opuestas ante el mismo daño. Foto: iStock
El estudio muestra cómo el daño en el ADN puede cambiar el color del pelo y afectar la salud celular.
La aparición de canas suele entenderse como un signo natural del envejecimiento. El cambio de color en el cabello se asocia al paso del tiempo y a transformaciones corporales inevitables.
Sin embargo, investigaciones recientes plantean que estas hebras plateadas podrían ser la manifestación visible de un sistema interno diseñado para contener daños genéticos que, de no gestionarse, pueden favorecer la aparición de cáncer.
Un estudio realizado en ratones exploró cómo el organismo responde al deterioro de su ADN, un fenómeno fundamental tanto en el envejecimiento como en la formación de tumores.
Mientras el desgaste celular altera funciones con el tiempo, las alteraciones no reparadas pueden propiciar el crecimiento descontrolado característico del cáncer. Los resultados revelan una conexión singular entre la pérdida de pigmento en el cabello y mecanismos biológicos orientados a limitar ese riesgo.

Las células madre de los melanocitos, ubicadas en la base de los folículos pilosos, se sitúan en el centro de este proceso. Estas células alimentan continuamente a los melanocitos responsables del color del pelo y la piel mediante ciclos de actividad, reposo y renovación. Esta dinámica sostiene el tono natural del cabello durante gran parte de la vida. No obstante, el ADN de estas células enfrenta ataques constantes derivados de la radiación ultravioleta, sustancias químicas y procesos metabólicos propios del cuerpo, lo que contribuye tanto al envejecimiento como a enfermedades como el melanoma.
Cuando las células madre melanocitarias sufren roturas de doble cadena en su ADN, pueden entrar en un estado denominado “seno-diferenciación”, mediante el cual maduran de forma irreversible hacia células pigmentarias antes de desaparecer de la reserva. La consecuencia visible es el encanecimiento progresivo. Este mecanismo funciona como una barrera: al retirar células potencialmente dañinas se limita la posibilidad de que acumulen mutaciones que, en otro contexto, podrían contribuir al cáncer. Cada cabello que pierde su pigmento representa, de esta manera, una retirada preventiva.

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Los investigadores observaron que este proceso no ocurre en todas las circunstancias. En los experimentos, al exponer células madre melanocitarias de ratones a compuestos altamente cancerígenos y a radiación UV, las células evitaron la “diferenciación senoidal”. En lugar de eliminarse, señales provenientes del tejido circundante promovieron su autorrenovación aun con daño genético presente. Esta condición generó un ambiente propicio para la formación de melanoma.
Los resultados apuntan a que el destino de estas células depende tanto del tipo de daño recibido como de las señales que emite su entorno inmediato. Factores como los químicos agresivos o la luz ultravioleta, que generan roturas en las cadenas de ADN, desencadenan la autodestrucción por defecto y con ello la aparición de canas. Pero bajo la influencia de células cancerosas, estas mismas células madre pueden persistir y actuar como semillas para tumores. Los científicos describen este fenómeno como “destinos antagónicos”, dado que una misma población celular puede seguir trayectorias radicalmente distintas según las condiciones.

Este enfoque replantea la relación entre el encanecimiento y el melanoma. Ambos serían expresiones diferentes de la misma competencia biológica: equilibrar la renovación de los tejidos y la prevención del cáncer. Las canas no funcionan como una protección directa, pero sí representan el resultado de un proceso defensivo que elimina células con riesgo potencial.
El estudio también señala que cuando los mecanismos de control fallan, ya sea por desgaste o por interferencia de agentes carcinógenos, aumenta la probabilidad de que surjan células malignas. Esto podría ayudar a explicar por qué el riesgo de cáncer se incrementa con la edad.
Aclaración: gran parte de la evidencia presentada proviene de experimentos realizados en ratones. Aún se requiere verificar si las células madre melanocitarias humanas responden de manera comparable, dado que las diferencias entre especies y los factores genéticos y ambientales propios de las personas pueden alterar estas dinámicas.

A pesar de estas limitaciones, los hallazgos abren posibles líneas de investigación para comprender cómo las señales que impulsan a una célula madre a diferenciarse o a dividirse podrían utilizarse para reforzar los mecanismos naturales de protección contra el cáncer. También podrían aportar pistas sobre por qué algunas personas desarrollan melanoma sin haber estado expuestas a factores de riesgo evidentes y por qué el envejecimiento suele acompañarse de mayor incidencia de cáncer y deterioro de tejidos.
La historia de las canas, en este contexto, adquiere una dimensión biológica más amplia. Más allá de su vínculo con la edad, podrían ser un indicador de los procesos internos que regulan la estabilidad celular. En esa competencia constante entre preservar la integridad del organismo y contener el riesgo de malignidad, la pérdida de pigmento capilar surge como una señal externa de un equilibrio profundo.
*Este contenido fue escrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de conocimiento público divulgado a medios de comunicación. Además, contó con la revisión de la periodista y un editor.












