En lo alto de Belmira, un hombre se encarga del cuidado y preservación de los guardianes del agua: los frailejones. Esta es su historia.
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En un vivero de Belmira, un hombre cultiva frailejones con la delicadeza de quien cuida un tesoro. Su trabajo, junto al de científicos y guías de páramo, está ayudando a restaurar el ecosistema que da agua a millones de personas.
De la ciencia al páramo, a los frailejones
El camino de cada frailejón es largo. Antes de llegar al páramo, pasan por cajas petri, materitas, bolsas de plástico y, finalmente, las espaldas de los guías locales, como Duban Mazo, quien cargan las plántulas durante horas hasta su destino final. Se trata de un trabajo en equipo, con la humildad de quien entiende que los milagros se construyen entre muchos.
Uno de esos aliados es el biólogo Robinson Salazar, quien dejó Sincelejo para doctorarse en Antioquia estudiando la especie Espeletia Occidentalis. Su técnica ha logrado reducir el tiempo de crecimiento de los frailejones de más de dos años a solo seis meses, con una tasa de supervivencia que supera el 70%.
Fotos: Cortesía
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Ernesto Pérez, el guardián de los frailejones en Belmira
Desde hace cinco años, Ernesto Pérez cuida en el vivero municipal de Belmira un delicadísimo tesoro: semillas, brotes y plántulas de frailejones que luego serán llevados a más de 3.000 metros de altitud. Ha visto germinar más de 3.000 ejemplares y los acompaña hasta que alcanzan el tamaño ideal para ser sembrados.
Así es, su nombre es Ernesto Pérez, como el personaje animado, pero él es de carne y hueso, y lidera una de las misiones más nobles y silenciosas del país: devolverle la vida al páramo de Santa Inés.
Cada pequeño avance —una hoja nueva, un centímetro más de altura— es celebrado como una victoria. Algunos nacen en Belmira, otros llegan desde los laboratorios de la Universidad de Antioquia, donde un equipo de biólogos ha acelerado su crecimiento in vitro sin usar hormonas. Es tan fuerte la conexión que Pérez tiene con ellos, que, cuando alguna siembra no prospera, a Ernesto se le nota el dolor.
Ernesto Pérez. Foto: Chelo Camacho en el vivero municipal de Belmira.
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Guardianes del agua y la esperanza
La Espeletia Occidentalis es solo una de las 145 especies de frailejón que existen en el mundo. Colombia alberga la mayoría: 93 tipos, de los cuales 55 están amenazados. El frailejón no es solo una planta: es una esponja viviente que atrapa la neblina y la transforma en agua. En su cuerpo peludo pueden almacenar hasta cuatro veces su peso seco en agua.
El páramo de Santa Inés, donde se siembran estos frailejones, abastece de agua al 60% de Medellín y el Valle de Aburrá. Pero los cambios en el clima, la ganadería y los incendios amenazan este equilibrio.
Sembrar el futuro
Si bien la agricultura ofrece ganancias inmediatas, el futuro sostenible depende también de oficios como el de Ernesto, los guardapáramos y los propagadores de semillas. Personas que, sin tener muchos méritos o reconocimientos diarios, están asegurando que el agua no falte mañana.
Y aunque Ernesto sabe que nunca verá esos frailejones convertidos en gigantes, le basta con imaginar que algún día, gracias a su labor y a la de tantos otros, volverán a poblar los páramos como en los tiempos de sus abuelos.