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La Encarnación, el rinconcito de Urrao que quiere florecer tras la desolación de la guerra

FOTO: Julio César Herrera
Heidi Tamayo Ortiz

Una asociación campesina de este corregimiento ubicado en el Suroeste de Antioquia, ha liderado la lucha de una comunidad para recuperarse del horror del conflicto armado. Hace poco, la JEP la reconoció y acreditó como víctima colectiva.

TOMADA DE: elcolombiano.com

Archivo:ElColombiano.svg - Wikipedia, la enciclopedia libre

Nos miraban de arriba a abajo. El esposo mío fue uno de los primeros que mandaron para la casa, él tenía a la niña. Yo fui de las últimas que mandaron para la casa, yo era en una tembladera, pensé que me iban a matar. Cuando me dijeron que me fuera di gracias a Dios, no sé cuánto me demoraría para llegar, pensaba que me iban a dar por detrás, pero ni modo de voltear, iba con el niño. Conforme puse el pie en la puerta de la casa se escuchó la ráfaga.

Era 28 de abril de 1998. Yudy del Río terminó de recoger tomate y salió de su casa, en el corregimiento La Encarnación, hacia la cabecera municipal de Urrao, en el Suroeste antioqueño. El bus escalera, que llegó en la mañana, serpenteó tal vez hora y media entre los montañosos paisajes hasta llegar al pueblo. Yudy compró el mercado y se devolvió en la tarde en otra chiva. La esperaban su esposo Ramón Emilio Henao y sus dos hijos pequeños. Mientras ella iba en camino, hombres armados llegaron al corregimiento y, casa por casa, obligaron a la gente a agruparse en el negocio que tenía con su esposo en toda la esquina del parque y que dejaron destruido.

La comunidad busca que el corregimiento mantenga la tranquilidad y que puedan lograr desarrollo y mejor calidad de vida. En la segunda imagen están Gloria Hernández (izq.) y Yudy del Río (der.). FOTOS Julio César Herrera

Un tumulto de gente inocente, confundida, aterrorizada, seguía las órdenes de paramilitares del bloque Suroeste de las Autodefensas que llegaron con el papel de verdugos, tildándolos de cómplices de la guerrilla. Cuando Yudy volvió a la casa y escuchó los disparos ensordecedores, desgarradores, se puso a lavar la ropa. Estaba cayendo un aguacero y no salía agua sino pantano, pero ella lavaba y tendía. Estaba descalza, pero nunca supo dónde se quitó los zapatos ni dónde los dejó. Cuando reaccionó todo parecía calmado. Salieron y supieron que asesinaron a 11 pobladores. Entre ellos a Ómar Henao, el hermano de Ramón Emilio, y a Robinson Henao, su sobrino menor de edad, uno de los dos adolescentes que asesinaron ese día. La masacre incluyó a otras 11 personas en una vereda del corregimiento llamada El Maravillo.

El horror de la guerra
Eran las 4:00 de la mañana cuando nos enteramos de que eran 22 muertos, 11 en La Encarnación y 11 en El Maravillo, donde casi todo el mundo se desplazó, solos nos quedamos cinco familias. Después, mucha gente empezó a regresar, también a la vereda La Clara. Pero en el 2000 hubo un segundo desplazamiento. Ese día yo cogí una olla grande, de 12 litros, eché comida, un par de panela y cobijas. No me acordé de más nada, solamente me daba pesar dejar los animales.

La olla que llenó Gloria Hernández se quedó vacía el primer día de camino. Iba con su esposo Elías Rivera, con cinco hijos pequeños y con otras familias, abriéndose paso en el monte, huyendo de una muerte que parecía segura. Se refugiaron en fincas de La Encarnación, se alimentaron por semanas de ñame y algunas gallinas. Regresaron al hogar a los pocos meses.

Antes de la masacre gran parte de la población cargaba con un estigma que la puso en la mira de los paramilitares y en foco de hostigamientos de la fuerza pública. El relato en el que coinciden hoy en día es que por mucho tiempo el Ejército tuvo incluso un retén para controlar el ingreso de alimentos de las familias, si les parecía que llevaban de más les decomisaban comida; señalaban a los ciudadanos de ser informantes o cómplices de las extintas Farc, que tenía injerencia histórica en la zona.

Los campesinos de La Encarnación vivieron todo el rigor del conflicto armado que azotó a Urrao y que ha pasado casi inadvertido o, por lo menos, no ha sido visible lo suficiente en comparación con los graves hechos que asolaron a la población. En ese corregimiento y en zonas aledañas del municipio ocurrieron desplazamientos, confinamientos, secuestros, homicidios selectivos, masacres, ejecuciones extrajudiciales, reclutamientos, violencias sexuales, todos los hechos victimizantes, muchos de los cuales no tienen denuncias claras.

Diego Ibarra, profesional social de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que ha acompañado a las víctimas, considera que incluso se podría decir que La Encarnación es el punto de partida de la arremetida paramilitar porque allí arrancó el control social y territorial en medio de una fuerte estigmatización de la comunidad. Era una zona dominada por el frente 34 de las extintas Farc, uno de los de mayor capacidad económica del Bloque Noroccidental (BNOCC) y el que tenía todo el control del margen occidental del Cauca. Según el Auto 13 de 2024 de la Sala de Reconocimiento de Verdad y de Responsabilidad de la JEP, del pasado 4 de septiembre, en el Suroccidente, el BNOCC tenía la zona de retaguardia en torno a la vía, desde el corregimiento Nutibara, de Frontino, hasta La Encarnación.

El mismo auto, en el que se imputaron siete exintegrantes de ese bloque por crímenes de guerra y lesa humanidad, da cuenta de que el frente 34 operó inicialmente al mando de Luis Carlos Úsuga, ‘Isaías Trujillo’, entre 1987 y 2008, y después de Pedro Baracutao, entre 2008 y 2017. Tuvo también presencia sobre la Cordillera Occidental, en Liborina, Cañasgordas, Sopetrán, Santa Fe, Giraldo, Caicedo, Concordia, Frontino y Urrao, este último considerado el epicentro del secuestro de dicho frente en el margen occidental del Suroeste antioqueño.

A mi papá lo mató la guerrilla hace 28 años por una finca. El se había desplazado de La Encarnación para Urrao antes de que lo mataran. A los tres meses lo mandaron a llamar y le dijeron que viniera al corregimiento que le iban a entregar la finca. Madrugó a las 4:00 de la mañana y cuando llegó lo mataron.

Dos años antes de vivir la masacre, el padre de Yudy fue uno de los primeros asesinados en la zona. Ella y la gente del corregimiento vieron instalarse el miedo poco a poco con la presencia cotidiana de guerrilleros que les pedían “favores” que el temor les impedía no hacer. Eso fue suficiente para que el grueso de la población fuera estigmatizada al punto de que asesinaran a 22 personas ese 28 de abril del 98. Después de eso, algunos cambiaron las camas de sus casas por cambuches en el monte, a donde se iban con costales y cobijas a dormir con los niños por físico pánico.

Durante muchos años la comunidad tuvo que cambiar sus dinámicas por estos señalamientos. Los retenes del Ejército, con mirada inquisidora en un “pueblo de guerrilleros”, obligaron a las familias a tomar la decisión de que fueran las mujeres las que salieran a Urrao a mercar, pues los hombres corrían más riesgos. Algunas mentían diciendo a los soldados que sus esposos eran unos borrachos que podían beberse la plata de la comida cuando les preguntaban por qué no iban ellos al pueblo. En la peor época del conflicto, como Yudy, muchos se desplazaron, y, como ella, muchos regresaron. Pero tuvieron que pasar años de resistencia comunitaria para que el territorio volviera a ser lo que hoy llaman un paraíso, su hogar.

El renacer de La Encarnación
Tanta guerra no significó solo sangre y destrucción tangible. El tejido social se volvió añicos y la desconfianza reinó entre los vecinos. Gloria y su familia, por ejemplo, fueron estigmatizados por mucho tiempo porque no se desplazaron cuando ocurrió la masacre, ni siquiera los reconocían como víctimas pese a que tuvieron que dejar su hogar y caminar por montes agrestes solo con aquella olla. Ella, que es hoy una de las lideresas más queridas y una abanderada de la recuperación del corregimiento desde hace casi 25 años, recuerda que lo que son hoy se debió a años de resistencia y a los esfuerzos por ser “un territorio de paz”.

Una de las anécdotas que recuerdan es la que llaman la “liberación de Ernesto Vélez”, un exalcalde que en 2008 dio un primer paso para unir a las comunidades de Urrao, Frontino, Cañasgordas y Abriaquí, que habían caído en esa desconfianza que hasta les impedía ir de un municipio a otro. La historia cuenta que el hombre reunió a 90 caballistas que se metieron por el monte, por los mismos caminos donde huyeron tantos desplazados, para propiciar el reencuentro de la gente.

El proceso no fue fácil, pero tuvo un impulso en 2013 con la llegada de la Unidad para las Víctimas, que puso la lupa en La Encarnación y las veredas La Clara y El Maravillo como sujetos de reparación colectiva. A partir de allí Gloria, que vivía entonces en La Clara, comenzó a organizar a la gente, a reconciliarla, a pedir que no inculcaran odio en los niños, muchos de ellos huérfanos de la guerra, a animarla con proyectos productivos. Se llamaron “tejedores” y lograron lo que creían impensable.

Desde entonces empezaron a hacer cabalgatas con más de 100 caballistas entre veredas y municipios, que terminaban y aún hoy terminan en La Encarnación, el lugar del que todos se enamoraron y en el que Gloria vive hace cinco años. Poco a poco, de reunión en reunión, algunas personas formaron la Asociación Campesina de Productores y Cultivadores de La Encarnación, Asoencarnación, y empezaron a acceder a proyectos que les ayudaran a recuperar la productividad de un territorio privilegiado para cultivar. Pronto, los actores armados anunciaron que no se meterían con la comunidad ya organizada, que también fue vista con pancartas y carteles pidiendo parar el asedio de la violencia.

En 2018 llegó una ONG internacional con el primer proyecto grande para beneficiar a 100 mujeres con tiendas, cafeterías, panaderías, ganadería, cultivos y otras iniciativas de las cuales muchas funcionan hoy en día. Los niños y jóvenes empezaron a juntarse para cantar, bailar, hacer teatro, estudiar; se revivieron los mercados campesinos y trueques que les permitieron incluso sobrellevar la pandemia.

Alba Hernández, enlace municipal de víctimas de Urrao, señala montañas y puentes en el camino que va del casco urbano a La Encarnación, para contar las historias de combates y terror que vivió en carne propia. Cuenta que tras sufrir los estragos del conflicto armado, Urrao ha ido cogiendo mayor reconocimiento turístico y el campo ha florecido con ganadería y productos como tomate de árbol y de aliño, lulo, chócolo, aguacate, panela, yuca, arracacha, limón tahití, naranja, gulupa, plátano, café, granadilla, fríjol, maíz, entre otros. Cada semana, salen 25 camiones de Urrao llenos de provisiones hacia otros municipios como Medellín, de los cuales 2 parten desde La Encarnación.

Los jóvenes están trabajando las tierras, muchos de ellos apenas están empezando porque son niños y niñas huérfanos de la guerra, que retomaron las labores en las fincas que les dejaron sus padres asesinados. En el corregimiento, son más los jóvenes que los adultos mayores, y en ellos va a quedar el legado de liderazgo para que todo lo que hemos logrado no se deje morir.

Uno de los logros de los que habla Gloria, hoy presidenta de Asoencarnación, lo sellaron el pasado 12 de septiembre, cuando se hizo el acto para oficializar la acreditación, el reconocimiento que hizo la JEP a la asociación como víctima en calidad de sujetos colectivos no étnicos y les otorgó calidad de intervinientes especiales en el Caso 08 que investiga los “crímenes cometidos por miembros de la fuerza pública, otros agentes del Estado, o en asociación con grupos paramilitares, o terceros civiles, por causa, con ocasión, o en relación directa o indirecta con el conflicto armado”.

Es la primera asociación campesina de Antioquia en recibir este reconocimiento, lo que no solo avala que demostraron los hechos sufridos de forma colectiva, sino que también les permite participar en instancias judiciales y momentos procesales que el despacho que lleva el caso determine. La solicitud ante la JEP la presentaron en septiembre de 2023, pero más de dos años antes venían trabajando en ella y desde inicios de 2022 Urrao había presentado cuatro informes sobre los daños del conflicto: dos étnicos, uno indígena y uno afro, uno con enfoque de género y otro con enfoque territorial.

En el caso de La Encarnación tramitan otras dos solicitudes de acreditaciones colectivas: una en el Macrocaso 11, que investiga la violencia basada en género, y otra en el Caso 10, que trata sobre los crímenes no amnistiables cometidos por las extintas Farc-EP.

Mientras tanto, el corregimiento no se mueve de la idea de mantener la tranquilidad y dejar claro a cualquier grupo armado que persista en la zona que con la comunidad tienen límites, que ella manda en el territorio. En los manuales internos de las Juntas de Acción Comunal, JAC, están reglas como que las personas no buscan nunca a los actores armados ilegales para resolver conflictos y ellos no pueden estar armados ni andar camuflados entre la población ni meterse con los niños y jóvenes.

Nací en La Encarnación, estoy en once, me gusta este lugar, la tranquilidad, la gente es muy unida, trabajan para mantener el corregimiento, para festejar, comparten mucho. Mi mamá me ha hablado del conflicto, de la masacre, ella estaba en el colegio cuando pasó. Me gustaría trabajar por el pueblo, para que se beneficie, tenga desarrollo y siga la tranquilidad.

Lisbania Pino, de 17 años, ve en La Encarnación el hogar que hay que proteger, convencida, como dicen algunos, de que los paisajes cafeteros, como los de Urrao, tienen un encanto particular que no tiene ningún otro paisaje por más lindo que sea. Y honrar eso para muchos habitantes es salir con las mulas cargadas, impregnar el aire con el olor de los lulos, promover el turismo y ser despensa de tantos productos que les da una tierra fértil que esperan que jamás vuelva a perder su esplendor bajo la sombra de la guerra.

 

En el corregimiento han vuelto a coger fuerza los proyectos productivos de los campesinos. El lulo es uno de los que más se ve, pero también hay tomate, panela, aguacate, fríjol y arracacha, entre otros productos. FOTOS Julio César Herrera

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